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‘Fernando Botero. Sensualidad y melancolía’
Comisariado: Marisa Oropesa
Obras procedentes de la Galería Fernando Pradilla, la Galería El Museo de Bogotá y de colecciones institucionales y particulares
Fundación Bancaja
Plaza Tetuán 23, València
Del 10 de marzo al 3 de septiembre de 2023
“Desde que empecé a pintar tenía un gran interés en el volumen. Cuando llegué a Europa leí mucho a Bernard Berenson, el famoso crítico estadounidense que escribió la historia del Renacimiento italiano y él hace un gran elogio del volumen. Me sentía identificado completamente con esas ideas”, dice el propio Fernando Botero en una de las citas de la exposición ‘Sensualidad y melancolía’, que supone su primera retrospectiva en Valencia y que acoge la Fundación Bancaja.
Pues bien, entre algunas de las reflexiones del citado Berenson, conviene destacar esta: “Parece que el arte florece mejor donde el hombre tiene que corregir la naturaleza, donde no se desanima por su abundancia”. De hecho, Botero diríase transido por el ímpetu y el vigor que le animó a no dejar de corregir esa naturaleza –ya sea exterior o la propiamente interior de las cosas y de las personas–, con el fin de construir un universo caracterizado por la abundancia.
Una pasión que, lejos de ir decreciendo con el paso de los años –ya acumula 90–, no ha dejado de inyectar al conjunto de su vasta producción, como si el paso del tiempo fuera un acicate más a la hora de apurar esa emoción desbordante. Y, en esto, también parece seguir a Berenson cuando dice: “Matar el tiempo, en lugar de utilizarlo como la verdadera esencia de la vida vivida y no solo pasada, es el pecado de los pecados”.
Botero seguro que se apuntaría, igualmente, al deseo manifestado por el crítico estadounidense, abundando en esa necesidad de aprovechar el tiempo como si no hubiera un mañana: “Me gustaría estar en la esquina de una calle transitada, con un sombrero en la mano, y rogar a la gente que me tiren todas las horas que han desperdiciado”.
Esa necesidad de acrecentar –¿de engordar?– el tiempo escaso que nos ofrece la vida, se traslada a la obra de Botero, cuyos bodegones, paisajes y figuras no caben en sí del gozo que irradian. La comisaria Marisa Oropesa habló de la sensualidad y de la melancolía del título como las “dos caras de la misma moneda”. Sensualidad, sin duda derivada de esa inyección de color en su trabajo y de esas formas abundantes, que dan luego pie a una melancolía por el tiempo que se nos escapa.
Una melancolía que, según el galerista Fernando Pradilla –uno de los donantes de obra para la exposición– es “una manera metafórica de la nostalgia”, añadiendo que “cuando vemos el cuerpo de obra de Botero, la gran mayoría de su trabajo gira en torno del mundo que vivió cuando era un chico en Medellín: la vida religiosa, la vida en la playa, las personas”.
Melancolía también vinculada con la angustia a la que se refirieron los filósofos Kierkegaard y Heidegger, y que tendría su raíz en cierto exceso de carga libidinal destilada por la bilis negra de la que procede esa melancolía ligada, a su vez, con la creatividad y la depresión. De manera que, buscando el artista la solidez –mediante los volúmenes y las masas–, termina dándose de bruces con la fragilidad líquida de lo perseguido.
Fernando Botero, lejos de dejarse abatir por esa melancolía, lo que hace es precisamente aumentar el volumen de las cosas perecederas, para que ni la piel de los frutos, del paisaje y de los cuerpos, deje de brillar con una abundancia desproporcionada; como si la efímera existencia encontrara su antídoto en la exageración, el derroche y cierta pasión incombustible.
De nuevo, Berenson: “Cuando todo lo demás, física y mentalmente, parece disminuir, la apreciación de la belleza está en aumento”. En este sentido, Botero contrapone la pequeñez de la existencia con la grandeza de los sujetos que la habitan, siendo estos –en su insoportable levedad fruto de la conciencia por el paso del tiempo– quienes se agiganten contra toda lógica.
“Su interés por el volumen aparece de forma innata, que se acrecienta cuando ve que puede variar las proporciones de las cosas, además de ser un magnífico colorista”, sostiene Pradilla. Esa desproporción, Oropesa la sitúa en el momento en que Botero se da cuenta del agujero pequeño de una guitarra y decide agrandarlo. No entiende que la música –esa que, igualmente, agranda nuestros corazones– puede salir de una oquedad tan diminuta.
De manera que habría que invertir los términos del título de la exposición, porque, en el caso de Botero, primero vendría la melancolía, por aquello que inundó de gozo su más tierna infancia, y después la sensualidad depositada en esos volúmenes cuya grandeza contrarresta la más mínima intención de dejarse abatir por las vivencias perdidas.
“No puedes deformar, si no sabes formar”, destacó Oropesa, para subrayar el “dominio perfecto del dibujo” que poseía Botero. Su necesidad de transmitir la grandiosidad de la vida pasaba por ese control técnico de un dibujo que luego, paradójicamente, desechaba para que nada pudiera contener el placer inmenso que le producían las formas que tanto le cautivan.
En cualquier caso, ‘Sensualidad y melancolía’ –que reúne en Fundación Bancaja 45 obras, muchas de ellas inéditas– es una fiesta de los sentidos en la que participan sus figuras gordas –“es una palabra que él desterraría”, resaltó la comisaria– para que, ahora sí, mediante sus volúmenes exacerbados ofrecer un testimonio de la existencia que se nos va y que Botero se empeña en mantener contra viento y marea. Un artista homérico que halla en la desproporción de las formas el derroche que anima la vida.
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