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‘Ficciones, las justas. La nueva moral en el cine, la música y la pornografía‘
Jesús García Cívico, Eva Peydró, Carlos Pérez de Ziriza y Ana Valero
Ediciones Contrabando
La madre de la saga de Harry Potter, J.K. Rowlin acusada de transfóbica. Woody Allen y otros genios del cine defenestrados del Olimpo. La Universidad Northampton de Reino Unido advierte de que la novela de George Orwel, ‘1984’, incluye «contenidos ofensivos y molestos», al igual que ‘Final de partida’ de Samuel Beckett y ‘V de vendetta’ de Alan Moor.
El concepto ‘cultura de la cancelación’ se acuñó en la película ‘New Jack City’, de 1991, pero ha sido en la segunda década del siglo XXI cuando se ha propagado por Occidente. Hasta tal punto que cada vez son más demandados los llamados ‘lectores de sensibilidad’, no para captar gazapos o errores gramaticales, sino situaciones que puedan herir los sentimientos exacerbados en ciertos aspectos de algunas personas.
La línea que separa al autor de su obra se ha desvanecido y los que transgreden las leyes de la nueva moral son condenados a la picota y al ostracismo virtual. Los pedestales desde los que artistas y hombres públicos recibían el fervor de sus seguidores son ahora de cristal y la menor mácula los hace añicos precipitando al fango a su ocupante.
¿Cuáles son las claves de la cultura de la cancelación, a quiénes y de qué manera afecta, dónde están sus orígenes y cuáles pueden ser sus efectos? A estas preguntas responde un ensayo del sello valenciano Contrabando: ‘Ficciones, las justas. La nueva moral en el cine, la música y la pornografía‘. Coordinado por Jesús García Cívico, filósofo, profesor en la Universitat Jaume I y autor de ensayos, relatos y poemas, incluye también textos de Eva Peydró, Carlos Pérez de Ziriza y Ana Valero.
«El título se hace eco de una petición difusa por parte de un sector de la sociedad: que las ficciones sean justas, es decir, que las obras o sus autores difundan o representen, respectivamente, una serie de valores morales y vidas ejemplares”, explica García Cívico. “Se demanda integrar en la ficción una idea de justicia entendida como respeto de las diferencias, reconocimiento identitario y lucha contra la discriminación sexual y racial”.
La censura existe desde el inicio de la civilización dictada por el poder civil y religioso. Sin embargo, hoy surge desde las bases sociales a través de Internet y la redes. ¿Eso la hace más o menos dañina?
La hace más inquietante. Ana Valero explica muy bien ese chilling effect a través de la idea de «censura líquida», el nuevo «panóptico» sentimental (todos nos vigilamos a todos) y cómo el «sentimiento de ofensa» se perfila como el nuevo rasgo identitario que aglutina y genera cohesión entre los usuarios de una redes que hoy se caracterizan por su irritabilidad.
Carlos Pérez de Ziriza ofrece el ejemplo del deterioro desproporcionado de la carrera profesional de Ryan Adams por una acusación aireada en la red, así como la presión electoral en la política cultural de algunos Ayuntamientos en relación con grupos cuyas canciones podrían resultar «sexistas».
Eva Peydró arroja nueva luz sobre casos conocidos como los de Bertolucci o Johnny Depp, así como los últimos debates en la red a propósito de la racialización, el apropiacionismo cultural o la interpretación de personajes transgénero.
¿Paradójicamente, cuáles serían los siete pecados capitales de esta nueva moral?
La irracionalidad, el excesivo peso de los sentimientos y las emociones, el riesgo de dejar de disfrutar del arte y la cultura, el punitivismo, el retorno a formas medievales de castigo vergonzante (humillación pública en la red), el exhibicionismo moral, la tergiversación consciente como desprecio a la verdad.
Esos siete pecados tienen un efecto perverso no solo sobre la creación artística, sino también sobre una causa justa: la protección de los grupos vulnerables, el respeto a los derechos de las minorías y de los diferentes y la igualdad económica, política y simbólica de la mujer.
La cultura de la cancelación muestra mayor contundencia en Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Se puede atribuir este hecho a su raíz calvinista y puritana?
Sin duda, ese factor cultural tiene un peso específico en países donde los derroteros puritanos de la corrección política permite hablar de «inquisidores amables» (kindly inquisitors), por decirlo con Jonathan Rauch, un periodista que analizó la cultura de la cancelación y sus diferencias con el debate racional de ideas.
Carlos Pérez de Ziriza incluye la denuncia por pornografía infantil de Spencer Elden, el bebé de la portada de ‘Nevermind’, el disco de Nirvana, o la polémica sobre una foto promocional de C. Tangana.
Eva Peydró traza en el libro un sugestivo recorrido por la «ultracorrección» en Hollywood, así como por la particularidad europea. Ana Valero incluye en su capítulo no solo una síntesis del erotismo en el arte, sino también del debate en el seno del feminismo y en la evolución jurisprudencial sobre lo obsceno en Estados Unidos.
¿Al igual que la llamada ‘cultura woke‘, esta corriente expresa la mala conciencia del hombre blanco, heterosexual y protestante?
Lo que más me preocupa de la cultura woke es la forma en que acaba invisibilizando las demandas de justicia económica, una cuestión urgente y universal. Se ha demostrado que el énfasis en lo identitario en la agenda política va en menoscabo de la lucha por la distribución de la riqueza.
¿También demuestra la incapacidad del ser humano para gestionar su libertad, por lo que prefiere depender de normas que orienten sus actos… y pensamientos?
Sobre la libertad mantengo una posición poco intutitiva y puede ser que minoritaria a este respecto, aunque uno de los últimos ensayos de Eloy Fernández Porta parece que vaya en este mismo sentido: la existencia de normas es un requisito necesario para la libertad. Necesitamos normas que orienten conductas, pero, ojo, entre esas normas se incluye la igualdad, la no discriminación, así como la libertad artística y de expresión.
Otra cosa es que la gente asuma acríticamente una serie de nuevos dogmas y lugares comunes sobre los que no se ha detenido a reflexionar. La precariedad laboral, la aceleración, los nuevos formatos breves de comunicación, el solucionismo o la ruptura de los vínculos sociales tras décadas de individualismo neoliberal (no solo político, sino educativo y cultural) tampoco ayudan a ello.
¿Hasta dónde nos puede conducir este revisionismo moralizante? ¿Se intuye una especie de bandazo en dirección opuesta, como ha pasado tantas veces a lo largo de la historia?
Sí, esa dialéctica, por decirlo con Hegel, acabará generando una síntesis. Es ahí donde el libro señala algunos aspectos positivos de la nueva sensibilidad. En mi opinión, cae en la casilla del acierto la revisión de la historia si sirve para rescatar autores injustamente opacados (por ser mujer, negro, homosexual, etcétera) o discursos silenciados (no necesariamente en clave decolonial, una vía llena de contradicciones, a mi juicio).
Luego, en el terreno de las ficciones, ¿no era raro que los pilotos de naves espaciales fueran hombres rubios? Hoy reaccionamos ante la reproducción de arquetipos y se nos ha afinado el olfato para detectar sesgos y prejuicios simbólicos. Eva Peydró observa la evolución de artistas como Clint Eastwood o personajes como James Bond de forma similar. Estamos en una fase balbuceante y hay ficciones que integran la nueva sensibilidad de forma mecánica, grosera o superficial (el tokenismo), lo cual perjudica a su calidad artística. Otras han sabido integrarlas de forma enriquecedora.
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