‘Imago horribilis’

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‘Imago horribilis’. Explícito invisible, imaginado

Hay representaciones penosas que golpean fuerte sin ni siquiera verlas.

Somos seres visiovivientes, programados biológicamente para percibir el mundo a través de las imágenes; puro instinto de supervivencia. El cerebro procesa y recuerda los mensajes visuales mucho mejor que lo escrito u oído, 60.000 veces más rápido que la información textual.

Y qué me dicen de su gran cantidad y fácil acceso. A finales de 2023, se estimaban 750 billones de imágenes en la red, solo un 6  % de las existentes (todo no se comparte, oiga) creciendo a razón de 2,3 billones al año; además, las IA especializadas en generar gráficos de todo tipo, como Midjourney o Dalle-3, aportarán muchas más a la montonera.

Soldado ruso muerto durante la guerra de Ucrania. Fuente: Euronews.

En este aluvión que nos inunda por dondequiera que veamos, ¿qué sucede con el material audiovisual explícito de crímenes, tragedias, guerras y catástrofes?. Desde luego, es más visceral y sería más viral. Por fortuna, los códigos éticos y deontológicos de los medios, junto a los controles de las redes sociales y los buscadores, como SafeSearch de Google, dificultan mucho poder encontrarlo de forma libre o casual.

A lo largo de la historia, los artistas han plasmado estas calamidades no solo en obras teatrales e idealizadas, también en creaciones simbólicas, alegóricas o abstractas, críticas, irónicas o satíricas. Francisco de Goya, Paul Nash, Otto Dix, Pablo Picasso o Salvador Dalí son algunos ejemplos. Sus expresiones movilizan la emoción del observador, no obstante, como trasunto de hechos horrendos, velados de alguna manera.

Otto Dix
‘Calavera’ (1924), de Otto Dix. Obra perteneciente a un conjunto de dibujos sobre la Primera Guerra Mundial.

Pero hoy la ficción supera a la realidad, sí, en ese orden. Durante décadas, el cine y la televisión –ahora las plataformas– nos han brindado un repertorio de paisajes truculentos de todos los géneros que alimentan nuestro eficiente cerebro con ojos, en la comodidad del salón, en 4K y 85 pulgadas, menudamente, fijando en nuestro recuerdo simulaciones más auténticas que las reales.

Ahora (y diría que casi siempre), estamos sometidos a un constante flujo de información sobre desastres y violencias extremas, sin acompañamiento de vídeos o fotografías, en ocasiones con material desenfocado o pixelado. En cualquier caso, aun privándonos de una representación precisa, es inevitable una visión ilusoria del espanto.

Salvador Dalí
Salvador Dalí pintando ‘El Rostro de la Guerra’ (1940). Fotografía de Eric Schaal.

Sustantivos como niño, mujer, familia o anciano, junto a verbos como calcinar, violar, desmembrar y degollar, o conexos a adjetivos como hambriento, enfermo, desnudo o herido, obran el artificio de una imago horribilis. “Donde no hay imaginación, no hay horror posible”, dijo Arthur Conan Doyle, pero ya es inútil esquivar una memoria visual tan enriquecida, unívoca en su interpretación, capaz de dibujar un horror meridiano y nítido, individualizado. Aun así, universal, atemporal, comprensible para cualquier cultura, ideología o religión.

Si estas imágenes evocadas, inhumanas y atroces, tienen algún valor, deseo que sea transformativo y pedagógico para que algún día las fantasías transitadas desde el ingenio al pensamiento sean solo ficciones nudas de realismo, nunca inolvidables, aunque inconcebibles como verídicas.

‘Imago horribilis’
‘Imago horribilis’. Ilustración de José Antonio Campoy.