‘Fin de Siglo’, de Lucio Castro
Argentina, Estados Unidos, 2019
Con Juan Barberini, Ramón Pujol y Mia Maestro
Estreno en España: viernes 13 de diciembre de 2019
Como si se tratara de una visión profética, la opera prima de Lucio Castro (Buenos Aires, 1975), ‘Fin de Siglo’, trae consigo un buen augurio para el director argentino, que encamina su trayectoria fílmica con una pieza estremecedoramente bella y sugestiva. Seleccionado por el Departamento de Cine del MoMA de Nueva York para formar parte del ciclo ‘The Contenders 2019’, su fortuna crítica podría llevar al filme a triunfar, hasta convertirse en un clásico de culto. La película ha tenido una muy buena acogida tanto por parte de la critica española como internacional, y se estrenará en los cines de nuestro país el próximo 13 de diciembre de 2019.
En las antípodas de las ficciones de consumo rápido a las que hemos terminado por acostumbrarnos, los ochenta y cuatro minutos de la cinta nos conducen a una historia de amor casual, en la que confluyen lenguajes que transitan entre el ayer y el hoy. Sin caer en la fantasía estereotipada e hiperexplotada por el cine más comercial –donde abundan personajes construidos para satisfacer al público heteronormativo–, la obra expone relatos crudos y personajes reales en los que por fin poder vernos reflejados. Huyendo de las consabidas narrativas de adolescentes que descubren su sexualidad de manera temprana, los protagonistas de ‘Fin de Siglo’ comienzan a peinar canas y construyen discursos maduros basados en vivencias adultas, donde prima la experiencia. La sexualidad explícita de algunas de las escenas quizás sorprenda al espectador menos avezado que, sin duda, podrá aprender y disfrutar de la belleza lúbrica del filme y sus diálogos.
A través de planos fijos, a modo de ventana indiscreta, Lucio Castro consigue satisfacer nuestro deseo escópico de mirar sin ser vistos y nos permite acceder al mundo de Ocho, sus pensamientos, dudas y deseos. Los planos subjetivos nos permiten empatizar con el personaje, conocerlo de una manera casi inconsciente a través de esos momentos en los que el silencio se adueña del tiempo y la soledad es grata compañera. Rutinas que remedan a las propias y que consiguen que el espectador naufrague en la realidad del protagonista.
La gama de colores poco satinados y fríos, con predominancia de matices añiles, contrasta con las tonalidades cálidas que explotan la anatomía de ambos actores. Haciendo uso de imágenes recurrentes en nuestro imaginario colectivo –como la del hombre emergiendo del mar junto con un brillante caleidoscopio de planos y encuadres–, Lucio Castro consigue conjugar la sexualidad de Ocho con el entorno en el que habita. Lugares laberínticos en los que la vegetación y el hormigón armonizan en una particular visión de la ciudad de Barcelona. Espacios como el Museu del Perfum, el Museu Nacional d’Art de Catalunya o el Parque del Laberint d’Horta acompañan a Javi y a Ocho mientras fantasean con proyectos y futuros en los que el cambio de centuria supone un antes y un después en sus vidas.
El filme, de manera límpida, expone las complejidades del mundo relacional en coexistencia con la sencillez con la que hoy en día planteamos nuestros encuentros sexuales, gestionados por aplicaciones que han terminado por asesinar al ya ajado coqueteo. Normas y reglas que se desvanecen en lo etéreo cuando uno vive enamorado del hoy.
La vida sin tiempo, el tiempo sin vida, dicotomías presentes en el filme y por las que nos dejamos llevar, abandonándonos al presente más absoluto, donde la perdurabilidad del futuro y sus cadenas son un súcubo que se escapa por la ventana cada mañana de sábado. Amaneceres en camas extrañas que, en ocasiones, nos hacen sentir como en casa. Miradas que con los primeros albores del sol atraviesan el alma y hacen de lo fugaz un instante eterno, en el cual dudamos si aún soñamos o jamás estuvimos tan despiertos.
¿Qué queda de nosotros cuando cerramos la puerta tras un encuentro? ¿Qué se lleva el otro al irse? Souvenirs emocionales que nos persiguen como pesadillas en sueños recurrentes, acentuando la soledad patente o la deseada, haciendo figura nuestros miedos y deseos. ‘Fin de siglo’ no deja indiferente; conectando pasado, presente y futuro, construye una narrativa compleja en la que proliferan las visiones especulares de aquello que pudo ser y nunca fue. Relatos que nos incomodan y desorientan, interpelándonos directamente a reconocer las posibilidades de nuestro presente.
Andrés Herraiz Llavador