#MAKMAEntrevistas #MAKMAArtistas | Fernando García del Real
Los obras de Fernando García del Real (València, 1967) son un canto a la elegancia y la evocación. Sus composiciones beben de la tradición del collage, pero abandonan tijeras y pegamento para sumergirse en un infinito digital donde referencias, vivencias y talento juegan sutilmente hasta armar composiciones sugerentes y rotundas que transitan entre retazos de memoria heredada y belleza contenida.
En el imaginario de este artista de timidez exquisita, afán perfeccionista, siempre atento al detalle más pequeño, asoma un íntimo repertorio de elementos simbólicos y conceptuales que le acompaña y al que se aferra en busca de inspiración.
Un dibujo de Tintín, un trazo de Tàpies, un reloj paterno, una silueta de los Beatles, un garabato de su hijo Mateo…, se cuelan en sus collages uniéndose a una selección de imágenes preexistentes rescatadas de la publicidad, el arte, el cine, la música, la arquitectura o la literatura, filtrada desde una mirada esteta que transforma la esencia de lugar y tiempo y otorga al resultado una patina de ensoñación y aire retro.
En esta conversación hablamos con él sobre su infancia, su trayectoria como pintor, su pasión por la música, por el diseño gráfico, de sus influencias artísticas y de sus últimos proyectos.
¿Qué recuerdos tienes de tus primeros contactos con el arte y con la música?
Me ha gustado pintar y dibujar desde pequeño. Cuando tenía unos 7 años, me entretenía personalizando los planos de viviendas de los anuncios de inmobiliarias que salían en el periódico y siempre reservaba un espacio de la casa para mi estudio. También recuerdo que leía muchos cómics, sobre todo ‘Tintín’. Me encantaban sus aventuras y, especialmente, los dibujos de Hergé, sencillos, limpios y minuciosos. Y esos colores planos tan atractivos.
En cuanto a la música, estudié guitarra en el colegio como tantos otros niños de mi quinta. En aquella época, o ibas a judo o jugabas al fútbol o tocábas la guitarra. Cuando empecé a descubrir a los Beatles, a los Stones, etcétera, con 15 años, decidí que yo también quería hacer música y formé con unos amigos del colegio Estado de sitio, mi primer grupo. Le robamos el nombre a una canción de Nacha Pop.
¿Tuviste siempre clara la idea de estudiar la carrera de Bellas Artes?
Cuando terminé COU pensé matricularme en Bellas Artes, pero cuando llegó el momento, no me atreví. No conocía a nadie que estudiara esa carrera y, entre esa indecisión y cierta presión familiar, acabé en Económicas. En segundo tuve clarísimo que los números no eran lo mío y, entonces, la decisión sí fue fácil. Y acertada. Me encantó estudiar una carrera que me ha pemitido estar siempre vinculado al arte de una manera u otra.
¿Qué te viene a la memoria cuando echas la vista atrás y retrocedes a aquellos tiempos de universidad de finales de los años 80 y principios de los noventa en València, tus primeras exposiciones…?
Recuerdo mucho el ambiente tan vivo que había en la facultad, sobre todo comparado con mi vivencia universitaria en Económicas. Y ese contraste me hacía verlo todo muy moderno, que por otra parte lo era. Por ejemplo, ibas a tomar un café al bar y te encontrabas una performance de un alumno desnudo, con todo el cuerpo pintado de verde, saltando de mesa en mesa.
También eran comunes las exposiciones improvisadas en el hall. A nivel académico, era una época en la que convivían profesores de la antigua escuela y otros muy jóvenes, con ideas muy frescas…, y esa mezcla era muy enriquecedora. Llegar a clase también era una aventura. Ahora piensas en el Politécnico y lo ves muy cerca, pero entonces los alrededores no estaban urbanizados, había que atravesar huertas y descampados…
Además de ir a clase, parte de mi formación se la debo, también, a todo el arte que consumía. Me conocía y me conocían en todas las galerías de València porque no me perdía una exposición. También era la época del IVAM de Carmen Alborch, donde acudía muchas tardes de domingo.
Además, había Ayuntamientos de bastantes pueblos y ciudades sensibles a la cultura que organizaban premios y bienales de cierto prestigio. Me presenté a muchos y también tuve la fortuna de ganar varios. La dinámica de estos certámenes incluía exposiciones colectivas de la obras seleccionadas, y eso ya era un premio. Años más tarde, llegaron las primeras exposiciones individuales en casas de la cultura, en la Esfera Azul de València, en la galería Formiguer de Castellón…
Háblame de tu recorrido con Girasoules, una banda imprescindible hoy para componer la escena musical de los noventa en nuestra ciudad.
Después de la aventura con Estado de sitio, me junté con otros dos compañeros del colegio y formamos los Girasoules, con los que he estado media vida y he tenido la suerte de vivir experiencias únicas, como la de irnos a grabar discos a Los Ángeles o a Londres. También de tocar en conciertos increíbles dentro y fuera de España.
En Puerto Rico llegasteis a arrasar, sonabais en todas las emisoras, os perseguían los fans… ¿Cómo viviste esos momentos fugaces de éxito?
