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‘Todas las cosas buenas’, de Rufus T. Firefly
Nuevo disco: abril de 2025
Desde fuera, parece fácil. Basta con parar un poco. Sobreponernos a la urgencia. Aprender de nuevo cómo respirar. Repetirnos que hay que bajar el ritmo, que no pasa nada por desaparecer un rato. Pero cuando te apartas, aunque sea un momento: la inquietud. La tuya y la de los otros. Como si estar fuera una obligación no escrita, de los demás y nuestra. Como si ni el mundo –ni tú mismo– supiera muy bien qué hacer contigo si dejas de correr.
Hace poco me vino uno de estos vendavales recurrentes: ¿estoy haciendo poco? ¿Demasiado? ¿Me estoy perdiendo? Solo la certeza del agotamiento. “Me has pedido pelear y estoy peleando”, dice una de las frases del primer single de lo nuevo de la banda Rufus T. Firefly, ‘Todas las cosas buenas’, que saldrá este 25 de abril.
Se titula ‘Canción de paz’ y me acompañaba en esos días quebrados. Justo esa semana vi que la banda volvía con una gira que anunciaban –con cierta contención– como algo distinto. En la forma de contarlo se adivinaba una emoción genuina.
Elegían presentarlo en una serie de conciertos con auriculares. De una forma –quieta, íntima, sin distracciones– que iba más allá de un gesto peculiar. Los espacios que acogerían estos conciertos también estaban pensados con una sensibilidad concreta: el Jardín de Cactus en Lanzarote, una antigua fábrica de zumos reconvertida en el Espacio Colores de Aranjuez, y, aquí, en València, ocurrió en Bombas Gens Centre d’Arts Digitals.
Cada cual con su propia aura. Sin barras de alcohol, sin ruido ajeno. Una invitación a experimentar estas nuevas canciones desde un lugar íntimo. Enclaves que invitan a la verdadera escucha, refugios sonoros.
Hablamos de cómo el arte nos afecta, pero menos de cómo lo hace el proceso. La forma de hacer las cosas importa y deja huella. Y creo –o quiero creer– que ese tránsito modifica cómo recibimos lo que nos dan. Seguir haciendo las cosas a tu manera –o recordar cuál era tu manera: la que has perdido entre notificaciones, fechas límite y expectativas– es también una forma de resistencia.
Sacrificio significa “hacer sagradas las cosas”. Aunque no haya certezas, hacerlo igual. Resistir así. Sin predicar, actuando. Con coherencia. Convicción. Con ¿fe? Palabras que faltan.
Puede que no se trate de no atinar con lo que queremos, sino de lo fácil que se nos olvida. La urgencia, la prisa instalada, esa necesidad constante de estímulo. La novedad brillando sin descanso. Como Mary Oliver escribe en ‘La escritura indómita’, a quién culpas cuando eres tú quien se interrumpe. “Estoy peleando”. Hay una frase de un tema anterior del grupo que dice: “Ya no dolía el paso del tiempo”. Tal vez la felicidad tenga algo que ver con eso.
Lo que hace Rufus T. Firefly no es solo música; creo que es una forma de estar. Llevan años construyendo su propio universo sonoro, sin atajos. Un camino de fondo. Su hipnótico ‘El largo mañana’ –y cómo deberíamos seguir hablando de él, discos sin caducidad–, el tema ‘Reverso’ –esa canción que compusieron para el Museo del Prado y los secretos que habitan en los cuadros que no se han observado bien– y, por supuesto, el hito ‘Magnolia/Loto’.
Pienso en ese proverbio: “Ansiaba subir la montaña más alta y, cuando lo hice, ya no la veía”. Y, entonces, cuando ya no ves la montaña, ¿qué ves? Con ‘Todas las cosas buenas’, una nueva mirada.
Una escena que cobra sentido. La gente sentada. Silencio. Muy pocos pendientes del teléfono móvil. En medio de todo lo urgente, un pequeño espacio seguro. La música sonando a través. “Ojalá no deje nunca de cruzar la plaza”, deseo en presente, alegato. El álbum no da respuestas, pero creo que hace las preguntas correctas. “El tiempo, ese invento de los hombres que no saben estar en presencia de lo eterno”, escribió Alejandra Pizarnik. Tal vez sea eso: reaprender a quedarse.

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