Ernesto Castro

#MAKMAMúsica
Festival Fronteras Valencia
Música y Filosofía. Corriente irredenta
Organizan: Conselleria de Cultura de la Generalitat Valenciana, Institut Valencià de Cultura (IVC), Palau de les Arts, Ayuntamiento de València con su red de bibliotecas municipales y La Fábrica
Colaboran: Palau de la Música, Gremi de Llibrers, Berklee College, Ayuntamiento de Elche y Radio 3 como medio asociado
Del 12 al 15 de junio de 2024

La segunda edición del Festival Fronteras, celebrada en Valencia tras su paso por Elche, sigue estableciendo vínculos entre la música, la poesía y la literatura, aunque la filosofía también compareció de la mano de Ernesto Castro, que se reunió con el pianista Juan Pérez Floristán en una conversación entre ambos moderada por Nieves Pascual.

Ernesto Castro es autor de obras como ‘Peinar el viento’, ‘¡El gran Pan ha muerto!’ o ‘Otro palo al agua’. Además, es profesor de Estética en la Universidad Autónoma de Madrid y cuenta con un canal de YouTube que le sirve para divulgar los contenidos impartidos en clases y conferencias.

Gracias a su participación en el festival, pudimos hablar detenidamente con él, ofreciéndonos sus reflexiones con respecto a cuestiones tan vigentes como la cultura del esfuerzo, la depreciación del saber, los discursos salvíficos actuales o el post humor.

En el vídeo de YouTube titulado ‘¿Qué se aprende en la carrera de filosofía?’, respondes que lo que van a aprender los alumnos es a leer, escribir, hablar y escuchar. ¿Por qué no aparece filosofar entre estos verbos? ¿Crees que tú enseñas a filosofar? ¿Se puede?

¡Joder, vaya pregunta! La verdad es que merecería la pena pararse a pensar un rato. Para empezar, Immanuel Kant, de manera célebre, dijo que hay tres grandes preguntas en filosofía: ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer? y ¿qué me cabe esperar? Y esas tres preguntas se sintetizan en esta otra: ¿qué es el ser humano?

Curiosamente, la filosofía siempre ha tenido esta aproximación oblicua a los temas, donde hablando de asuntos aparentemente marginales, como el amor (marginales para la tradición intelectual), se está hablando de la propia filosofía. En todos los diálogos de Platón no hay ninguno que se llame Sócrates, pero Sócrates aparece en todos y cada uno de ellos.

Tampoco existe un diálogo del filósofo: está el político, está el sofista… pero el filósofo aparece en todos ellos. Y la filosofía tiene este carácter un poco fantasmal, de que está en todos los sitios menos donde se la espera.

Si Nicanor Parra dijo que todo es poesía salvo la poesía, podríamos nosotros replicar que todo es filosofía salvo la propia filosofía. Y probablemente todo el mundo filosofe salvo en la carrera de Filosofía, carrera que se dedica principalmente a hacer filología (hay unas consonantes de diferencia entre esas dos disciplinas).

Pero una cosa es el amor a la palabra y otra es el amor al conocimiento. Podemos estar muy enamorados de las palabras de Platón, Kant, Heidegger, Hannah Arendt… pero no aprender ni estar más cerca de la verdad por ello.

Así, el debate clásico de si se puede enseñar a filosofar o solamente filosofía es complicado, porque siempre pensamos dentro de patrones, estructuras o esquemas, y parece que la filosofía no enseña nada más que aquello que ya sabíamos o que ya estábamos usando sin ser conscientes de ellos.

Por tanto, es imposible enseñar a filosofar sin enseñar algo de filosofía, porque el ejercicio de la filosofía siempre es a partir de materiales dados, por la propia tradición o por otras disciplinas en el presente. Es muy complicado, ya digo, no hacer una cosa sin la otra, pero digamos que es una disciplina que se puede aprender, pero no se puede enseñar.

En el podcast ‘El rincón de Aquiles’ comentabas que muchos de tus trabajos se basaban en revisar y corregir ensayos anteriores. ¿No crees que dentro de diez años leerás de nuevo tus obras y pensarás que su calidad debe ser mejorada, y así continuamente?

