La Valencia desaparecida, de Andrés Giménez y Ángel Martinez
Fotolibrería Railowsky
C / Grabador Esteve, 34. Valencia
Hasta el 4 de septiembre
“Un coleccionista es como un arqueólogo que descubre tesoros enterrados que quedarían ocultos sin su intervención”. Lo dice el coleccionista-arqueólogo José Huguet, hablando de ‘La Valencia desaparecida’ que entre Andrés Giménez y Ángel Martínez han logrado desenterrar con sus 200 imágenes comparativas. Una muestra de esa colección se presenta en Railowsky, para que el público pueda comprobar los efectos que produce tamaño desenterramiento.
“La fotografía”, continúa diciendo Huguet, “es un documento fidedigno que nos aporta un certificado de existencia de acontecimientos del pasado, que sin ella se habrían perdido para siempre”. Por utilizar el título de una famosa película de Alfred Hitchcock, da ‘Vértigo’ contemplar esas imágenes renacidas ‘De entre los muertos’.
Allí donde ciertos espacios, con sus casas y edificios, han desaparecido o mudado la piel de tal forma que resultan prácticamente irreconocibles, el arqueólogo fotográfico les devuelve la vida. Y lo hace de dos maneras: mostrando los vestigios del pasado en forma de resto mortal conservado, y confrontándolo con imágenes del presente tomadas fielmente del lugar rememorado. La muerte y la vida dándose extrañamente la mano.
Pero hay algo de ese sorprendente hermanamiento que vuelve intolerable su percepción. “Lo que la fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente”. Lo dicho por Roland Barthes, con ser cierto, convierte al arqueólogo fotógrafo en alguien capaz, al menos, de hacernos revivir esa experiencia; de paladear sabores que creíamos haber perdido y la imagen rescatada nos devuelve.
Por eso, como dicen los autores de la exposición ‘La Valencia desaparecida’ y del catálogo que reúne las 200 fotografías, “viajar en el tiempo sí es posible”. A condición, cabría añadir a las palabras de Andres Giménez y Ángel Martínez, de que seamos capaces de soportar el vértigo que produce semejante acelerón del tiempo. Esa casa en la que uno vivió ya no está y cuando la vemos resucitar por obra y gracia del coleccionismo, allí donde ahora se levanta un moderno edificio, la nostalgia puede obrar milagros o mostrarnos la corrupción que nos aguarda.
Imágenes del Centro Histórico, del Cabanyal, de Canyamelar, de Benimaclet, Orriols, Russafa o Sant Isidre van conformando parejas a modo de diálogo entre el pasado y el presente. Un diálogo entre el coleccionista Andres Giménez y el fotógrafo Ángel Martínez, quien se tomó “con precisión enfermiza” su labor de repetición de aquel pasado muerto. Tomadas “desde el mismo sitio y el mismo ángulo”, la fotografías del presente admiten una comparación malsana. Algunos verán florecer pisos allí donde había ‘ruinas’, mientras otros buscarán refugio en aquella memoria revelada en los restos arqueológicos.
‘La Valencia desaparecida’ es una exposición para nostálgicos de esa ciudad perdida bajo los destrozos del urbanismo, pero también una reivindicación de la fotografía como documento histórico y “archivo precioso para los investigadores” (Huguet). Entre esa mirada nostálgica, amable e imaginaria, y esa memoria gráfica del pasado, extracto de nutritivas comparaciones, se mueve la exposición de Giménez y Martínez en Railowsky.
Salva Torres
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