#MAKMAEscena
Entrevista a Fuensanta ‘La Moneta’
‘Subir y bajar escaleras’
Con las bailaoras Javiera de la Fuente, Fuensanta ‘La Moneta’ y Ana Morales
Textos de Pedro G. Romero
En el marco de la exposición de Teresa Lanceta
IVAM
Guillem de Castro 118, València
27 de enero de 2023
En ‘Una aproximación a los fenómenos psíquicos’, que aparece en el libro ‘Sin plumas’, de Woody Allen, dice el autor neoyorquino: “No hay duda de que existe un mundo invisible. El problema es: ¿queda muy lejos del centro? ¿Y hasta qué hora está abierto?”. Si nos atenemos a las coordenadas de València, el big bang de esos mundos paralelos se produjo a menos de dos kilómetros, en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM). La fecha: el pasado 27 de enero.
Allí, la bailaora Fuensanta ‘La Moneta’, Javiera de la Fuente y la Premio Nacional de Danza Ana Morales dieron vida a la propuesta de Pedro G. Romero, ‘Subir y bajar escaleras’. Una excusa para arrancar del lienzo y el telar la obra de Teresa Lanceta y reubicarla en tres cuerpos encastrados en el flamenco, guiados por una voz con carraspera.
Antes del recital, mientras el museo se iba llenando de murmullos dispersos, Fuensanta Fresneda Galera, ‘La Moneta’ (Granada, 1984), desgranó su más reciente espectáculo y le sacó el envoltorio a algunos de los montajes más complejos y celebrados de su trayectoria, como el inspirado en el filme de Emilio Ruiz Barrachina, ‘Frente al silencio’.
‘La Moneta’ empezó o, más bien, la encarriló ver bailar a Carmen Amaya, de quien aprendió que se ha de bailar como se vive, sin llegar a convertirse en un prisionero de la voluntad de estilo. Este llega con la experiencia. ‘La Moneta’ huye de imposturas y mira con cierta distancia y sarcasmo la vida de artista. Y más aún, la de artista famosa y querida. Quizás porque lo que elige en el escenario es no ser, o ser cualquier otra persona que no sea la de una de las mayores y más arriesgadas exponentes del baile flamenco. Como los mundos paralelos, prefiere hacerse invisible.
Tu anterior espectáculo, sobre el silencio atónito, la mirada curiosa e introspectiva, es un baile que surge de una película que nació de un libro escrito por el impacto que le produjo al poeta Félix Grande una visita al campo de Auschwitz-Birkenau. En tu nueva andadura has pasado a un discurso muy diferente, a explicar cómo se juntan las palabras hasta tejer una historia muy ligada a la obra y la vida de Teresa Lanceta. El blanco y el negro.
Mi espectáculo anterior, que era una idea original mía, nació de la miseria, tiene un desarrollo en el que yo me pongo en la piel de la víctima, de las mujeres judías y gitanas que perecieron en Auschwitz. Está inspirado en un gran escritor, Félix Grande, y en su obra ‘La cabellera de la Shoá’ [“la catástrofe”, en hebreo]. Es muy dura la experiencia. No es un espectáculo que yo disfrute especialmente, pero que siempre tengo la necesidad de hacer. De contar qué me transmitió Félix y enfrentar ese silencio.
Por eso el título, ‘Frente al silencio’. Le pongo voz a esas víctimas. Y, en este caso, nos inspiramos en otros textos, que son los de Teresa Lanceta. A la vez, nos inspiramos también en su obra, en sus tapices, en sus cuadros, entrándonos en la figura de tres mujeres flamencas, tres bailaoras a las que conoció, con las que convivió y con las que tuvo unas experiencias tan fuertes –eso pasa mucho también con los flamencos– que encontró esa manera tan particular de expresarse en los tapices, en los cuadros, y que escribiera unos textos tan bonitos sobre mujeres que serían anónimas si ella no les hubiera puesto voz, cara, las hubiera hecho personas.
En la obra, Javiera de la Fuente, Ana Morales y yo interpretamos a cada una de esas tres mujeres y no deja de ser un trabajo duro. A esas tres mujeres les ha tocado vivir en una época y un mundo de hombres, tuvieron que luchar para salir adelante. Ser artista entonces no era tan fácil para una mujer como lo es ahora. Nosotras no podemos más que sentir esa solidaridad con ellas y sentir esa empatía como mujeres, como artistas, como seres humanos…
‘Frente al silencio’ es una explosión de expresión, porque hay mucho momento que dejamos a la improvisación y hay muchos momentos en que yo interpreto no solo danza. El responsable de que gracias a ‘Subir y bajar escaleras’ hayamos conocido a las protagonistas como si fueran vecinas nuestras ha sido Pedro G. [Romero].
Fue el descubridor de Lanceta, entonces, para vosotras.
