#MAKMAArte
‘Esther Ferrer: el cuerpo atravesado por el género, el espacio y el tiempo’
Comisariado: Margarita Aizpuru
Centre del Carme Cultura Contemporània
Museo 2-4, València
Del 15 de mayo al 29 de septiembre de 2024
A Esther Ferrer (San Sebastián, 1937) le gusta hacerse multitud de preguntas, cuyos enigmas traslada a una infinidad de performances, y ahora, tal y como se muestra en el Centre del Carme, a su obra plástica, expuesta por primera en Valencia. Preguntas como las que ha escrito en una de las paredes de la sala Carlos Pérez, donde se expone ‘Esther Ferrer: el cuerpo atravesado por el género, el espacio y el tiempo’, comisariada por Margarita Aizpuru.
Cuestiones como estas: “¿Creen ustedes que las mujeres en general y las artistas en particular se victimizan demasiado? ¿Creen ustedes que las artistas jóvenes hoy tienen más posibilidades de triunfar?: ¿porque son más independientes? ¿Porque se han beneficiado de nuestra lucha? ¿Por qué los tiempos son mejores? ¿Porque conocen mejor las leyes del mercado? ¿Porque han establecido una relación diferente con los hombres en general y con los del mundo del arte en particular?”
Con todas esas preguntas y muchas otras, Ferrer se ha ido levantando cada mañana de su larga vida con la intención de dar forma a todo aquello que se le resiste y que la artista resume con un “no sé nada”, de ahí que no deje de intentarlo. Eso sí, hay una cosa que tiene clara: “No soy artista feminista, sino que soy feminista”.
A partir de esa sola certidumbre, Esther Ferrer va acometiendo las incertidumbres de la existencia tomando su propio cuerpo como receptáculo donde vierte todo aquello que la conmueve: ya sea el paso del tiempo, la percepción de cierta belleza imaginaria circunscrita a la figura femenina y, sobrevolándolo todo, la conciencia de la fragilidad del ser amenazado por la finitud, el famoso “ser para la muerte’ que acuñó el filósofo Martin Heidegger.
‘Esther Ferrer: el cuerpo atravesado por el género, el espacio y el tiempo’ es una exposición que recoge una selección de su obra marcada por la incorporación, según describió Aizpuru, “del humor, lo sensorial, la piel, la experiencia y el contextualismo valiente”, por aquello de haber realizado un trabajo en el que “nunca ha hecho concesiones”.
El paso del tiempo da pie a preguntarse si, en la era del consumo acelerado de imágenes y del propio tiempo, su percepción ha cambiado desde aquellas performances de los 60 del pasado siglo a la actualidad: “Nos han acelerado la vida de una forma brutal”, que trasladada al mundo virtual que propicia la tecnología trae nuevas consecuencias. “Hoy en día hay performances en que lo físico es irrelevante, porque se hace a través de la tecnología. La presencia antes era entre tú y yo, mientras que ahora es otra cosa”.
Antes de aceptar sentarse para responder a una serie de preguntas, Esther Ferrer va dando cuenta de algunas de sus experiencias con relación a determinadas obras. Lo hace con la energía de quien, a pesar de haber alcanzado la noble edad de los 86 años, posee el brillo de una mirada que el tiempo va apagando, mientras la luz de la creatividad se empeña en continuar alumbrándola.
El cuerpo atravesado por el género, ¿se trata de una redundancia, dado que no hay cuerpo sin género en tanto una de las tantas categorías que utilizamos los seres humanos para conformar nuestra identidad, o de una forma para llamar la atención acerca de lo que nos constriñe y que usted pone en entredicho?
Bueno, el título lo ha puesto Margarita [Aizpuru, la comisaria], pero, en cualquier caso, el género es una construcción social como tantas otras. Entonces, yo cuando hablo del género, hablo de mí. En otras ocasiones podría hablar de las múltiples posibilidades del concepto, pero en este caso es de una mujer.
