#MAKMAEntrevistas | Joan M. Oleaque (periodista y escritor)
Autor de ‘En éxtasis. El bakalao como contracultura en España’
Barlin Libros, 2021
La denominada Ruta del Bakalao, o Ruta Destroy, revive, ahora, cuando se cumplen 40 años desde su irrupción, un momento de rabiosa actualidad. El próximo mes de marzo, el IVAM inaugurará ‘Ruta gráfica. El diseño del sonido de València’, una exposición comisariada por Alberto Haller, Antonio J. Albertos y Moy Santana en torno a la cartelería de las discotecas de la Ruta, emparentada con el cómic, la ilustración y las técnicas digitales innovadoras de los años 80.
También, en estos momentos, se está rodando una serie de televisión sobre el tema –‘La Ruta’– dirigida por el valenciano Borja Soler y con el apoyo de Atresmedia. Mientras tanto, el popular reportaje ‘Hasta que el cuerpo aguante’, producido por Canal+ en 1993, acumula cada vez más y más reproducciones en Youtube. En resumen, se podría decir, que la Ruta está de moda.
Para conocer los motivos de dicho éxito hoy en día, conversamos con el periodista Joan Oleaque (Catarroja, 1968), autor de ‘En éxtasis. El bakalao como contracultura en España’ y cronista precursor y decisivo de un fenómeno sociocultural sin igual. Un libro que fue publicado originalmente en 2004 en catalán, y cuya versión en castellano alcanza ya su segunda edición de la mano del sello valenciano Barlin Libros.
Nos consta, por tanto, que Joan Oleaque fue pionero en defender el carácter pionero de la Ruta en un momento en que decir esto era “como decir que los extraterrestres existen”, en palabras de Kiko Amat. Hoy, la denominada generación Z –o posmilenial– se enfrenta al relato de la Ruta Destroy con una cierta admiración estética, de alguna manera, quizás, dulcificada.
“No sé decir muy bien el por qué, quizás sea porque los centennials necesiten de una autenticidad que escasea hoy, y que allí sobraba. Es verdad que la gente está fascinada con aquello, cuando antes se encontraba demencial”, explica Oleaque, que puntaliza: “A ver, está fascinada por la parte moderna, por la parte del diseño, de la vanguardia, de la música radical, de los disyoqueis increíbles ultraavanzados, por la gente alucinante. No, en cambio, por supuesto, por la degeneración que marcó su masificación, aunque esto también tiene interés para ser estudiado, no para ser vivido (de esto último doy fe)”.
Identificando las causas del ocaso de la Ruta, en su libro aparece latente una cierta crítica hacia el sensacionalismo informativo, “el látigo de los medios”, como él mismo define: “Se había generado un tabú muy fuerte, un velo denso y opaco informativo que no permitía decir que aquello fue moderno, interesante y rupturista. Afirmarlo no era –y no es, en realidad– políticamente correcto”.
Oleaque es tajante cuando afirma que “ha habido durante largos años una visión general que determinaba la ruta como una basura dedicada a los bárbaros de diversas generaciones, y nada más. Era mentira, pero, sin embargo, no hay que ocultar que sí acabó siendo un desastre y una basura: una cosa no quita la otra”.
“Lo que terminó con todo eso fue la cobertura mediática, la persecución policial –y eventualmente política–, está clarísimo. Pero también hay otra causa: el propio autodesastre del fenómeno, que acabó convertido en una parodia, con música mala y aspiraciones de llegar cada vez a más decenas de miles ruteros sin un ápice de glamur artesanal, que era, precisamente, lo que lo había hecho grande. Una verbena, vamos. Nadie hace kilómetros y kilómetros para ir a verbenas”, añade.
En los últimos años, se fue nutriendo la estantería de libros sobre el tema: ‘No iba a salir y me lié’ (Roca Editorial, 2016), de Chimo Bayo y Emma Zafón; ‘¡Bacalao!’ (Contra, 2016), de Luis Costa; o ‘Destroy’ (Drassana, 2015), de Carlos Aimeur, son algunos ejemplos recientes. Todos inciden, de alguna manera, en resaltar la originalidad de la Ruta del Bakalao. En este sentido, es muy reveladora la frase que aparece al comienzo de ‘En éxtasis’, publicada hace dieciocho años: “Como casi ninguna otra cosa, todo esto empezó en València”.
La pregunta es si la Ruta duró lo que debió durar, solo en el inmediato posfranquismo, con ganas de cosmopolitismo y transgresión o si, por el contrario, pudo haberse evitado su declive, o encauzado, o rentabilizado de alguna manera. “Por supuesto, se podía y debía haberse encarrilado por una vía más cercana a sus orígenes. De ser así, aún estaría presente, de algún modo, hoy en día. Pero tal como se desarrolló, era un tren sin freno; y descarriló”.
En cualquier caso, el pilar principal de la Ruta lo conformaban todas las personas involucradas en dicho acontecimiento, una suerte de happening donde poco importaba cuál fuera tu ocupación más allá de los muros de la discoteca. “Un currante tal cual en su vida cotidiana era considerado allí un marqués, créeme. Las camareras eran veneradas, admiradas por su excentricidad en la vestimenta, por lo radical de su atractivo. Mucha gente las miraba en la distancia. Por ejemplo, ser camarero, o recoger vasos en Chocolate, era una profesión admirada, que todo el mundo veía como algo alucinante”.
“El mundo allí [en las discotecas] era el que era, no era un reflejo del de afuera: allí triunfaba el que dominaba los códigos de música, conducta y vestimenta. Fuera, eso no importaba y, allí, no importaba lo que afuera era entendido como importante. Este era el atractivo de la Ruta: durante más de una década fue un auténtico universo radical, enorme y paralelo”, concluye.
“Recuerdo una noche, viernes, cuando era muy joven, que, sin quererlo, fui con un grupo de amigos a Spook, bastante pronto. No había mucha gente, pero la que había era totalmente espectacular, alucinante e inesperada, como salida de un videoclip. Recuerdo que Fran Lenaers pinchó ‘Solidarity’, de Angelic Upstarts, ‘Subculture’, de New Order o ‘Heartbeat City’, de The Cars, entre otras. No me creía lo que estaba escuchando, ni lo que estaba viendo, ni con quién estaba socializando. Fue como un sueño, pero a un cuarto de hora de casa. Sin entrar aquí en detalles personales, recuerdo darme cuenta de lo perfecto que había sido todo, en su sencillez, cuando estaba acostado en mi cama. Aún evoco, involuntariamente, algunos sonidos y aspectos de aquella noche”.
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