Sí, es una idea original de Pedro G. [Romero] y él es el impulsor de todo esto. Agradeceré ese descubrimiento toda la vida. Podemos decir que es un guía, un faro que con su palabra va sacando esos movimientos de nosotras. No siempre son los mismos. Es lo bueno de todo esto.
Es una perfomance en un museo, en un espacio en el que nos encontramos algún inconveniente, pero también sentimos la libertad de expresarnos, de movernos y de atrevernos mucho. El no estar siempre encorsetados por esa caja escénica negra a la que estamos habituados también se agradece. Aquí nos arriesgamos, pero nos gusta asumir ese riesgo.
‘Frente al silencio’ es una obra deliberadamente dura: tu silueta aparece recortada sobre un fondo negrísimo, el vestuario, la iluminación… provocan un ambiente tétrico y espeso, la música es opresiva. Parecería que hablamos del antiespectáculo, hecho no para el jolgorio y el entretenimiento, sino para que el espectador pase un mal rato. ¿Hay mucho masoca entre el público?
Siempre hay algo oscuro que nos está moviendo a rebelarnos, que nos da un pellizco por dentro. En mi caso, Félix [Grande] me dio un pellizco en la conciencia. Cada vez que he leído ese poema he estado tres días llorando, y es literal, que he estado tres días llorando y he sentido mi alma rota. Cuando eso te pasa, si te lo tragas, malo. Entonces lo contamos y hay que rebelarse. Hay que romper esos silencios. Al hablar de temas tan crudos, es inevitable que haya una atmósfera opresiva.
Decías que al leer los versos de Félix Grande sentías algo parecido a un vacío existencial enorme. Pero ¿y al hacer carne lo que has leído?
Al interpretarlo me siento peor todavía. Como te he dicho antes, es un espectáculo que no disfruto. Además, hay que tener en cuenta el momento en el que ha venido, porque yo no he decidido cuándo lo hacía. Hay veces que el proceso creativo tiene diferentes principios, diferentes desarrollos y diferentes finales. Hay veces que tú tienes una idea, la desarrollas y la proyectas y la expones. Y otras veces no tienes ninguna idea, pero hay alguna fuente de inspiración, como en este caso.
El libro de Félix llegó a mí, lo leí, pero no decidí en qué momento tenía que ser. Pasó. El resultado de todo este proceso creativo ha sido un momento difícil para toda la humanidad. Nació después de una pandemia y cuando la gente estaba empezando a ir a los teatros. Imagino que de lo último que tenía ganas era de que le diera un pellizco de la conciencia. Otro pellizco, además del de la covid y la lección de vida para toda la humanidad.
Lo último que les apetecería sería oír un tema desagradable, que haga reflexionar al público y le obligue a hacer memoria. El problema de todos nosotros es que no tenemos memoria. Es verdad que hubo muy buena aceptación por parte de la crítica especializada y por parte del público, pero siento que es porque a mí me quieren, ¿no? Y porque entendieron mi trabajo de reflexión y fui capaz de transmitir el dolor que sentía.
No sé si pude hacer daño al público. Creo que sí. Y seguramente habría algún masoca entre el público que se lo ha gozado. Yo soy una persona que necesita situarse frente a la realidad constantemente para no levantar mis pies de la tierra, para no perder el norte. Creo que eso nos hace falta a todos: una buena ración de realidad y de recuerdo.
Cuando miro a mi niño, que tiene seis años, me da miedo la repetición del horror, que es lo que a mí me ha movido. Me da miedo lo que le pueda pasar o lo que él sea capaz de infligir a los demás. Porque, además, vivo en una sociedad que está en constante ebullición, en constante cambio, y me dan miedo los tintes extremos que están adoptando Europa y el mundo entero. Veo cada vez más extremismo y no me gusta.
Adorno, después de Auschwitz, dijo que no se podría volver escribir poemas como una forma de evasión, sino todo lo contrario. Ha habido, sin embargo, después, mucha poesía. Se puede decir que tú haces poesía en el aire y muchos de tus títulos tienen una enorme carga poética: ‘Lo que trae el aire’, ‘De entre la luna y los hombres’…
No sé qué me pasa con la poesía, que me influye bastante. Los de ‘De entre la luna y los hombres’ están inspirados en poemas de Teresa Gómez y de Ángeles Mora, dos poetisas de Granada que son una maravilla de mujeres, llenas de sensibilidad. También está ‘Paso a paso’, ‘Divino amor humano’… Hace muchos años que conozco y sigo el trabajo de Val del Omar y considero que es la poesía en la imagen.
Además, de un mundo que ya no existe, salvo en sus grabaciones.
Efectivamente. Fue un adelantado a su época y por eso mismo un incomprendido. Le tocó también vivir una época muy dura en la que se sintió muy censurado y creo que todavía no se le ha hecho un homenaje digno. Y en el mundo del flamenco sigue siendo un gran desconocido, habiéndose inspirado tanto en el flamenco, en los gitanos, en Pepe del Albaicín, cuya voz salía en todas sus grabaciones. Enrique Morente sí lo conocía, le rindió tributo y se inspiró en él. Y por eso lo amamos todos los que somos morentianos.
