Secret Garden. Perceval Graell y Hans Some
Casa del Cable
Av. Marina Española. Xàbia, Alacant
Hasta el 8 de mayo de 2016
“En consecuencia la influencia de otras disciplinas en el proceso de creación es fundamental desde el inicio para establecer la relación entre la emoción y la técnica, entre la estructura y lo poético”
José Manuel López López
Cuando contemplamos dos obras de arte relacionadas por un marco de contigüidad espacio-temporal, inmediatamente no deslizamos hacia convenciones argumentales. ¿Existe una influencia recíproca? ¿Cabe desentrañar una intención dialógica? Parece que la tarea del espectador consiste en construir algún tipo de sentido al binomio y por ello recurre a las estructuras de pensamiento que tenga más a mano. Un poco de analogía de la forma, pequeñas gotas de conceptualismo curatorial, una dosis de posicionamiento artístico, de dialéctica y exploración de la materia. Fuegos de artificio, tan banales como irrelevantes. Casi tanto como las rocambolescas explicaciones que el galerista despliega ante el coleccionista en una feria de arte. Allí se legitiman transacciones financieras, aquí discursos para engrasar el sistema del arte.
Y sin embargo, algo en las tripas nos dice que estamos ante una manifestación veraz cuando dos artistas, desde estructuras de lenguaje diferentes, se entienden. Hans Some y Perceval Graells lo hacen. Su acorde suena. Da igual que el humus del jardín secreto tenga una composición esencialmente distinta. Tampoco importa que los procesos artísticos transcurran por rutas paralelas. El resultado rima porque el receptor reconstruye lo que no existe o lo que existiendo no puede trascender, pues es efímero y contingente.
La poesía reverbera, dibuja ecos en el tiempo y coloniza los espacios. Esa poesía polifónica puede nacer del microtiempo o del macroespacio, componer un valor tímbrico o melódico, estallar en la forma o negarla. Pero cada jardín tiene sus flores y el polen vuela como los sueños hasta la vigilia del que mira. Sencillamente, dos artistas y sus obras titilando en el firmamento escrutado por la mirada estereoscópica.
Uno de ellos, Hans Some, trabaja la escultura y, por tanto, el combate entre la materia y la forma, la energía resultante y las consecuencias expresivas de todo ello: tiempo, espacio, volumen, velocidad, vacío, calor, frío, etc. Nuestra mirada resbala por las piezas como una mano acariciadora. La percepción visual y háptica marcan itinerarios para recorrer todas las tensiones que estallan en cada obra, salpicando al que observa y dejándolo impregnado de placenta primigenia.
Empezando por la forma anguloesférica o cudrancircular, siguiendo por las secuencias disruptivas, la organicidad entrópica o la arqueología del futuro. Toda divergencia es conciliable cuando el fuego alcanza la temperatura necesaria. Otra más: la anulación del tiempo que congela la forma es también supresión del espacio. El magma interior coloniza la superficie, la transfiguración de la materia crea nuevos paisajes tras el vómito y el desvelamiento de la carne.
La belleza en sus sphids y otras series y piezas está más allá del sujeto, porque éste renuncia al control y admite la genialidad del caos. Reside más bien en la libertad con que se desafían los límites. Es de otro orden. Estriba en el coraje del mensajero y en la valentía del que mira. Un juego mágico, que reconoce la cualidad de lo ancestral y la mediación del artista.
Pero esta mediación no se fundamenta en la inspiración sino en la desfiguración. El poder de lo arcaico cobra carta de naturaleza a través de la experiencia volitiva que compromete la corporeidad misma del objeto y del sujeto. Verdades a martillazos, entender a golpes, experimentar el dolor. Lugares del lenguaje, pero también ideas-fuerza a las que asirnos.
Tal vez por ese radical ensimismamiento antrópico, las esculturas de Hans Some tienen algo de ingenioso, aletean como aves fénix despidiendo y atrayendo fuerzas telúricas. Una gravitación que las modula sobre el plano terrestre y las plasma a modo de amebas de hielo o las proyecta hacia el espacio, desintegradas en mil formas punzantes o arborescentes. A veces la tensión se resuelve en fractura y la fractura se restaña, como la vida misma cura las heridas.
Esta desconcertante sinfonía se macera en crudo, a través de las recetas del inconsciente y por eso alimentan el alma mejor que los platos racionales, aliñados con certezas y servidos al punto de consciencia. Paradojas del arte, nada puede ser si parece.
Serenamente disonantes, las pinturas de Percevall Graells lanzan sus mensajes emotivos a través del color y la forma. Indiferentes y coherentes al mismo tiempo, interpelan al ojo atento desde su aparente ensimismamiento. La atonalidad de la forma escultórica encuentra la réplica tímbrica de la pintura. El lienzo es un puro aliento expresivo que conecta el gesto con la emoción y trabaja desde el color y la forma, a veces apropiándose del signo, una dimensión poética.
Tampoco aquí hay treguas significantes, ni la certidumbre de una conexión con el sujeto. Es pintura y dejaría de serlo si buscara referentes. Funciona como invitación a observar el fruto sensible de lo vivido. Es la antítesis del mapa, una no-cartografía. Inextricable e in-significante, su falta de pretensión la dota de fuerza.
Como la poesía o la música, hay distintos elementos a considerar. Pero no se atienen a las reglas perceptivas ni buscan el aplauso desde los palcos o el patio de butacas. Su razón de ser reside en la capacidad de revelar nuevas combinaciones de la forma, el color y la materia, no por azarosas menos concluyentes. Resulta normal que lo intangible solo pueda encontrar su cauce expresivo a través de lo ininteligible. El ritmo y la seriación se alternan con el apunte o la deriva. El estallido de la forma puede resultar equivalente a una implosión afectiva. No hay itinerarios ni rutas, porque cada obra es la hoja del diario íntimo del artista que el aire vuela y modela hasta depositarla sobre la piel desnuda del que yace en la mirada.
¿Y todo esto cómo combina? Muy sencillo: La energía es trabajo, el trabajo se expresa por el movimiento y la variación solo se entiende de modo relacional. A fin de cuentas, armonía
Jordi Navas