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‘Emilia Pérez’, de Jacques Audiard
Guion: Jacques Audiard, de la novela de Boris Razon
Reparto: Karla Sofía Gascón, Zoe Saldaña, Selena Gómez, Adriana Paz, Edgar Ramírez, James Gerard, Anabel López, Eric Geynes
Fotografía: Paul Guilhaume
Música: Clément Ducol, Camille
132′, Francia, 2024
Podríamos decir que una película naufraga, entre otras muchas posibles razones, cuando no logra expresar con acierto aquello que se propone o, peor todavía, cuando no sabe siquiera qué es lo que nos propone. Este último es, para quien suscribe esta crónica, el problema que afecta a la última producción del director francés Jacques Audiard.
‘Emilia Pérez’ pone en primerísimo primer plano a Rita, una joven abogada mexicana que trabaja en un prestigioso bufete en Ciudad de México. Cuando comienza esta historia, Rita forma parte del equipo de defensa de un personaje público conocido en un caso de maltrato del que, gracias a un sistema judicial muy generoso con este tipo de delitos, saldrá absuelto. Es evidente que, tras el juicio, Rita no está satisfecha ni con la resolución del mismo ni con el papel que ella misma ha jugado dentro de un sistema que perjudica de manera evidente a la mujer.
Pero la vida de Rita dará un giro inesperado cuando es secuestrada por el líder de un cártel de la droga llamado Manitas del Monte. Manitas le hace a Rita una propuesta inusual, pues quiere que le ayude a cumplir el sueño de su vida: convertirse en mujer. Manitas necesitará de sus servicios para llevar de forma discreta toda la operación, que no solo implicará su transformación física exterior, sino cambiar su identidad, haciendo que desaparezca sin dejar rastro, legal y emocionalmente, a su, pronto, antiguo yo.
Para convencerla, Manitas le ofrece a Rita una cantidad de dinero tan jugosa que le será difícil rechazarla. Viendo en la oferta del mafioso una oportunidad para dejar su trabajo y, con ello, si no redimirse a sí misma, al menos dejar de ser parte de un orden que desprecia, Rita acepta el encargo.
‘Emilia Pérez’ es una cinta que divaga desde su misma concepción. Juega la propuesta de Jacques Audiard en un terreno híbrido que se mueve, en apariencia, entre el thriller y el género musical. Y este es ya uno de los primeros problemas a los que se enfrenta su película porque, al menos en este caso, parece que, en la mezcla que nos propone Audiard, ambas estéticas no parecen cohabitar con demasiada armonía.
Trata el realizador de sorprender al espectador combinando un estilo de fotografía crudo y de puesta en escena aparentemente realista que fractura, de manera repentina, con el primer tema musical de la película que compone sobre una elaborada coreografía. Sin embargo, superada esta sorpresa inicial, ambas formas empezarán a chocar entre sí. Por un lado, el naturalismo que impregna la fotografía de Paul Guilhaume parece que repele el manierismo de la parte musical. Por el otro, el artificio de los pasajes musicales, todavía desvirtúan más la verosimilitud de una trama ya de por sí difícil de digerir, como veremos.
Esta confrontación acabará entorpeciendo el desarrollo de la cinta, esto es, el argumento, que al final se verá forzado a imponerse sobre la forma musical, de tal manera que, según vamos avanzando en el metraje, esta acaba poco a poco por ser desplazada del nudo central de interés de la película. O sea que es un thriller, pero menos. Es un musical, pero no tanto.
Pero sin duda donde naufraga la propuesta de Jacques Audiard es en el terreno discursivo, resultado de la construcción de unos personajes que quieren ocupar a la vez las dos partes del terreno de juego, ser atacante y defensor, lo cual resulta problemático dadas las cuestiones que aborda y los supuestos planteamientos que nos propone.
Cuando se nos presenta en pantalla, Rita es un personaje controvertido. Ya desde el primer momento, entendemos que no se encuentra cómoda como pieza de un engranaje judicial que deja a la mujer desprotegida. Sobre esta premisa, la aceptación del encargo que le hace Manitas podría entenderse como una vía de escape, una salida. Cínica, si se quiere, pero salida, al fin y al cabo.
Audiard dibuja un México corroído por la corrupción política y judicial. En ese contexto, ¿qué escapatoria le queda? Quizá este golpe de suerte permita a Rita poner distancia física, geográfica, pero también moral ante este mundo en decadencia. ¿Y no es esto, acaso, legítimo?
Rita no es una heroína. O quizá sea lo suficientemente consciente de su pequeñez y, por consiguiente, de su lógica incapacidad para confrontar un orden que opera por encima de ella como para, al menos, aceptar una solución para sí misma. Puesto que no puede cambiar el mundo, al menos se salvará ella, parece pensar.
Pero, tras el éxito inicial de la operación, las cosas no han terminado para Rita. Pasado un tiempo, Manitas, convertido ya en Emilia, su nueva identidad, volverá para pedirle que le ayude a reconstruir su nueva vida. Y aquí es donde empiezan las contradicciones de este personaje y en el discurso del propio Audiard.
En ese sentido, el director francés comienza a hacer trampas con el espectador. Por un lado, Rita parece forzada a asumir el nuevo rol de asistente de Emilia, transmutada de repente en una rica altruista que fundará (atención) una organización sin ánimo de lucro para, aprovechando sus conocimientos sobre el terreno, ayudar a encontrar los cuerpos de ciudadanos desaparecidos por el crimen organizado. Y aquí empieza el embrollo.