Sara Baras ha bailado los artículos de la constitución de 1812, la ‘Pepa’. Mercé ha cantado el prospecto del Bisolvón. En ‘Divino Amor Humano’, aplicaste energía cinética a los versos de Santa Teresa. Y en ‘Frente al silencio’, el horror. ¿Es más difícil representar el éxtasis o la desesperanza?
Pues fíjate que el éxtasis de Santa Teresa me costó mucho más que la desesperanza de las víctimas. Deja otra resaca, que no es tan dura. Entrar en el éxtasis de Teresa no es fácil. Elevar el alma y sentir que mis pies ya no están tocando el suelo, usar el plano alto y mover el aire que hay encima de mi cabeza me ha costado mucho.
He tenido que hacer un ejercicio de renuncia. El yo del artista y el cenital y el ser protagonista puede entrar en conflicto con la historia, con lo que tienes que contar. He tenido que hacer un ejercicio de casi abandono y buscar que mi persona esté en segundo plano para poder alcanzar ese estado. Por eso yo siempre lo expreso con esta frase: usar el aire que hay encima de mi cabeza, no ser yo el centro, sino dejar de serlo.
Aunque eres consciente –malo sería lo contrario– de que quien baila es quien atrapa la mirada, la atención, das mucha importancia a quien sostiene con música o ritmo todos tus movimientos, a quien tienes detrás.
Es algo que repito siempre en mis clases. Eso de que el baile siempre manda no es verdad. Cuando a ti te está cantando un cantaor, tú estás al servicio del cante. Dejas de ser protagonista. Ahí siempre tenemos una pequeña contradicción los bailaores porque somos los que nos exponemos, los que damos la cara, los más visibles y lo que si se tienen que llevar una bofetada, nos la llevamos.
Los músicos, los cantaores, se amparan un poquito detrás de nosotros, pero es que sin ellos no tendríamos discurso. Bailaríamos en un silencio absoluto. Creo que mi lenguaje se enriquece cuando dejo de retroalimentarme y de ser yo, yo, yo, yo. Llegan a salir cosas de mí que hasta yo misma me sorprendo. Descubro otras Monetas. No mando yo siempre y, además, no quiero mandar. Me niego a tener esa responsabilidad siempre. Delego en ellos, les doy responsabilidades y así todos nos comprendemos, nos respetamos y nos valoramos. Así es como se hace equipo.
En alguna entrevista has dicho que ‘Extremo jondo’ es la obra que consideras más original. Hace poco les preguntamos a Los Farrucos qué era la personalidad en el baile flamenco. ¿Qué es para ti? ¿Cuál es la genuina marca Moneta?
Me has pillado que no tengo respuesta para esto. A ver, yo creo que la personalidad no es algo que uno decide. O mejor, lo que no eres consciente que eres. Es lo que sale cuando tú no estás dominando la situación. Hay momentos en que nosotros estamos en el escenario y luego no nos acordamos de lo que hemos hecho y eso es porque ya hemos entrado en ese trance, se han vuelto los ojos a una inspiración absoluta.
Creo que ahí es donde aflora la verdadera personalidad, cuando tú no estás ni pretendes dar lo mejor de ti, sino que se te ve todo. Hasta los fallos, cómo intentas solucionarlos. Cuando se te ven todas tus aristas, las bellas, las feas, las malas y las buenas. Todos tenemos un lado oscuro y un lado más luminoso.
Diría que la personalidad es lo que tú no decides ser, sino lo que eres y te traiciona cuando estás bailando y aflora. No lo puedes controlar y sale. Todos queremos que nos admiren, ensayas muchas horas, tratas de ser técnicamente perfecto, dar lo mejor de ti. Pero somos humanos. No siempre damos lo mejor de nosotros.
¿Hay apestados en el flamenco? Relacionarse con ciertos nombres puede ser una actividad de riesgo. Lo decimos por Pedro G. Romero, que en esta representación solo lee como una especie de maestro de ceremonias. La crítica que a ti encumbra, a él lo hunde. ¿Cómo pueden juntarse esos dos mundos sin que haya un cataclismo?
El flamenco es muy rico y está lleno de presiones, de personalidades, de conceptos. Y, de pronto, unos son los malditos, cambian las tornas y pasan a ser malditos otros que eran los preferidos. Es decir, esto va por modas. Aunque no debería ser así. Como ocurre con la pintura, hay muchas corrientes artísticas y eso es bueno. Es un constante cambio. Eso hace que no nos durmamos en los laureles.
A veces nos toca ser malditos y, otras, nos toca ser benditos. Yo siempre he dicho que a nadie le gusta recibir malas críticas, pero a veces se aprende más de una mala crítica constructiva, sin hacer sangre, porque exponemos nuestros adentros, nuestras inquietudes. No siempre acertamos. Hay que ser muy autocrítico, reconocer los errores y reconducirlos.
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