Sí, justo ahora estoy pasando por una etapa de re-revisiones y he vuelto sobre libros que había corregido en 2020, originalmente escritos en 2015, y que ahora estoy volviendo a re-corregir en 2024. Y lo que consideraba aciertos en 2020, ahora se me revelan como errores en 2024, entonces me reconcilio con el de 2015.

Es un poco tesis, antítesis, síntesis. Y supongo que esto seguirá ad infinitum y que nunca llegará una versión reconciliada, pero sí que hay ciertos aspectos muy generales de lo que se considera escribir bien que todo autor con personalidad viola a su manera, porque el estilo no es sino el error mantenido y no enmendallo. El error sostenido es el estilo.

A Ortega y Gasset se le metió entre ceja y ceja que se escribía rigoroso, y en todas las ediciones de las obras completas nadie le corrige la falta de ortografía; él escribe rigoroso pese a que no sea la expresión clásica en castellano, y es un toque de estilo, cuando uno ve rigoroso ya sabe que es Ortega y Gasset, y así con muchas cosas.

Entonces, claro, qué se considera un error y qué se considera un acierto a la hora de escribir es muy complicado de determinar porque al final el estilo es la persona, y lo que uno intenta es ser lo más parecido a sí mismo o a aquello que intentó ser cuando escribió aquello.

En filosofía hay una cierta búsqueda de la verdad y una adecuación a los hechos, entonces si tú estás diciendo, por ejemplo, que astillero es un mueble (hay un debate en torno al ‘Quijote’ sobre qué o quién es astillero), y de repente se revelan documentos del Siglo de Oro puedes cambiar de opinión y acercarte a la verdad, entonces hay una búsqueda de la verdad que más o menos criba el estilo, lo que dices está supeditado a hechos, verdades o entidades más objetivas.

Pero en la ficción, que es a lo que me estoy dedicando más ahora, salvo la idea de coherencia y de verosimilitud no hay ningún criterio más allá de lo bien que te parezca.

Cubierta de ‘El trap’, de Ernesto Castro.

Fronteras es “el festival donde los músicos hablan de literatura y los escritores de música”, ¿qué te une a la música?

Pues haber perpetrado ese atentado contra la literatura y la música al mismo tiempo; ese atentado contra las torres gemelas de las artes sonoras y escritas que es ese libro (‘El trap: filosofía millenial para la crisis en España’).

Y luego tengo la suerte de impartir clase en un doble grado de filosofía y música en la Universidad Autónoma de Madrid y mis alumnos me intentan enseñar cosas, pero yo soy muy tenaz y muy duro de oído: me sigue gustando la misma mala música de siempre. Ese sería mi vínculo con la música, que soy un sordo.

En tu libro sobre el trap hablas sobre el Auto-Tune y la habilidad. Ya no se precisa cierta habilidad para entonar o llegar a ciertos tonos. Esto ha llevado al típico comentario de “eso lo hago yo”, igual que con buena parte del arte contemporáneo. ¿No crees que, pese a las vanguardias, sigue muy presente la idea de esa habilidad especial que tiene uno entre tantos, pero que tiene que ver más con una capacidad técnica o formal que intelectual?

Quienes valoran el arte por la técnica o el esfuerzo son como esos alumnos que pretenden que se les ponga más nota porque se han quedado hasta muy tarde estudiando para el examen. “Obras son amores, y no buenas razones”. En todos los campos, incluso los más benévolos, lo que importa son los resultados.

Contra la cultura del esfuerzo, donde es un bien en sí mismo levantarse a las 5 de la mañana y fustigarse el cuerpo con burpees y duchas frías, lo que importa son los resultados, y si tú, por lo que sea, corres con la velocidad de Usain Bolt pues perdón y disculpas a los que machacándose la existencia y sufriendo no lo consiguen.

Los grandes artistas son aquellos que hacen que lo difícil parezca fácil. Cuando uno ve a Messi, uno piensa que no está haciendo ningún truco especial, no hace rabonas ni… (no sé nada de fútbol), que cualquiera podría hacerlo así. Lo mismo con los mejores poemas de Machado, a cualquiera se le podría haber ocurrido lo de “se hace camino al andar”, pero se te tiene que ocurrir.

La cuestión es si valoramos la potencia o el acto; si estamos valorando la obra de arte como lo que es o como lo que podría ser; si estamos juzgando a la persona o estamos juzgando a lo que se nos presenta como una experiencia o un objeto a partir del cual luego podemos extraer potencialidades.

