#MAKMAArte
‘Pintura caníbal’ y ‘Sólido melancólico’
Jesús Herrera Martínez
Sala Parpalló y Cubo MuVIM
Museu Valencià de la Il.lustració i de la Modernitat
Quevedo 10, València
Desde el 19 de mayo de 2022
“El artista come arte”. Así resumió Jesús Herrera Martínez (Petrer, Alicante, 1976) su fervor por la pintura. Un fervor que le ha llevado precisamente a titular ‘Pintura caníbal’ su exposición en el MuVIM, con una introducción en el cubo exterior del museo denominada ‘Sólido melancólico’. Espíritu caníbal mediante el que el artista reconoce devorar la historia del arte para dar cuenta de sus obsesiones, igualmente caníbales, por la materialidad del cuerpo.
“El barroco es para mí el momento donde se construyen las imágenes, su teatralidad, perfeccionando la tramoya y el engaño de los sentidos”, explicó quien muestra en el MuVIM trabajos de sus seis últimos años realizados en Copenhague, donde actualmente vive. Barroco y melancolía dándose la mano en su pintura, en un diálogo que, mostrando el artificio de la representación, revela cierta verdad relacionada con la fisicidad de la pintura y el propio cuerpo sometido a los avatares de la existencia.
Herrera pone el foco en la ficción -de fictus, fingido o inventado- para destacar cómo a través de la representación se puede acceder al fondo oculto de las cosas y del sujeto que habita el mundo, una vez atravesada la pantalla imaginaria que lo tapa. De ahí, también, su necesidad de recurrir a las vanitas en su obra, como reflejo de la fugacidad de la vida encarnada en una sucesión de cabezas cortadas que se corresponden con la suya propia: “No sé por qué, cada cierto tiempo me da por hacer cabezas cortadas”, subrayó el artista.
Su atracción por el ‘Sólido melancólico’, a medio camino entre los poliedros de Platón -romboides ubicados en el cubo exterior del MuVIM- y las pinturas de Durero ‘Melancolía I’ y ‘Dibujante haciendo un desnudo de mujer’, ya muestra ese gusto por la geometría que ordena el caos, en connivencia con el ambivalente estado de ánimo que caracteriza al melancólico. “Mis proyectos son bastante metodológicos y luego derivan hacia el juego y la representación”, apuntó Herrera.
El juego arranca con una serie de bodegones y de retratos, evocando la obra del pintor holandés Albert Eckhout, cuyas frutas, verduras y habitantes exóticos, documentados en sus viajes al Brasil de mediados del siglo XVII, son recreados ahora por el artista que vive en Copenhague y experimenta idéntica extrañeza ante la sociedad que lo acoge. “Herrera plantea un discurso sobre la alteridad y sobre él mismo”, resaltó Amador Griñó, jefe de exposiciones del MuVIM.
“Jesús muestra toda la historia del arte jugada, ideada y transformada desde la inteligencia”, afirmó Rafael Company, director del museo valenciano. Inteligencia que, impulsada por ese aliento barroco y melancólico, apunta en la dirección de la carne -palmas de la mano, pieles ambiguas, rostros de una identidad quebradiza, cabezas cortadas- y de sombríos paisajes tan del gusto de quien se halla poseído por la bilis negra del carácter melancólico.
De ahí que junto al despliegue colorista de los bodegones se hallen dos retratos de cuerpo entero y a gran tamaño en blanco y negro, dialogando de nuevo entre sí para revelar esa contraposición entre la alegría del exotismo y la más sombría representación de la figura humana, allí donde la luz crea una atmósfera fantasmal. Enfrente, Herrera muestra una serie de personas danesas “basadas en la demografía”, pero cuyos retratos han sido realizados “a partir de la inteligencia artificial, de manera que en la realidad no existen”, explicó el artista.
El engaño vuelve a aflorar mediante el juego de la representación sin que por ello la verdad se resienta, en forma de seres plurales reacios a su catalogación. “La mirada del pintor se proyecta sobre el propio europeo, sobre aquel que ha moldeado a la otredad y que tradicionalmente había dirigido esta sobre las tierras colonizadas”, señala Griñó acerca de esta dialéctica que establece el artista entre lo propio y lo extraño; las sombras de la caverna de Platón y la luz de lo real que se abre a nuestras espaldas.
Jesús Herrera pone luego el foco de atención en una serie de retratos y de autorretratos que vienen a confirmar la extrañeza del cuerpo sometido a la topografía, mediante técnicas de análisis visual de tipo biométrico. “A partir de la palma de mi mano creo una topografía de bits que permiten meterme en su interior como si estuviera en medio de una cadena montañosa”. Un paisaje tan verosímil como inquietante, donde lo incorpóreo se nutre de la carnalidad en una nueva vuelta de tuerca del juego.
Juego macabro al que se llega con la cabeza cortada del propio Herrera, en una serie de obras que lindan con el rostro más amable de la princesa Mary de Dinamarca, cuyo retrato pone fin al recorrido expositivo. Como apuntó Griñó, con esa decapitación el artista hace un guiño a otras célebres decapitaciones de la historia del arte, “como la de Holofernes o de San Juan Bautista”. Barroco en estado puro, apuntando al fuego mismo de la pulsión indómita que nos habita y a la muerte como estación término de una vida que Herrera, por contraste, muestra en la figura de la condesa de Monpezat.
El retrato de la princesa Mary, que ha dado mayor notoriedad si cabe a un pintor casi recién ubicado en la sociedad danesa, contiene el barroquismo anterior, para dejar que sea la veta melancólica la que ahora tome el pulso. Con una suave gama de colores, las sombras de un eucalipto dibujadas en la pared, un fresco oval y la figura en diagonal de Mary, el cuadro destila el espíritu ensoñador del melancólico. Espíritu siempre a la búsqueda de nuevos motivos para seguir devorando la vida a través de la pintura caníbal.
- Luis Martín Arias, adiós a un polemista entrañable - 11 noviembre, 2024
- El Congreso Internacional sobre la ley de Trama & Fondo se cierra con la hybris o desmesura en el cine de Kurosawa - 9 noviembre, 2024
- Jesús González Requena: “La ley, en Freud, no es el poder, sino la limitación del poder; aquello que le pone freno” - 7 noviembre, 2024