La desaparición de las luciérnagas, de Josep Tornero
Centre del Carme
C / Museo, 2. Valencia
Hasta el 19 de mayo de 2019
“La muerte realiza un rapidísimo montaje de nuestra vida: selecciona sus momentos verdaderamente significativos y los ordena sucesivamente, haciendo nuestro presente infinito, inestable e incierto, un pasado claro, estable, cierto y por lo tanto lingüísticamente bien descriptible. El montaje realiza sobre el material del film lo que la muerte realiza sobre la vida”. Lo dijo el cineasta Pier Paolo Pasolini, en quien se inspira Josep Tornero y al que sin duda evoca, proponiendo un montaje de su exposición La desaparición de las luciérnagas igualmente a caballo entre la vida y la muerte.
“El título hace referencia a un artículo de Pasolini, conocido por el de las luciérnagas, pero que en realidad se llama El vacío del poder, en el que alude a esas luces intermitentes y pequeñas de las luciérnagas, que desaparecen a medida que el poder amplía sus focos de luz”, explica Tornero de su proyecto, resultado de la convocatoria Escletxes de producción y apoyo a la investigación del Consorci de Museus de la Generalitat Valenciana. Un proyecto en el que ha trabajado alrededor de dos años, tomando como punto de partida ese texto del realizador de Teorema o Saló o los 120 días de Sodoma.
La exposición, que permanecerá en el Centre del Carme hasta el 19 de mayo, se hace cargo de esa luz, sin duda mortecina por culpa de los violentos fogonazos del poder ejercido con una violencia inusitada durante el siglo XX, para mostrar las huellas siniestras de su arrasamiento. Tornero se refiere al “uso del miedo por parte del poder para limitar las libertades del ciudadano”, que viene a apagar el destello de esas luciérnagas como “metáfora de la luz de la cultura y la lucidez”. Por eso entiende que La desaparición de las luciérnagas “es un título poético”, revelador del contenido que el artista ofrece en su exposición.
Mediante una serie de pinturas (“intento dejarme los riñones para que sea pintura”), esculturas, fotografías y vinilos, el artista dibuja cierto panorama de la sociedad contemporánea, utilizando determinadas imágenes iconográficas de la historia del arte y del cine. “Busco imágenes que tengan viveza y remuevan la mirada del espectador, sin mensaje explícito, ni moraleja”. Imágenes que vengan a alterar la mirada complacida de la gente, en el mismo sentido en que lo hacía Pasolini en sus películas.
Tornero asiente, pero con una salvedad: “No busco la transgresión, sino que utilizo imágenes que por sí mismas tengan esa fuerza”. La fuerza de una lucidez amenazada por un exceso de luz, de violencia, de poder destructivo. “Desde la convocatoria a la exposición he ido buscando más imágenes, que se sumaban a las que ya tenía yo archivadas, saliendo del contexto del artículo de Pasolini y de la iconografía de [Georges] Didi-Huberman, que es más onírica”, explica quien fue entre 2015 y 2016 artista residente en la Academia de España en Roma, donde vio por última vez in situ las luciérnagas aludidas en su proyecto. “Esas pequeñas luces, que vi en la subida donde está la Academia, van poco a poco desapareciendo”, subraya.
Pasolini, que además de cineasta fue un lúcido pensador de su propia obra y de la sociedad de su tiempo, advirtió de dos peligros: el integrismo moral y la cultura de masas como cultura de la transgresión rentabilizada, convertida en dinero. “El artículo en que me baso es muy visionario, escrito en 1975 poco antes de que lo asesinaran. Tiene la fuerza del último Pasolini, el decepcionado con todo”, señala Tornero, que utiliza referentes fotográficos de la primera mitad del siglo XX, del cine primitivo y del cine negro: “Toda esa imaginería ha ido construyendo mi trabajo”. También alude al cineasta David Lynch, a la pintura de Gerhard Richter, a las máscaras de gas, Halloween y el vintage.
“Llevo diez años pintando con ausencia de color, trabajando con grises que le dan ese carácter relacionado con el paso del tiempo y la memoria”. Un blanco y negro que viene a resaltar la crudeza de la luz mortecina, de donde emergen como fantasmas del pasado soldados del ejército nazi, el humo de las Torres Gemelas tras el ataque suicida, el anillo infernal de Sandro Botticelli o una de las Furias de Ribera. Una amalgama de imágenes en cruento montaje. “En Roma es cuando me empapé de las formas barrocas, a través de paredes llenas de cuadros diferentes”, que es lo que traslada al mural del Centre del Carme. “Imágenes que entre sí permiten construir una historia, más allá de su carácter seriado”.
Un historia marcada por esas diferentes visiones que del horror han ido dejando los artistas y de las que Tornero se sirve para motivar la reflexión. “No busco la provocación”, insiste, “no hay provocación alguna, porque las imágenes están ahí, aunque se traten de ocultar”. Por eso dice que más que provocar, intenta “remover la conciencia del espectador”, porque, “todo lo malo y también lo bueno de la vida permanecerá, pero nosotros no”. De nuevo el baile entre la vida y la muerte, que el artista recoge en las esculturas que complementan esa visión descarnada.
“Son máscaras antigás como símbolos que fusionan una alteridad y abre sus límites”, destaca quien realizó su tesis doctoral sobre el rostro y las máscaras, de las que también habla Pasolini. “El poder utiliza máscaras y si se las quitaran veríamos que detrás no hay nada”. Máscaras que introduce desde su definición griega, “desde el prósopon” que es “a la vez rostro, máscara, persona, personaje, lo que se muestra, lo que va por delante”.
La desaparición de las luciérnagas muestra el horror de la luz sometida a las tinieblas. “No abordo la idea del miedo como terror, sino como reflejo de los temores e inquietudes del ser humano”, precisa. Y lo hace de una forma poética: “La belleza artística no está reñida con la reflexión, después de todo yo soy un artista visual que trata de provocar esa reflexión mediante imágenes atractivas para la mirada”. Que aparezcan las luciérnagas, abatidas por el exceso de luz que arroja el poder, depende de cierta pausa: “Dedicarle dos minutos a la contemplación de cada imagen”. Por eso dice Tornero que la muestra “es una invitación a la pausa y al mirar sin prisas las cosas”.
Salva Torres
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