Como toda la tradición filosófica yo soy actualista, entiendo que el acto precede a la potencia y que la potencia se transforma y se realiza a través de los actos. Y este culto al talento, a la posibilidad o al qué hubiera pasado si, me parece fatuo y una visión muy errada de cómo funciona el mundo, pero que, no obstante, está canalizada por toda esta ideología naturalista del talento, del prodigio.

Este poco interés técnico o formal también se ve en los conciertos de los traperos que citas, que se retratan como poco preparados. Ahora gusta mucho ver eso, igual que han aparecido otras formas de hacer televisión, por ejemplo, donde ya no hay un guion fijo, una seriedad, sino que cada uno hace y dice espontáneamente lo que quiere, igual que lo que tu mencionas como la post entrevista al hablar de Broncano. ¿A qué crees que se debe esta nueva forma más espontánea y menos preestablecida?

La telebasura contemporánea se basa en la improvisación con figuras magníficas como es Chiquito de la Calzada, que ya es el post humor de que la gracia está en que no hay gracia ninguna y es simplemente la performatividad “espontánea”, pese a que Chiquito siempre dice lo mismo, porque la improvisación consiste en autoplagio.

La única forma de hacer algo original es preparárselo. Cuando no te preparas nada, como sucede aquí, uno va tirando de viejos hits, y yo estoy simplemente ensamblando cosas que ya he dicho o he pensado en algún momento, porque no puedo ahora afirmar algo totalmente original (no existe esa originalidad pura); no puedo decir algo mínimamente original si no tengo un margen de preparación.

Hoy en día no se valora la autenticidad o la espontaneidad, sino que se busca la improvisación, que consiste en resolver con lo que hay lo que no hay. Es un tipo de discurso que se ha ido imponiendo y que, sobre todo, hace un poco de contrapunto a la gran enciclopedia en la que se ha convertido internet.

Los primeros años de internet había este sueño casi enciclopédico, ilustrado, de que ahora que va a haber información a cholón, pues todo van a ser eruditos y sabios, y, sin embargo, lo que hay es una depreciación del saber y la erudición, porque todo está a distancia de un click; está la lista de los reyes visigodos y no hay que memorizarla, el ejemplo que pongo siempre.

Entonces claro, la memoria, el recuerdo y la erudición no valen nada, lo que vale es precisamente aquello que no está todavía almacenado en el big data de internet, que es la personalidad, y ahí surge el culto a la personalidad en las redes sociales y todos estos fenómenos de imantación personalista, donde lo que importa no es lo que dices sino lo que eres.

El filósofo Theodor Adorno.

Para Adorno, el arte exige trabajo por parte del espectador, un trabajo que ante las condiciones socioeconómicas muchos no están dispuestos a hacer. ¿Cómo conseguir entonces que la gente acuda a los museos, por ejemplo, si eso les va a suponer un trabajo en el poco tiempo libre que tienen?

Es muy interesante, porque efectivamente muchos sociólogos contemporáneos insisten en que la jornada de trabajo se ha comido todo y que hay una especie de 24/7 laboral mediado por las industrias de la comunicación y la información, y cómo a través de las redes sociales y los móviles, incluso cuando no pensamos que estamos trabajando, estamos trabajando para empresas que utilizan nuestros datos como principal fuente de ingresos.

De manera célebre, si no pagas por entrar en un sitio tu eres la mercancía, con lo cual incluso estás trabajando en el ejemplo paradigmático del desfase y la vida loca que sería entrar en una discoteca para bailar sin más, sin consumir ni siquiera, simplemente por estar ahí; eres un producto más que contribuye al aura cultural de ese entorno.

La gente en el fondo quiere trabajar. La vida es trabajo, entendido como gasto energético. Maine de Biran, el filósofo francés de comienzos del siglo XIX, reformuló el cogito cartesiano como “me esfuerzo, luego existo”, es decir, si el mundo me ofreciera inmediatamente aquello que deseo podríamos sospechar (al conspirar con nosotros mismos) que el mundo forma parte de nuestra fantasía.