Sabíamos que nuestro segundo disco había tenido éxito allí, pero no lo que nos encontramos. Éramos número uno, había gente esperándonos en el aeropuerto, nos paraban por la calle para pedirnos autógrafos y hacerse fotos con nosotros, nos invitaban en los bares… ¡Como si nos hubieran dado el carnet de estrellas del rock ‘n’ roll por una semana!
Participábamos en un festival que abríamos con un concierto en un anfiteatro, en una punta de la isla, y lo cerrábamos con otro en una playa en la otra punta, y nos llevaron de uno a otro en avioneta y escoltados por la policía; imagínate la locura… Nosotros veníamos de tocar en València en garitos como Babia, Amordiscos o Gasolinera, con aforos pequeñísimos…
Hace poco habéis vuelto a tocar juntos…
Sí, llevábamos mucho tiempo con la idea en la cabeza, pero por unas cosas u otras lo íbamos dejando. Y, por fin, nos pusimos todos de acuerdo en juntarnos de nuevo. La idea era hacer un único concierto, algo así como la despedida oficial que nunca hicimos, pero acabamos repitiendo en El Loco y tocando también en Rockola, en Madrid. Y ojalá podamos hacerlo alguna vez más cuando la maldita pandemia lo permita, seguro.
Durante décadas la pintura ocupó tu vida. ¿Qué rasgos definen tus cuadros de entonces?
Inicialmente, hice una pintura muy matérica, con muchas texturas, con una clara influencia de Tàpies. Son cuadros que increíblemente siguen en pie pese al peso de tanta materia… Después, evolucioné hacia una pintura más minimalista, en la que daba mucha importancia a los fondos, superfícies muy trabajadas y elementos centrales pequeños. Había siempre un juego de perspectivas y volúmenes, mucha preocupación por la luz y la sombra.
En 2012, te alejas de lo matérico y comienzas a realizar collages digitales. ¿Cómo sucede este cambio?
Fue una evolución. Por asuntos laborales y familiares pasé del lienzo al papel, del gran formato al pequeño, pero manteniendo el mismo tipo de obra. También intenté trasladar ese estilo al mundo digital y no cuajó. Pero la idea de trabajar en el ordenador seguía rondándome y, en 2012, gracias a una propuesta de Vicente Talens, hice mi primer collage digital y se me abrió un mundo nuevo.
Tus obras están plagadas de influencias personales, referencias musicales, cinemátográficas…
Un poco sí, la verdad, porque, aunque de manera sutil, mis obras son bastante autobiográficas. Vuelco experiencias, influencias, sueños… Son historias muy diferentes que beben del cine, la arquitectura, la literatura, las portadas de discos…, y todo con un denominador común que es ese ambiente retro, ese lenguaje publicitario, de cartel.
Hace muchos años que trabajas como diseñador gráfico. ¿Cómo te iniciaste profesionalmente en ese campo?
Al terminar Girasoules, un amigo que tenía una agencia –y que es un tipo muy franco y práctico– me dijo algo así como: “Fernando, déjate de músicas y pinturas y vente conmigo, que necesitas labrarte un futuro”. Y me convenció. Seguí pintado, pero estuve un año con él aprendiendo el oficio. Hice varios cursos de programas de diseño y maquetación y, a partir de ahí, me salió la oportunidad de un primer trabajo con nómina. Desde entonces, he pasado por diferentes agencias y siempre he sentido como un privilegio haber estudiado Bellas Artes, por los conocimientos adquiridos sobre el color, la composición, etcétera, que he podido aplicar a mis diseños.
¿Con qué trabajos disfrutas más como diseñador?
El diseño se parece mucho a pintar un cuadro porque también partes de una hoja en blanco a la que tienes que ir dando vida, aunque, en este caso, el producto final no te tiene que gustar a ti, sino al cliente. Disfruto, en general, con todos los trabajos que hago, pero me gusta especialmente cuando me enfrento, por ejemplo, a la imagen corporativa de una marca atractiva, al diseño de un CD o al de un calálogo de pintura. También me atrae el hecho de hacer cosas muy diferentes, de llevar varios trabajos entre manos a la vez. Es un reto diario.
¿Quiénes son tus referentes?
Entre mis referentes hay diseñadores míticos como Vaughan Oliver, conocido de las portadas de los Pixies o David Carson y Neville Brody, que en su día fueron muy rompedores. Admiro la estética de Massimo Vignelli, los carteles de Saul Bass, los logos de Paul Rand… Y en València también hay grandes nombres del diseño, como Paco Bascuñán –a quien tuve el placer de conocer porque diseñó varias portadas de los Girasoules–, Marisa Gallén, Pepe Gimeno, Nacho Lavernia, entre otros.
En los últimos meses varios de tus carteles se han podido ver en las exposiciones del Muvim y del Centre del Carme, también varias de tus obras se han expuesto en el Museo del Ruso de Alarcón…
Sí, he tenido la suerte de participar en dos exposiciones de carteles muy seguidas. En el Centre del Carme, con tres obras muy diferentes, dentro de una exposición sobre el cartelismo valenciano de los últimos 20 años –organizada por el Consorci de Museus en colaboración con la Asociación de Diseñadores de la Comunitat y comisariada por Boke Bazán y MacDiego–, y en el Muvim, con dos collages para la exposición del concurso de carteles organizado por MAKMA. En el Museo del Ruso he expuesto en varias ocasiones y siempre es un placer volver a Alarcón.
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