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Entrevista con Joan Seguí, director del Museu Valencià d’Etnologia (L’ETNO)
Premio al Mejor Museo Europeo de 2023
Otorgado por el European Museum of the Year Award (EMYA)
“Al bien hacer», decía Cervantes, «jamás le falta premio”. Era un optimista, porque hay muchos buenos haceres que suelen pasar desapercibidos. Sin embargo, en el caso que nos ocupa, la sentencia cervantina es ajustada al mérito contraído y justamente reconocido, que entronca a la perfección con esta otra de Mary Ann Evans, más conocida por su seudónimo de George Eliot: “El mejor fuego no es el que se enciende rápidamente”.
De hecho, ha sido así, a base de ir prendiendo a fuego lento un trabajo de muchos años, como L’ETNO, el Museu Valencià d’Etnologia, ha sido reconocido como el Mejor Museo Europeo de 2023. Lo ha recibido del EMYA (European Museum of the Year Award), institución fundada en 1977 para reconocer la excelencia museística, por entender que el museo valenciano ha venido “confrontando el pasado de forma valiente” y con “fuerte fundamento ético”.
Joan Seguí es su director, tras haberlo sido anteriormente entre 2008 y 2014, sustituyendo en esta nueva etapa a Francesc Tamarit, quien lo ha venido dirigiendo desde 2015. Lo hace con bríos renovados y, ahora, catapultados por la inyección energética que supone tan magno galardón. Y lo hace con un proyecto basado en el fuerte arraigo local de un museo cuyas raíces se extienden más allá del territorio donde anida.
¿Cómo habéis llegado a este premio del EMYA? ¿Cómo se ha fraguado?
Se suelen presentar alrededor de sesenta instituciones del ámbito europeo, unos años más y otros menos. Primero se hace una preselección por medio de la visita de un juez, en nuestro caso fue una jueza irlandesa, a la que le muestras las salas y le hablas del proyecto. A partir de ahí, se hace un informe para que lo discutan entre los nueve jueces que había este año. Meses después, nos llegó un correo diciendo que habíamos sido seleccionados para la fase final, que era nuestro objetivo. Ese día estábamos ya muy contentos, porque sabíamos que se trataba de un gran premio.
¿Y una vez allí?
Este año la fase final era en Barcelona, dentro de la itinerancia del premio, porque la edición anterior se hizo en Estonia. Ya una vez allí, hubo dos días de conferencias y un tercero para la gala con 33 museos finalistas. Primero se entregan unas menciones especiales que, pensamos, de concedernos una ya estaría muy bien. Al no ser nombrados en ninguna de ellas, pensamos que ya estaba bien con haber sido finalistas. Pero resulta que luego llegó la super sorpresa cuando nos concedieron el primer premio, inesperado totalmente.
En el comunicado oficial del premio se dice que sois una institución “que opera con un fuerte fundamento ético y un compromiso apasionante, confrontando el pasado de forma valiente”. Y se añade: “El museo busca dar respuesta al derecho de las comunidades locales de entender su pasado y reconocer sus experiencias”.
Eso es exactamente lo oficial que leyeron en voz alta cuando nos dieron el premio. Entiendo que han reconocido el trabajo de muchísimos años y uno de los jueces, con el que tuve una conversación muy corta, sí me dijo que para el presupuesto que teníamos, el tamaño y la trayectoria, éramos un museo ejemplar para muchos otros museos en el ámbito europeo. Y esto sucede justo el año que celebramos el 40 aniversario de L’ETNO, de manera que ha sido una cosa muy redonda que ni hecha a posta.
Hablando del presupuesto, ¿está acorde con el nivel que tenéis?
Tenemos un presupuesto que está bien para nuestro ámbito, aunque si lo comparas con algunos de los museos suizos que había en este certamen o la misma Casa Batlló de Barcelona, que también estaba, pues seguramente nuestro presupuesto no es nada.
¿Qué subrayaste en tu discurso una vez concedido tan inesperado premio?
Mi discurso fue totalmente improvisado, porque, insisto, no esperábamos en ningún momento tener que afrontar esa situación. Lo único que hice fue mencionar al museólogo inglés Kenneth Hudson, del que soy muy fan y que es el fundador de los EMYA en 1977.
Yo me he leído sus libros y, en concreto, su ‘Museos de influencia’, en el que dice que ahí el lector no iba a encontrar ningún museo de etnología, tras haber visitado unos cuantos, porque son museos que coleccionan mucho, pero luego profundizan poco. Entonces, esa queja suya se me quedó en la cabeza y, en cierta manera, sí pienso que el L’ETNO y su equipo ha intentado ir un poco en contra de eso, para decirle a Hudson: ¡Pónganos usted en esos museos suyos de influencia!