Los seres humanos solemos rehuir las categorías, sin embargo, los adolescentes quieren pertenecer a determinadas tribus urbanas donde buscan el reconocimiento que les ofrece cierta identidad. Entonces, ¿hasta qué punto las necesitamos y hasta qué punto se hace necesario el riesgo de confrontarnos con la vida fuera de ellas?
Sí, claro, los adolescentes necesitan reafirmar su identidad, pero en algunos casos, no. En mi caso, no trato de reafirmar nada, porque no sé nada. Y es por que no entiendo nada por lo que no dejo de intentarlo.
Una parte de su obra pone el acento en el paso del tiempo, en hacerlo visible mediante las huellas que ese tiempo va dejando en nuestros cuerpos. ¿Vivimos de espaldas a ello tratando de anular constantemente esas huellas?
Yo, en esas obras, quería representar el paso del tiempo gráficamente, porque la única forma de recogerlo es precisamente a través de esas huellas corporales. Cogí mi propio cuerpo, porque me resultó más fácil que utilizar el de otra persona, y por eso me han dicho muchas veces que soy una narcisista, cuando yo lo que hago es representar el paso del tiempo, una representación alejada del narcisismo y que se centra en mi propio envejecimiento.
Hay una imagen de Jane Fonda en el Festival de Cannes, que ahora mismo se está celebrando, que muestra su estupenda figura a los 86 años. ¿Vivimos en una época en la que todos deseamos mantenernos jóvenes, como si el paso del tiempo no fuera con nosotros?
Yo siempre lo he trabajado desde el punto de vista del tratamiento de la imagen, porque desde ese otro punto de vista de la pura edad todo es una jodienda, todo se degrada y, en fin, es lo que es. Pero yo lo que quiero representar es mi experiencia psicológica con respecto al paso del tiempo, pero siendo más realista, porque entiendo que la única manera de visionarlo es así.
¿Todo arte es performativo, en el sentido de que transforma aquello que escapa a nuestro entendimiento mediante su representación?
Si todo puede ser todo, nada es nada. Puede que sea así, pero siempre tratamos de normalizar lo que en el mundo no existe hasta que se lo nombra. Yo hago acciones a partir de determinados conceptos y después es el espectador el que ha de hacer sus propias interpretaciones.
¿Hasta qué punto el arte es catártico para usted?
Yo la única manera en la que me encuentro verdaderamente bien es cuando estoy trabajando. Y esa es una de las cosas por la que sigo haciéndolo. A mí, por otro lado, el arte me equilibra.
La comisaria Margarita Aizpuru la ha definido como una artista conceptual caliente, ¿se reconoce en ello o se siente más cómoda en la de artista feminista?
Primero tengo que decir que siempre te definen los otros. Y, después, que yo no hago arte feminista, sino que soy feminista, porque lo que hago es reflejo de lo que yo pienso. De manera que no me levanto por las mañanas para hacer arte feminista, sino que soy artista y, de repente, hago obras que, si quieres, pueden considerarse un acto feminista.
¿Usted con su obra levanta el velo de la realidad que nos protege del contacto con lo más áspero y escabroso del mundo?
No quiero ser pretenciosa. Yo hago lo que puedo y, cuando me hablan de lo que es ser artista, soy mucho más humilde. Trato de representar lo que me conmueve dejando a un lado la condición de artista. También he de decir que el arte, para mí, es una vía de conocimiento y que aprendo haciéndolo, de ahí que el proceso sea muy importante.
Junto a la aspereza de su trabajo se observa también mucha ironía. Como decía el cantante Peret, ¿es preferible reír que llorar?
[Erik] Satie decía que es más fácil hacer llorar que hacer reír. En mi obra es cierto que está presente el humor, pero yo no lo hago adrede; no lo hago para que la gente se ría, sino porque es así como quiero hacerlo. Y entonces la gente lo encuentra que es humorista y se ríe. Eso es todo.
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