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Historia del cartel taurino
Feria de Fallas 2016
Plaza de Toros de Valencia
Xátiva 28, Valencia
Del 11 al 20 de marzo de 2016

Atesorar más de dos siglos y medio de una trayectoria por la que han transitado y se han visto implicados diversos oficios, razones estéticas, perfiles artísticos y el desarrollo de un sector de la industria, permite volcar, cuando menos, una mirada analítica tras la que obtener un fragmento del devenir histórico.

Alguna de las extremidades o aditamentos del cartel taurino nos brindan un mapa –exquisito, en ocasiones– del acontecer político, económico y social, henchido de instrumentos con los que descifrar usos y costumbres, preceptos y comedidos giros copernicanos de la tecnología.

Episodios de relevancia y magnitud, amén de luctuosos sucesos, y la explícita composición de una fiesta cuya idiosincrasia va adquiriendo tintes arquetípicos fruto del transcurso de las sucesivas generaciones.

Desde que en septiembre de 1737 se anunciase la celebración de una corrida de toros en la plaza del Soto de Luzón (Madrid), “para convertir su producto en alivio de los pobres enfermos de los Reales Hospitales”, la apariencia y evolución de la cartelería transita de la mano de cuantas transformaciones decisivas dibujan el horizonte del país.

Se convierte en un fenómeno ineludible de comunicación visual que nos permite conocer advertencias y preceptos, reglamentación, prelación de ganaderías, distintas modalidades de espectáculo, alternativas y figuras.

Cartel de Cecilio Plá anunciando la "gran corrida de toros de muerte" en la nueva plaza de toros de Barcelona (1902). Imagen cortesía de la biblioteca del Museo Taurino de Valencia.
Cartel de Cecilio Plá anunciando la «gran corrida de toros de muerte» en la nueva plaza de toros de Barcelona (1902). Imagen cortesía del Museo Taurino de Valencia.

Durante el siglo XVIII y hasta 1840, el cartel taurino se caracteriza por un encabezamiento estricto que reporta el protagonismo a la figura del rey o de la reina, quienes autorizan y disponen la celebración del festejo. Una corrida en Madrid en honor de la Constitución de 1837, tras la regencia de María Cristina de Borbón y la Primera Guerra Carlista, suprime estos determinismos estéticos y permite gestar un proceso de innovación progresivo que no cesa hasta la década de los años treinta del siglo XX.

“En honor a…”, “A beneficio de…”, “Destinado para…”  suelen ser exordios o encabezamientos habituales, acompañados de curiosas orlas y viñetas –grabadas en madera hasta el último cuarto del siglo XIX– surgidas en provincias y difundidas, de manera ulterior, por Madrid y Sevilla. Desde 1850 en adelante, comienzan a introducirse imágenes con motivos de escenas específicas de la plaza, como barrera y tablas, suerte de varas, banderillas, etc.

Coincidiendo con la pérdida de protagonismo del toreo de origen caballeresco y nobiliario en beneficio del toreo de a pie –de raíces plebeyas–, los rudimentos técnicos para la composición de los carteles se transforma, dando paso a la litografía, la cromolitografía y el fotograbado, siendo acogidos como una revolución decisiva en el oficio.

Hasta tal punto suponen un punto de inflexión que brotan diversas imprentas especializadas –de entre las que debe destacarse, sobremanera, la valenciana José Ortega, a partir de 1871– fruto de un nuevo horizonte de necesidades económicas. Es entonces cuando los artistas a quienes se encargan los motivos estéticos manuscriben sus primeras rúbricas: Marcelino de Unceta, Daniel Perea y Emilio Porset se erigen en referentes ineludibles.

Cartel de Roberto Domingo anunciando la "Gran corrida extraordinaria" en estío valenciano de 1925. Imagen cortesía de la biblioteca del Museo Taurino de Valencia.
Cartel de Roberto Domingo anunciando la “Gran corrida extraordinaria” en estío valenciano de 1925. Imagen cortesía de la biblioteca del Museo Taurino de Valencia.

Tras una longeva etapa de influencias negras de Goya o pintoresquismos becquerianos, con un predominio de la silueta y los colores netos, así como un folclorismo regional –con un punto de vista burgués de lo pintoresco alentado por la Restauración–, asistimos a una generación de “luminismo” y “modernismo” radicalmente emparentado con los artistas que pueblan el Mediterráneo, determinados por la Escuela Valenciana de Sorolla o Muñoz Degrain.

Destacan los valencianos Cecilio Plá (1860-1934) –colaborador habitual de la revista Blanco y Negro y del Circulo de Bellas Artes de Madrid–, José Mongrell y Torrent (1870-1937) y Genaro Palau (1868-1933). Sobresalen por un academicismo y naturalismo nutrido de policromías que permite concluir un influjo heterodoxo del impresionismo.

Una modernización industrial tardía exhorta a emplear en el cartel estampas vinculadas con el ferrocarril, los automóviles y grandes transatlánticos. El desarrollo de técnicas inéditas, facilitadas por el cinematógrafo y la fotografía, polariza el uso de la cartelería como publicidad personal, democratizándose el usufructo de la imagen en pos de caballistas, banderilleros, cómicos, figuras de la canción y del cine, propiciando un tipo de cartel menos alegórico y más populista.

En pleno apogeo de las artes gráficas, encontramos un cenit de expresión artística en la denominada ‘Edad de oro’ del cartel taurino (1923-1931), en plena dictadura de Primo de Rivera y reinado de Alfonso XIII, hasta los albores de la proclamación de la Segunda República Española.

Destacan de un modo sobresaliente el alicantino Carlos Ruano Llopis (1878-1950) –formado en la Real Academia de San Carlos de Valencia– y Roberto Domingo (1883-1956). Su magisterio artístico asienta las bases del cartel moderno, fijado y uniformado con claves y aditamentos que perduran hasta la actualidad.

Cartel de Martínez Ortiz para las "Corridas Generales de Bilbao" de 1934. Imagen cortesía de la biblioteca del Museo Taurino de Valencia.
Cartel de Martínez Ortiz para las Corridas Generales de Bilbao de 1934. Imagen cortesía de la biblioteca del Museo Taurino de Valencia.

Mientras las corrientes artísticas van desintegrando sus lazos con estilos pretéritos, como el art déco, el fauvismo o el futurismo –con modestas incursiones en cuanto al tema que nos trata–, en España asistimos a un predominio del cubismo –ya exhausto a nivel internacional– en la publicidad, con tímidas aportaciones, sin embargo, en cuanto al cartel taurino se refiere.

Se aprecia, entonces, un contumaz inmovilismo que perdura hasta nuestros días, a pesar de brillantes y diversas iniciativas para promulgar una nueva regeneración estética. Citemos como ejemplos al insigne artista valenciano Josep Renau (1907-1982) –quien, en 1934, obtiene el primer premio en un concurso de cartel taurino que atesora por objetivo su renovación estilística, a través de un mayor esquematismo y sintetización–, los postmodernistas y noucentistas catalanes o los intentos de transformación de la escuela vasca y navarra, de generosa originalidad en sus diseños.

Sumidos en los primeros pasos del siglo XXI, las novísimas técnicas del diseño gráfico permiten, a la par que la comunicación, reportar un cariz de inmediatez a las labores de producción y difusión. Sin embargo, han de ser indefectiblemente los artistas –con sus propuestas– y, sobremanera, las empresas del sector quienes propicien una siguiente metamorfosis, alentando nuevas vías acordes con las corrientes estéticas que nos son coetáneas.