‘Un ejercicio de violencia’, de Guillermo Ros
Galería 6 del IVAM
Guillem de Castro, 118, València
Del 7 de octubre de 2021 al 6 de febrero de 2022
El artista, el buen artista, es aquel que utiliza con pasión las diversas materias puestas en juego para dar forma a las contradicciones que nos angustian. Guillermo Ros (Vinalesa, 1988) pertenece a este tipo de ser dispuesto a acercarse al abismo de la existencia, aun a riesgo de comprometer sus certezas en aras de un sentido que le resulta esquivo. Con ‘Un ejercicio de violencia’, la exposición que presenta en la galería 6 del IVAM, remueve los pilares que sostienen las instituciones, incluidos los del sistema del arte representado por el propio museo, atacados por la voracidad de unos roedores que simbolizan la pulsión animal que todos llevamos dentro.
Esa pulsión toma la forma de la hiperproductividad en el actual sistema capitalista, en el que ya nadie obliga a esa exacerbación laboral, sino que es el propio sujeto quien se inclina por la autoexplotación, que Ros vincula a su vez con la derivada del mismo acto creativo: “Es una violencia inherente al propio proceso artístico. Una violencia sistémica en general, que llega a la autoexplotación”, señala el responsable de la muestra ubicada en una sala que ya de por sí, dada su especificidad, le ha obligado a mantener una lucha contra el espacio.
La galería 6 consta de dos espacios: en su parte baja salpicado de columnas que dificultan el despliegue de las obras y otro espacio superior al que se accede por una escalera que entorpece igualmente el desarrollo expositivo. En ese contexto (“tienes que batallar contra la sala”, apunta Ros), el artista sostiene ese “ejercicio de violencia” manifestándolo en una serie de pilares que forman un bosque a modo de anticipo del acoso y derribo que después tendrá su culminación.
La piedra de las columnas, que el artista relacionó con la de la Llotja de la Seda de València, en cuya fachada se pueden ver esculturas, relieves y gárgolas referenciadas luego en la sala superior, aparece erosionada por cierta eclosión que después sabremos asociada a las dentelladas de unos grandes roedores. Un bosque de columnas, pues, cuyo paisaje anuncia la amputación de los pilares que podríamos decir sostienen nuestra civilización. De hecho, Ros subrayó la carnalidad del mármol rosa, que despunta en los pilares, como metáfora exacta de esa mutilación: “Parecen vísceras”, remacha.
La crónica de cierta muerte anunciada se manifiesta abiertamente en la planta superior, donde ratas de gran tamaño dan cuenta de esos pilares. Del bosque digamos inanimado, por culpa de esa ablación, pasamos a un paisaje sórdido que Nuria Enguita, directora del IVAM, asoció con esa realidad extraña de los cuentos: “No es un mundo fantástico, pero sí de ficción”. Una ficción que, evocando el título del ensayo del filósofo Eugenio Trías, diríase caracterizada por lo bello y lo siniestro.
Desprovistos de esos grandes relatos con los que la modernidad buscaba el sentido a la vida, emerge el paisaje desolado de una civilización amenazada por cierta pulsión autodestructiva. El psicoanista Sigmund Freud ya advirtió que el principal enemigo de la civilización era el propio sujeto, habitado por una agresividad difícil de canalizar. Guillermo Ros, consciente de ello, pone en escena esa violencia a modo de autocrítica.
“El sistema soy yo que me retroalimento del rol que se ha ido construyendo”, refiriéndose a ese sujeto del rendimiento que se violenta a sí mismo, que tan bien describe Byung-Chul Han en su libro ‘La sociedad del cansancio’.
“El sujeto del rendimiento es más rápido y más productivo que el de obediencia”, dirá el filósofo coreano, agregando después: “Ese rendimiento no obedece a un rearme desenfrenado del yo, sino a su desarme”. De ahí que, en otro contexto, Guillermo Ros proclamara: “Somos la gasolina del capitalismo hiperproductor”.
Poniéndose a sí mismo en tela de juicio, como artista entregado tan en cuerpo y alma a su obra que le lleva a cierta combustión interna, Ros experimenta en sus propias carnes lo que transmite en la exposición ‘Un ejercicio de violencia’: que el abismo es fuente de atracción peligrosa. Abismo que, en la galería 6 del IVAM, se abre al comprobar los efectos de esa pulsión autodestructiva: “Cada rata tiene su rol como productoras que destrozan el museo y se parasitan del propio material”, explica el artista, reconociendo en ello paralelismos con los virus y el cáncer.
Su honestidad en el trabajo con los materiales se extiende a la sinceridad con la que muestra los efectos de esa voracidad creativa: “Hago autocrítica. Soy adicto al trabajo y al cansancio”. Adicción que el capitalismo, en su fase más salvaje, ha inoculado en el cuerpo del sujeto para que el sistema de producción sea como la lava del volcán de Cumbre Vieja de La Palma, objeto igualmente de atracción por su belleza ígnea y repulsión dada la destrucción que provoca.
“Dentro de esa escena congelada hay sujetos que acaban parasitando el propio material”, subraya Ros contemplando la devastación provocada por sus grandes roedores. ‘Un ejercicio de violencia’, merced a su potente carga plástica y fuerza expresiva, convoca los fantasmas de una civilización occidental a punto de ser devorada por su propia pulsión animal. Guillermo Ros, sin mensajes catastrofistas de por medio, se limita a exponer los efectos de tan voraz fiebre (auto)destructiva.
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