‘Intimidades colectivas’
Venske & Spänle, Bernardí Roig, Javier Riera, José Luis Albelda, Bob Verschueren & Dominique Sintobin y Shirin Salehi
Comisario: Pedro Medina
‘Inventar el espacio 2020’ | Galería Ana Serratosa
Cabillers 3, València
Febrero de 2020
Fue desvelando el proyecto poco a poco, a ritmo de violín y poesía. Jerahy García puso la música y Jaime Siles y Shirin Salehi, la lectura de poemas. Luego fue el comisario Pedro Medina quien introdujo las claves del ascenso posterior por las escaleras de la finca de la calle Cabillers de València, donde vivió el poeta Ausiàs March.
Seis artistas aguardaban con sus respectivas obras, estratégicamente colocadas en el rellano y sucesivos pisos del edificio. Ana Serratosa, responsable del proyecto ‘Inventar el espacio 2020’, lo ha llamado ‘Intimidades colectivas‘. Seis artistas cohabitando entre sí, para demostrar que el espacio que conduce a los diferentes pisos de la finca puede dar mucho de sí.
“Intervenir un espacio es un modo de habitarlo, una manera de darle vida para producir significados nuevos en su interior. Por ello, todo el que trabaja en la creación de espacios, suele guiarse por alguna definición preferida de lo que significa habitar”. Y Pedro Medina citó a la escultora Eva Lootz: “Habitar es ser amigo de lo dado”, lo que establece, dijo el comisario, “una alianza entre lo nuevo y lo heredado”.
Lo nuevo proviene de la rehabilitación de la finca de Cabillers y lo heredado tiene que ver con el espíritu de Ausiàs March que sirve todavía de aliento al edificio. Presente y pasado dándose la mano, como se la dan entre sí los artistas Venske & Spänle, Bernardí Roig, Javier Riera, José Luis Albelda, Bob Verschueren & Dominique Sintobin, y la propia Shirin Salehi. Todos ellos demostrando, con la sutileza o radicalidad de sus respectivos trabajos, que subir por unas escaleras puede convertirse en un acto que excede el rutinario movimiento de ascenso, para convertirse en una ascensión cuasi mística.
Para entender la magnitud de la intervención artística en el espacio, Medina aludió a Martin Heidegger que, en Construir, habitar, pensar, se refiere al efecto “que tiene un puente cuando es colocado sobre dos espacios que en nada se diferencian del resto de la orilla”. Descubriéndose, de esta forma, “que el artista tiene la capacidad de inferir un nuevo significado al espacio con su intervención”, ligando lo íntimo “a esta manera de relacionarse con el espacio”. El comisario del proyecto de Ana Serratosa, tras explicar la doble acepción que en el idioma inglés tiene la palabra intimidad, apuntó que se podía abrir “el habitar artístico de un espacio a una intimidad compartida y colectiva, y al mismo tiempo privada”.
La incursión dentro del edificio de la calle Cabillers, que se realizó en grupos de 15 personas para que el ascenso por las escaleras fuera fluido y, efectivamente, más íntimo, depara, como destacó Medina, una primera sorpresa: “Los smörfs [singulares esculturas de mármol] de Julia Venske y Gregor Spänle, fascinantes criaturas invertebradas, de rostros y extremidades ocultos, cuya naturaleza marmórea surge ahora de las entrañas del mismo inmueble”.
Esto sucede nada más entrar en la finca. Después, al fondo y debajo de la escalera, hay una figura “inquietante” de Bernardí Roig. “Sus ojos están cerrados y su expresión está claramente turbada, pues alberga un profundo malestar”, explicó Medina. La apesadumbrada figura parece sostener sobre sus espaldas la escalera entera de la finca a modo de martirologio.
“Fascinación y estupefacción se reúnen así en el inicio del recorrido”, para después ir ascendiendo por las escaleras impulsados por cierto deseo, que Medina vinculó, aludiendo al Diccionario etimológico de la lengua latina, con cierta forma de “desviar la mirada de las estrellas hacia el suelo, para poder moverse por el mundo. Sin embargo, ello tuvo una terrible consecuencia: produjo en la humanidad un hondo anhelo por algo perdido”. El deseo aparece, así, vinculado a cierta imposibilidad, que motiva el acto creativo de narrar esa pérdida.
“La solución”, señala el comisario, “es volver a mirar al cielo, girar de nuevo la cabeza y contemplar las estrellas”. Justo en ese momento se divisa una nueva parada: “Las capillas de José Albelda, que invitan al recogimiento y a una experiencia directa y pausada de la obra”. Un ciervo proyectado en las paredes de la escalera acompaña el ascenso del visitante. “Siluetas de ciervos que han sido extraídas por un lento proceso de rotoscopia a partir de imágenes grabadas por Javier Riera de animales en libertad”, recoge el texto que acompaña la exposición.
La instalación de Bob Verschueren, serie de ramas de las que parecen brotar palabras poéticas, sirven de vasos comunicantes entre las piezas “para que germine un poema de Ausiàs March, habitante ilustre del edificio”, precisó Medina. Shirin Salehi, por su parte, acoge la poesía del místico sufí Hafez, “también él un poeta medieval como March”, para construir con sus poemas “una delicada estación, un recoveco que invita de nuevo a la reflexión y al recogimiento”. ¿Y qué hay al final del ascenso?, se interroga por último el comisario: “Los confines gozosos de un universo iluminado que permite otra epifanía: nuevos smörfs que emergen del propio edificio, como resultado de esta catártica metamorfosis”, concluye. El espíritu de Ausiàs March, revivido.
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