Política de gestos y de vida
Fernando Bryce, Lotty Rosenfeld, CADA
Espaivisor
C / Carrasquer, 2. Valencia
Hasta el 14 de septiembre de 2018
“Esta línea es mi arma”. Y Lotty Rosenfeld (Santiago de Chile, 1943) no deja de utilizarla como acto simbólico de resistencia contra el poder y las formas institucionales de control de los modos de producción. Esa línea, colocada por ejemplo sobre el asfalto, cortando las más continuas que delimitan los carriles por donde circula el tráfico, dibuja una suerte de cruz que viene a señalar el acto de rebeldía y un toque de atención contra la establecido. Una línea, pues, que se quiere artística y que Rosenfeld empuña como si fuera un arma contrapolítica.
Espaivisor, que acaba de recibir el Premio Arte y Mecenazgo de Fundación La Caixa por ser un “referente en la dinamización de la creación artística en España”, se hace eco del arte como herramienta de contestación social. Lo hace con Lotty Rosenfeld, activista chilena del audiovisual, a solas y como miembro del C.A.D.A. (Colecgtivo Arte de Acción), y con Fernando Bryce (Lima, 1960), analista político que utiliza igualmente el arte para rastrear en las imágenes y documentos históricos y visibilizar sus rasgos más controvertidos.
Álvaro de los Ángeles, en el texto de la exposición elocuentemente titulada Política de gestos y de vida, habla de la función de los artistas “que actúan políticamente” como aquella que se aleja de la mera representación de una actividad artística, para centrarse en la “construcción de una realidad que compite con la oficialidad de su oponente”. De manera que el arte, así entendido, huye de la representación para presentarse literalmente como vehículo transgresor de un orden siempre concebido como represor.
La pieza escultórica Hoz y martillo (2014), en alusión al símbolo comunista, hecha con barras de hierro y con la que el visitante se topa al entrar en Espaivisor, establece conexiones afectivas con una ideología que tan pronto invocó la revolución del proletariado, como se dio de bruces con sus efectos perversos de férreo control estatal. Un férreo control que, en el caso chileno, se centra en la dictadura de Pinochet y en los actos que Rosenfeld y el C.A.D.A. realizaron contra sus desmanes.
La exposición intercala dibujos, fotografías, carteles, envases originales y videos para mostrar las diversas acciones llevadas a cabo por los artistas “que actúan políticamente”. Para no morir de hambre en el arte (1979) utiliza como metáfora la leche (“signo de blanco, de hambre y de carencia”) para denunciar lo que tal signo comporta. Así, “se da inicio a una obra que abarca desde el video registro, hasta las revistas de análisis político, pasando materialmente por los cuerpos segregados de los habitantes más desposeídos de la ciudad”, según se hace constar en la muestra.
De Rosenfeld y C.A.D.A. se exhiben también otras acciones subversivas en esa misma línea como arma. ¡Ay, Sudamérica! (1981) recoge una huelga de hambre contra la dictadura militar chilena, precedida del lanzamiento de 400.000 panfletos desde seis aviones. La exposición acoge una de esas octavillas originales, donde se puede leer: “Nosotros somos artistas, pero cada hombre que trabaja por la ampliación, aunque sea mental, de sus espacios de vida, es un artista”. A la hora señalada (High Noon, 1982) muestra “un duelo de luz, sin armas” y pensado como “denuncia de la violencia chilena”, si bien hay un texto sobreimpresionado que recuerda de nuevo el espíritu de la línea de Rosenfeld: “El neón es el arma”.
No+ (1983) se convirtió en un símbolo de esa resistencia política a través de un slogan artístico, puesto que a esa negación se le podía añadir cualquier cosa que quisiera ser eliminada de la opresiva sociedad. “Repudio abierto al régimen” mediante esa “autoproliferación del ‘No +’ por toda la ciudad”. Viuda (1985) es un retrato, sin más, de la “mujer cuyo marido había sido asesinado durante una protesta contra la dictadura militar”.
Fernando Bryce reelabora por su parte una serie de carteles de cine relativos a películas bélicas de los años 30 del pasado siglo. La guerra, como esa otra cara de la política, sirve al artista peruano para mostrar el reverso antibelicista que desemboca en el J’acusse de Abel Gance. Les fussilés de Chàteubriant (2011) es una pieza compuesta por 30 dibujos en tinta sobre papel, que recoge los 27 miembros de la Resistencia francesa fusilados durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Fascismo que aparece ligado con otros nombres del comunismo revolucionario, cuyo totalitarismo aparece débilmente reflejado en la exposición.
Política de gestos y de vida se sitúa en esa línea de rememoración histórica y de compromiso artístico que sin duda ofrece material controvertido para un extenso debate. Como concluye De los Ángeles, “esta exposición compleja, profunda y repleta de informaciones subyacentes” viene a poner en diálogo “trabajos diversos y situaciones históricas distanciadas entre sí”. Plantea preguntas y acerca posiciones, a falta de delimitar en qué sentido y dirección.
Salva Torres
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