Pero un mundo donde no se cumplen nuestros deseos, donde tenemos que esforzarnos por conseguir las cosas, es un mundo que tiene una carga de realidad fuerte, y no nos damos cuenta de la realidad del mundo hasta que este se nos opone a nosotros.

Vivir y existir, ser real, consiste en buena medida en consumir energía, en trabajar, casi en el sentido termodinámico del término, de ir luchando hasta con la entropía de nuestra propia existencia y de la desaparición última.

Entonces, yo creo que la gente quiere trabajar, otra cosa es que los empleos, y el empleo como aquello que uno hace solamente por dinero, sea algo deprimente. Y yo sigo pensando en el ideal este marxista clásico de que lo que hay que hacer es dignificar el trabajo.

Has hablado de obras de arte difíciles, ¿el arte difícil es el que cuesta interpretar?

No necesariamente. Volvemos al tema de la dificultad. Hay un culto popular por la dificultad. Este discurso de que el reggaeton da cáncer de oído y que eso lo podría hacer mi hijo demuestra que para el común de los mortales el arte es algo difícil y que la belleza, como decía Platón, es difícil y complicada, y que, por lo tanto, Velázquez está por encima de Pollock, aunque no se sepan muy bien cuáles eran los procedimientos de uno y de otro.

Hay un texto bellísimo de Ortega donde dice que Velázquez es el primer artista moderno precisamente porque no está supeditado al trabajo de artesano, de tener que producir tantos cuadros para tantos mecenas, sino que tiene un único mecenas que es el rey.

Hay gente que dice que Velázquez desaprovechó sus talentos por llevar una vida demasiado acomodada y feliz, por entrar con veintipocos años al servicio de un rey donde estuvo pagado el resto de su existencia. Hay un culto por lo difícil, en la ejecución y en la interpretación, y a la gente le gustan las tramas.

Cuando se empezó con internet pensábamos todos que la narrativa iba a ir hacia el tweet, hacia el aforismo, hacia Augusto Monterroso: “Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Y, sin embargo, las obras de best seller son unos tochos; las series de televisión más exitosas no son las que duran los capítulos cinco minutos y tienen una temporada, son sagas y sagas; las películas de ‘Los Vengadores’, ¿cuánto duran esas películas?

La pregunta que más se hacían en el MoMA, en una encuesta realizada en los años 2000, es ¿adónde tengo que mirar?, ¿dónde está la obra?, es decir, antes de interpretarla, a ver si la capto.

La sensibilidad está más en juego que la interpretación, porque luego las interpretaciones son miles y a veces dan igual, y son lo último que le importa al artista, porque en lo que trabajamos es en si este adjetivo va bien con este sustantivo o si este color va bien con este otro, etc.

Pero luego enseguida hay miles de vídeos en internet de “explicación de…”.

Claro, porque está esa duda; lo que se busca es la explicación y lo que gusta es el esfuerzo de explicar. Kafka tenía un alemán muy pobre y apenas hacía comentarios, pero es el que más ha dado a comentar. El arte sucinto y a veces apretado, que es el de nuestro tiempo, es por necesidad oscuro.

Hay muchos debates, pero yo creo en la tesis de que Heráclito no escribía argumentos seguidos, sino aforismos. Entonces, al ser tan condensado requiere la interpretación, y que la gente la busque demuestra ese amor por la dificultad, por enfrentarse a ella y por superarla, por dominar aquello que nos desborda. “In claris non fit interpretatio”, en lo claro no se necesita la interpretación.

¿Pero buscar la interpretación a todas las obras no implica que todas las obras de arte tienen un sentido?

No, es inevitable que uno les busque sentido, por más que el artista haya dicho que “what you see is what it is”, que es el lema del minimalismo, “lo que ves es lo que es”. Hay implícitamente un mensaje.

El público nunca puede perder. Es el tema de la tragedia (la comedia termina bien y la tragedia termina mal), incluso cuando una obra termina mal, termina bien para el espectador, porque aprende algo de ese error y por lo tanto escarmienta.

El público nunca quiere perder; el público siempre gana. Volvemos a lo mismo: se cierra la obra y ese tío que se acaba de sacar los ojos, porque ha descubierto que se acuesta con su madre y ha matado a su padre, es otro tema. Por tanto, hay una interpretación, un sentido y, si no está, se le saca.

Ernesto Castro. Imagen cortesía del Festival Fronteras Valencia.