Invernadero, de Harold Pinter, bajo dirección de Mario Gas
Teatro Olympia
C / San Vicente, 44. Valencia
Hasta el domingo 25 de octubre
Un elenco de lujo para dar vida a una obra soberbia. En vísperas de la celebración de su 150 aniversario, el Teatro Olympia acoge Invernadero de Harold Pinter, dirigida por Mario Gas sobre una traducción de Eduardo Mendoza. Gonzalo de Castro y Tristán Ulloa, dos rostros televisivos, encabezan un reparto que incluye a Isabelle Sttofel, Ricardo Moya, Jorge Uson, Carlos Martos y Javivi Gil Valle. Lástima que su paso sea tan fugaz y sólo permanezca en cartel hasta el domingo 25 de octubre.
Pinter escribió The Hothouse, en 1958, como pieza radiofónica para la BBC, y la reconvirtió en obra teatral, pero acabó arrumbada en un cajón, quizá porque compartía tema de fondo -el totalitarismo imponiéndose sobre el individuo- con su obra The Birthday Party, que cosechó escaso éxito. En 1980, se estrenó bajo su dirección en el Hampsted Theatre y ha sido numerosas veces repuesta en Gran Bretaña, pero en España sólo se representó en una ocasión.
El Premio Nobel concibió el texto bajo una doble conmoción: la invasión de Hungría por los tanques soviéticos y las secuelas de una experiencia de cobaya humana que, con el fin de ganar algún dinero, sufrió dos años antes. El joven dramaturgo se presentó voluntario a unas pruebas de percepción sensorial en el Maudsley Hospital de Londres, donde le sometieron a un tratamiento de shock psicológico, con electrodos y sonidos de altísima frecuencia, muy similar al que describe en su obra. “Pasé varios días temblando de pies a cabeza, preguntándome a quiénes estarían destinados aquellos experimentos, y tardé mucho tiempo en olvidar la experiencia”, confesó años después a su biógrafo.
Un invernadero es un lugar al resguardo de la intemperie, de temperatura y humedad controladas para garantizar el bienestar de las plantas. En el invernadero creado por Pinter los termómetros han enloquecido y la temperatura pasa de un frío gélido a un calor infernal, de la risa cruel a la crítica descarnada. La acción transcurre en un centro de reposo de la posguerra británica, durante una jornada navideña marcada por un nacimiento y una muerte. Una escalera de caracol, concebida por el escenógrafo Juan Sanz, parte verticalmente el escenario evocando el acto de trepar, de ascender o también de caer. Los protagonistas son los directores, intermediarios y subalternos del tétrico lugar. Los internos, simples números e invisibles.
“La obra habla del poder, del abuso del poder y de la falta de empatía de los poderosos respecto a la gente de la calle”, comentaron los actores en la presentación del montaje. “A través del humor, de la paradoja y del absurdo delirante, Pinter lleva a cabo una deformación sistemática de la realidad, una constatación del absurdo de nuestra sociedad”.
¿Una obra incómoda? “Depende de la butaca que se ocupe”, respondió, irónico, Ricardo Moya. “Pero precisamente la función del teatro es incomodar, al poner un espejo delante del público”, añadió Tristán Ulloa, “y esto Pinter lo hace de forma magistral”.
Pese a los años y los profundos cambios transcurridos desde su concepción, la obra mantiene plena vigencia. “En los cincuenta estaban los tanques y hoy columnas de refugiados en busca de asilo en un invernadero entre vallas y alambradas que es Europa”, dijo Moya.
La reducida presencia femenina es quizá el único punto que revela la edad de la pieza que de haber sido escrita hoy contaría con más actrices. “Mi personaje Cutts es muy histriónico, con aires de femme fatale y usa sus armas femeninas para hacerse valer”, señaló Isabelle Stoffel.
Teatro del Invernadero es también el nombre que ha elegido la nueva compañía que inicia su andadura. “Crear hoy una compañía teatral es un acto de fe”, afirmó Ulloa, uno de sus componentes. “Tal como están las cosas, incluso llenando el teatro se pierde dinero. En nuestro país la figura del actor se valora muy poco, parece que algunos no nos perdonan que disfrutemos con nuestro trabajo”.
“Pinter es siempre inquietante y negro. Se le identifica con el silencio, la paradoja y las palabras no dichas. Aquí, en Invernadero, Pinter destroza, desintegra lo que tiene sentido del lenguaje, en un tono absolutamente sardónico. Es una comedia en la que la risa va quedando atrapada y se va haciendo cada vez más densa hasta acabar en una demostración de cinismo terrorífico”, explica Gas, para quien esta obra va mucho más allá de la época de la guerra fría y los años cincuenta o sesenta.
“En la sociedad occidental de hoy se ha llegado a unos niveles de brutalidad, sofisticación y de negación absoluta de las cosas que ocurren fuera del control del poder que no hace falta ponerle nombre y apellido. A poco que pienses y sientas, todo lo que retrata Pinter lo relacionas con lo que estamos viviendo. Las armas del poder económico y político han atrapado al ciudadano medio”.
Bel Carrasco
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