Artista: Rafael Berrio
Álbum: Niño futuro
Año: 2019
Discográfica: Rosi Records
Hace poco me vi envuelto en un debate con unos kamaradas (sí, con k, como me gusta denominarles) sobre las virtudes de Rafael Berrio en una década 10 a punto de extinguirse, ya que al menos a nivel musical se tiende a analizar ese bloque cuando cambia la cifra de la decena. Nadie dudaba de la valía, talento e importancia del donostiarra pero un sector pensaba que sus principales valedores exagerábamos.
Como defensor acérrimo de Berrio me encantó que uno de mis más cercanos coincidentes manifestase en la amistosa controversia que tal vez estemos ante el mejor músico de los últimos 10 años. Reflexionando detenidamente después sobre ello llegué a la conclusión de que no me cabe la menor duda. Sí, no conozco ningún compositor, cantante o banda de pop-rock que en los últimos diez años haya parido cuatro estratosféricas obras maestras consecutivas del nivel de «1971» (2010), «Diarios» (2012), «Paradoja» (2015) o el más reciente «Niño futuro» (2019). Y ya no me refiero exclusivamente a España sino a todo el mundillo anglosajón donde más me prodigo.
Vayamos a «Niño futuro». Tenía el difícil trance de estar a la altura de una «Paradoja» que, gracias a unas letras existencialistas e influencias musicales de Lou Reed, sedujo tanto a un sector de la crítica especializada como a los más fans, aumentando su popularidad dentro de la geografía estatal, aunque mejor sería hablar de prestigio pues continúa manteniéndose como músico de culto para minorías selectas.
En una admirable evolución Rafa superó el reto y «Niño futuro» apunta a convertirse también en otro clásico nacional que será reconocido en su justa medida con el transcurso del tiempo, donde ha excavado en su universo y donde ha disminuido su aparente crudeza en pro de unas melodías sumamente elaboradas y barnizadas de un sofisticado pop-rock.
La poesía de la perdición en «Dadme la vida que amo», la deriva personal en «Considerando» con el acompañamiento femenino de Virginia Pina, el examen interior en «Mi álbum de nubes del cielo», el absurdismo de «Sísifo releva a Sísifo», el estremecedor duelo de «Tu nombre», la mística de «Abolir el alma» con otra compañía femenina como Elena Setién, la negrura onírica de «El horror», las intimidades de «Las tornas cambian», el inmenso catálogo revuelto de «Niño futuro» y ese descubrimiento infantil sobre la magia en «El truco era un resorte» son argumentos suficientes para reconocer que estamos ante otro portentoso artefacto sónico de nuestro letrista más culto y más peculiar.
Como dijo otro buen amigo deberían quemar todos los libros actuales de historia de la música pop donde no aparezca Berrio. La década 10 ha sido la suya. Larga vida a Rafael Berrio.
Juanjo Mestre