#MAKMAArte
Francesca Woodman y Julia Margaret Cameron: retratos para soñar
Comisariado: Magdalene Keany
En colaboración con la National Portrait Gallery de Londres
Institut Valencià d’Art Modern (IVAM)
Guillem de Castro 118, València
Del 11 de julio al 20 de octubre de 2024
“Todas las fotografías son memento mori”, afirma Susan Sontag en su ensayo ‘Sobre la fotografía’. Y lo justifica así: “Tomar una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa. Precisamente porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografías atestiguan el paso despiadado del tiempo”.
No solo eso, sino que Sontag ve en las imágenes fotográficas algo que rima con la melancolía que abate al ‘Hamlet’ de William Shakespeare, cuando pronuncia su famoso: “Morir, dormir; dormir, tal vez soñar”. De hecho, la escritora y filósofa neoyorquina concluye: “Como el fuego del hogar, las fotografías incitan a la ensoñación”. Ensoñación ligada a la nostalgia: “La fotografía es un arte elegíaco, un arte crespuscular”.
Aunque Susan Sontag ya recoge en las páginas de su ensayo el nombre de Julia Margaret Cameron -no así el de Francesca Woodman-, lo cierto es que todo lo anteriormente apuntado calza como un guante en la práctica fotográfica sostenida por ambas artistas y de la que se hace eco el Institut Valencià d’Art Modern en la exposición elocuentemente titulada: ‘Retratos para soñar’.
En colaboración con la National Portrait Gallery de Londres, el IVAM reúne 140 fotografías de Woodman y Cameron, quienes, separadas por un siglo de diferencia, coincidieron en su manera de contemplar la realidad a través de sus retratos. Retratos que reflejaban esa nostalgia de lo vivido por querer apurar un instante que, irremediablemente, se da enseguida por perdido.
Da lo mismo que Julia Margaret Cameron (1815-1981) viviera más, mucho más, que Francesca Woodman (1958-1981), porque lo cierto es que en sus fotografías late una misma atmósfera de ensoñación, sin duda cultivada en ese fuego del hogar que cada una percibió de manera distinta, pero con esa idéntica doblez del fuego como metáfora de calidez y de abrasamiento.
Por eso, invirtiendo los términos del monólogo de ‘Hamlet’, podríamos decir que soñar, sin duda soñaron las dos, pero morir, de forma intempestiva y suicida, solo alcanzó a Woodman, cuyas imágenes destilan con una fuerza inusitada ese memento mori que, según Sontag, posee toda fotografía.
Sonia Martínez, directora adjunta del IVAM, y Georgia Atienza, en representación de la National Portrait Gallery, subrayaron que el diálogo entre ambas artistas se hacía, “no desde lo biográfico, sino desde la fotografía como categoría de arte”. “No registraban la realidad, sino que ponen en juego el intelecto y la imaginación”, resaltó Martínez. “Exploraban y experimentaban por medio del retrato”, añadió Atienza.
Dejando de lado ese carácter biográfico que, en el caso de Woodman, posee los caracteres románticos llevados a su máxima expresión por Goethe en ‘Las penas del joven Werther’, no cabe duda que sus fotografías apuntan a ese fondo en el que la figura se desvanece o se mimetiza con la materia. De hecho, en una de sus fotografías en blanco y negro, vemos unas piernas proyectándose sobre el suelo a modo de inquietantes siluetas agrietando el pavimento. O, también: como si el pavimento fuera la tumba de la que han salido esas piernas.
Y es que el tema del doble atraviesa el trabajo no solo de Woodman, sino de Cameron, en una nueva vuelta de tuerca del “ser o no ser” hamletiano. El doble que, junto a la reivindicación del espacio, los ángeles, la mitología, las cariátides, la feminidad, los modelos y musas, y los hombres, forma parte del conjunto de secciones sobre las que pivota la exposición.
“Para Cameron, la duplicación es a menudo un recurso visual que ayuda a contar historias, sobre todo en relación con las narraciones bíblicas que identifica en los títulos de sus obras”, se apunta en el citado apartado sobre los ‘Dobles’. Woodman, por el contrario, “emplea la duplicación como parte de su exploración de la composición”, al tiempo que crea “retratos superpuestos en reflejos de espejo dentro del encuadre”.
Podríamos decir que Cameron representa, mientras que Woodman, representando, utiliza su propio cuerpo como objeto mismo de la representación, dado que es en él donde encuentra el misterio del fuego que anida en su interior. El propio título de la exposición, ‘Retratos para soñar’, procede de una observación de la propia artista: “Las fotografías son lugares donde el espectador puede soñar”.
“Muestro”, dirá también Woodman, “lo que no se ve: la fuerza interior del cuerpo”. Una fuerza tan inenarrable como emparentada con los sueños mismos, a veces tan intensos que lindan con la pesadilla. En las imágenes de Woodman se van dando la mano el misterio y cierto terror; la belleza y lo siniestro; la inocencia juvenil y la perversidad de quien juega con aquello que conduce al abismo.
Francesca Woodman produjo, en apenas ocho años -de los 13 a los 21 de su muerte-, 10.000 negativos y 800 fotografías, siendo su ‘Autorretrato a los 13’ (Self-portrait at thirteen) la que digamos inicia su vasta producción, y en la que se le ve a ella, sentada y con el pelo revuelto, accionando la cámara con un palo a modo de antecedente del más actual selfi.
Julia Margaret Cameron, por su parte, empezó tarde con la fotografía, pero produjo igualmente una gran cantidad de obras, entre las que destaca su autoproclamado primer éxito, ‘Annie’ (1864), retrato de Annie Wilhemina Philpot, y en la que ya se observa la influencia que ejerció en ella la pintura pre-Rafaelita.
Los ‘Retratos para soñar’ de Woodman y Cameron evidencian la inclinación de ambas por captar la realidad sin apego a la misma. O, por decirlo con otras palabras: su realidad nada tiene que ver con la objetividad, sino con la subjetividad de quienes se sienten concernidas por el misterio que las habita. Un misterio ligado al carácter poético que atraviesa las fotografías de ambas artistas.
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