Emilia se convierte, de esta forma, en un ídolo nacional. Si el argumento no es de por sí bastante extravagante, a eso hay que añadir que es el propio Jacques Audiard quien parece olvidar la propia biografía de sus personajes. Solo así se puede entender que Rita se convierta a la causa de Emilia a la que llegará a considerar casi como una víctima de las mafias de las que ella misma había sido un capital necesario.
En ese sentido, Jacques Audiard se traga su propia trampa, como si se creyera por momentos lo que la propia película acabará por contradecir. Y lo hace por una razón: de otra manera, la historia, de haber tal, no se sostiene.
Audiard debe cerrar los ojos a lo evidente, despistar al espectador mientras se engaña a sí mismo. De otra manera, debería reconocer el estado de esquizofrenia existencial en la que se mueven sus personajes.
Después de lo vivido y lo mostrado, Audiard pretende que empaticemos con la supuesta noble causa que ahora anima a Rita y a Emilia, que nos olvidemos de la máscara que ambas han elaborado por obra y gracia del argumento y las tratemos como si no fueran lo que son, como si no hicieron lo que hicieron. Y no, no hay en ello reflexión alguna sobre los tortuosos caminos de la redención. Audiard ha decidido amnistiarlos por arte de su autoridad creadora.
En una de las secuencias capitales de la película, Rita visita a un médico especializado en cambios de sexo. En esta entrevista preliminar, el médico trata de averiguar las motivaciones de Manita para someterse a la operación que tanto desea y advierte que, al final, por mucho que cambiemos nuestro aspecto exterior, no arreglaremos los conflictos o dilemas que nos afligen por dentro. Pero Rita no está de acuerdo.
En sintonía con las pretensiones de Manitas, para ella el cambio de identidad hacia ese otro yo sincero, verdadero, que todos guardamos en nuestro interior es el camino para la emancipación personal y con ella, la liberación del mundo (tal cual). Rita y el doctor discuten en una batalla musical en la que ambos mantienen sus posturas sin ceder a la razón del adversario. Este será el nudo de la película.
Como tantos otros directores contemporáneos, Audiard se suma a la corriente de lo políticamente correcto para aleccionarnos sobre la naturaleza de los conflictos de la comunidad LGTBI. Sin embargo, no parece haber elegido bien su material de partida.
En ese sentido, al espectador no puede dejar de pensar si basta cambiar de identidad para disculpar los crímenes que el personaje cometió en el pasado. ¿Achaca acaso Audiard la violencia que gobierna la vida de Manitas a ese conflicto identitario? Aun aceptando la lógica de la teoría que nos quiere exponer, ¿tiene esto algún sentido?
Por un momento, y creo que involuntariamente en este caso, parece como si la cinta de Audiard quisiera, al eludir el dilema, que nos olvidemos del mismo. ¿Es Emilia inocente de los crímenes de Manitas? ¿Existiría acaso Emilia si no hubiera existido Manitas? No nos queda claro. O peor, la cinta ni siquiera se plantea estas cuestiones y tira hacia adelante como si no le incumbiera.
Pero incluso, aunque fuera así, los acontecimientos posteriores no dejarán de contradecir esta tesis. Tras un breve exilio, más confiada en sí misma, Emilia vuelve a México para reunirse con su familia. Y aquí arranca otra nueva vía de conflictos.
Pronto, oculta su transformación a los demás, se le irán revelando secretos de su pasado que ella desconocía, secretos que afectan a sus deseos e intereses presentes y cuyas consecuencias Emilia tratará de enderezar usando las mismas herramientas de siempre, es decir, la violencia.
Pues bien, llegado incluso a este extremo, Audiard trata de tapar a su protagonista sometiéndola a otra situación (que no diremos), pero que, de nuevo, extiende un manto de humo sobre las decisiones que su protagonista ha ido tomando, más propias de la lógica de Manitas que las de esta nueva Emilia tras la cual se esconde.
Audiard se encuentra de nuevo en el medio de dos fuerzas que operan en direcciones divergentes: el discurso de la película, que trata de ofrecer su apoyo a estas cuestiones identitarias y, por otro lado, un argumento que nos incita a pensar lo contrario. Al final, Audiard parece querer quitarle la razón al médico, dándosela por completo. O quizá todo lo contrario o las dos cosas a la vez.
Finalmente, tratando de discernir entre la madeja de una trama más propia de un folletín que de un verdadero cine autoral, lo que queda es el viejo relato de siempre, tan propio del cine noir. Y es que, hagamos lo que hagamos, nuestro pasado siempre nos persigue y dictará nuestro destino. Un clásico.
‘Emilia Pérez’ es una obra que está muy lejos de lo mejor que puede dar el director de trabajos como ‘De latir, mi corazón se ha parado’, ‘Un profeta’ o ‘Los hermanos Sisters’. Una obra confusa que trata de ocultar sus debilidades tras una fachada visual engolada y sofocante.
Que haya sido la cinta más premiada en la última ceremonia de los premios de la Academia del Cine Europeo es algo que solo puede responder a una conveniencia que escapa a sus valores cinematográficos. Incluso, la cinta de Almódovar tenía mejores atributos.
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