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‘Me llamo Eva. Mi lucha por ser mujer’, de Eva Vildosola
Alienta Editorial, 2021
“Estamos hartas de palos”. Así titulé un reportaje que me encargó el director de la Cartelera Turia a mediados de los años noventa sobre un colectivo de transexuales que denunciaban malos tratos de la policía y su situación de marginalidad. Fue mi primera aproximación a la disforia de género, un trastorno de origen desconocido que afecta a una minoría de la población produciendo una distorsión entre la identidad sexual de la persona y lo que su anatomía expresa.
En la primera década del siglo XXI volví a tratar el tema de la transexualidad en El Mundo de València en un contexto diferente. Los padres de una familia numerosa cuyo benjamín es transexual querían agradecer públicamente el apoyo recibido por parte de un colectivo para que su hijo emprendiera la transformación hacia el género con el que se identificaba a base de tratamiento hormonal en la adolescencia y luego con cirugía.
Hace poco llegó a mis manos un libro, ‘Me llamo Eva. Mi lucha por ser mujer’ (Alienta Editorial), que cierra un círculo, pues muestra que quienes fueron objeto de burla y oprobio ya pueden relatar su propia historia. Se trata de un testimonio fresco y valiente de Eva Vildosola, una joven navarra que cuenta los primeros años de su vida durante los que fue considerada chico. Creció en una dualidad, pues mientras su madre y abuela aceptaban el rechazo a su propio cuerpo y el deseo de jugar con muñecas o vestirse de niña, su padre y familia paterna la juzgaban como un bicho raro.
En la guardería Eva ya fue consciente de que algo no iba bien, pero no fue hasta los once cuando encontró algunas respuestas a las confusas emociones que experimentaba al curiosear en el ordenador de su hermano y toparse con la historia de la Veneno. Tras superar un intento de suicidio debido al acoso que sufría en su pueblo, con trece años se lanzó de cabeza a las redes sociales.
Más adelante se trasladó a Barcelona para estudiar Moda y allí sufrió una agresión en la calle que difundió en Internet. La imagen de su rostro magullado la catapultó a la fama y la convirtió de rebote en escritora pasajera, pues asegura que lo suyo sigue siendo el mundo de la moda.
“Escribí este libro para ayudar a abrir esas mentes que aún hoy se siguen resistiendo a ver la gran variedad de personas que existe y también para completar mi tarea en las redes”, dice Vildosola. Tras la operación de cambio de sexo afirma sentir libertad y paz mental y fisica. “Por ahora los retos que me quedan me los pongo yo, asi que no tienen nada que ver con los ya afrontados. Lo que más disfruto no es tanto el ser mujer, sino el simple hecho de ser yo”.
Lo más duro de la transformación fue “lo mucho que duró”, y lo que más le ayudó “la cantidad de personas buenas que me rodean”. A quienes se encuentren en su misma situación les aconseja, «que luchen, que van a ser muy felices. Que no busquen amor en nada ni nadie, solo en ellos mismos y que pidan ayuda a quien sea».
Hoy lo ‘trans’ está en boca de todos y la mayoría de los jóvenes occidentales asumen esa condición con naturalidad. El imaginario trans ya cuenta con una nutrida nómina de personajes amados por el público, como Jules de la exitosa serie de HBO, ‘Euphoria’, entre otros y otras. Incluso la novela negra, hasta hace unos años reducto de masculinidad cargado de testosterona, les ha abierto paso, como en la serie policiáca ‘Sofía Luna’ de Antonio Mercero, hijo del cineasta, protagonizada por un inspector que con un hijo adolescente decide dar el gran paso enfrentándose al rechazo de sus compañeros.
Mercero se ha revelado como uno de los integrantes del trío de varones que, bajo el seudónimo Carmen Mola, han publicado varios títulos de novela negra en Alfaguara, recientes ganadores del Premio Planeta 2021 (del millón de euros), que ha desencadenado un aluvión de protestas en ciertos sectores.
En la ficción televisiva el personaje de Álvaro/Alba Recio, interpretado por el actor valenciano Víctor Palmero, en la serie ‘La que se avecina’ fue, aunque en clave frívola, un hito importante. Los medios de comunicación son clave para luchar contra los estereotipos discriminatorios. El reportaje ‘Sexo sentido’, emitido en junio de 2014, permitía a las familias compartir su problemática en torno al hijo que proclamaba tener «un sexo equivocado». Por primera vez en la historia se abordaba públicamente y sin tapujos un tema tabú.
Pero conviene recordar que no siempre fue así. Si en los ochenta los homosexuales empezaron a salir del armario y normalizar su presencia en la sociedad, aunque siempre con excepciones, en las primeras décadas de este siglo los transexuales emprenden un camino semejante. Un camino tortuoso y plagado de obstáculos, que hoy día se puede recorrer con el apoyo de la medicina y de una atmósfera social más abierta a las «diferencias». Aunque en ciertos sectores todavía persista la condena y el rechazo, se puede hablar con libertad de lo que durante siglos suponía el destierro social y un destino trágico.
La transexualidad ha existido siempre pero oculta bajo capas de reprobación y vergüenza. Por ello escasean los testimonios históricos de quienes sufrieron antaño disforia de género. La excepción más notable es la llamada ‘Monja alférez’, Catalina de Erauso, una vizcaína que a principios del siglo XVII se escapó del convento dominico donde residía para emprender una increíble vida de lances y aventuras. Viajó como hombre por España hasta que embarcó hacia las Américas, donde ejerció varios oficios y fue soldado.
Por su afición a los naipes y a las trifulcas tuvo problemas con la justicia y al final fue su sexo negado, el confesar que anatómicamente era un mujer, lo que le salvó del cadalso. Se dice que escribió sus memorias a su regreso de ultramar, dos siglos más tarde publicadas en París.
En su libro ‘Donde nadie te encuentre’ Alicia Giménez Bartlett recuperó la figura de la Pastora una guerrillera antifranquista. Teresa o Florencio Pla Messeguer padecía la distorsión en su identidad sexual, además de un valor y una resistencia física encomiables. Formó parte del AGLA (Agrupación de Guerrilleros de Levante y Aragón) en la zona de les Ports, luego pasó a Andorra, hasta que en los sesenta fue detenida y encarcelada durante 17 años. La última etapa de su vida la pasó tranquila e ignorada en el pueblo valenciano de Olocau.
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