Nosotros coleccionamos mucho. Nos llaman un día sí y otro también ofreciéndonos piezas interesantes. Otra cosa es lo que hagas con esa colección en las salas de exposiciones y con las cosas que le preocupan a la gente de hoy, de forma que le atraiga y le sirva para algo. No se trata de exponer por exponer.
¿Qué supone este premio para L’ETNO?
Yo no sé qué supondrá para museos más grandes –como el Guggenheim, el Marq, CosmoCaixa o el Centro de Interpretación de Medina Azahara, que son los cuatro museos españoles premiados antes que nosotros en 46 ediciones–, pero para nosotros supone muchísimo, porque los EMYA son los premios más importantes de museos en Europa.
Este premio refuerza el apoyo político que hemos tenido durante todos estos años y, desde el punto de vista del público, refuerza también nuestra posición, porque ahora sabe lo que es el ETNO, sabe dónde está y nos tiene en cuenta por las cosas que somos capaces de hacer. Y eso muy importante.
Habéis realizado multitud de exposiciones, ¿cuál sería la más relevante o significativa, la que podría decirse que ha supuesto un cambio en la evolución del museo?
Es difícil pensar en una sola, porque una te lleva a la otra, como sucede con los estrenos de las películas. Pero sí puedo decir que nosotros empezamos conscientemente a reorientar nuestra manera de hablar en las salas a partir de 2007/2008. Es una manera de hacer que se ha ido cociendo poco a poco y que ahora ya nos sale como más natural. Y eso tampoco nació de la nada, sino a partir de otros proyectos en Europa que nos gustaban y que fuimos a ver a nivel privado.
Y eso sí es verdad que empezó a tener un impacto en la profesión y en el grupo de gente que trabaja los museos de etnografía en España. Museos que, por otro lado, son los más numerosos a nivel estatal, aunque luego sean los menos visitados y los que menos presupuesto tengan. Hay mucho museo de etnología en España, muchísimo, y en ese ámbito sí que hemos tenido mucho reconocimiento.
¿Por qué hay tantos museos de etnología?
Hay muchos museos de etnología porque probablemente para un gestor cultural de una población pequeña es el más fácil de crear por su tipología, porque basta con buscar por qué se conoce mi pueblo, indagar en la tradición particular del lugar –ya sea por su cerámica, el tipo de cultivo de la zona, etcétera– y montar ese museo. Es más difícil de montar que uno de arte, porque necesitas una serie de obras, o de ciencia, que suelen ser más caros de montar.
Y una vez que están hechos, qué pasa con estos museos. Se ha de entender que un museo es una institución que necesita cierto soporte económico sostenido en el tiempo para funcionar. De manera que, en muchos casos, se inauguran y luego se abandonan. Y otro factor es el público. Si sales a la calle y preguntas, tiene la idea de que estos museos de etnografía son estáticos, museos del pasado y que enseñan cosas nada contemporáneas.
Has hablado de cierta manera de hacer que supuso un cambio en L’ETNO. ¿A qué te refieres?
Nosotros, aunque seamos el museo de la cultura popular y tradicional valenciana, hemos entendido durante estos últimos años que aquí de lo que se trataba era de utilizar esa cultura y mostrarla haciendo el esfuerzo de hacer una lectura universal.
Por ejemplo, el sentimiento de pertenencia a un club de fútbol [en estos momentos hay una exposición sobre los orígenes del Levante Unión Deportiva: ‘De granotes, gats i palmeres’] y la identidad que hay detrás de esa camiseta (los gritos, la alegría, la pena, la celebración) es universal en todas esas culturas que tienen un deporte que se llama fútbol.
El cultivo del arroz y hacer la paella, por poner otro ejemplo, tiene que ver con el tema de la alimentación y la identidad, que es lo interesante de trabajar. Este es un museo que no habla solo de lo que es ser valenciano, sino que propone una reflexión sobre el ser cultural, porque ahí es donde nos encontramos todos.
La exposición permanente del L’ETNO lleva por título ‘No es fácil ser valenciano’. Una exposición que habla de la identidad cultural y sus contradicciones. ¿Es una exposición clarividente de cuál es vuestro espíritu?
Sin duda. L’ETNO es un museo en el que tú pasas por la puerta y puedes estar de acuerdo o no, pero te hace pensar un poco. Entonces, si tú haces eso, no te puedes quedar en el nivel descriptivo, porque eso no es ser un museo relevante. El cultivo del arroz te lo va a explicar muy bien Wikipedia. Nosotros lo que tenemos que hacer es coger eso y llevarlo a un nivel superior de pensamiento y de reflexión.
¿Cómo encaja vuestra colección de objetos y piezas materiales, físicamente elocuentes, con el auge actual de inteligencia artificial?
El mundo de los museos pivota sobre una cosa que me hace sospechar que la inteligencia artificial no le va a hacer ni un rasguño y es la autenticidad. Los museos son cajas de cosas auténticas. Tú ves la Gioconda en altísima definición por Internet, pero eso no sustituye al hecho de que tú te pagues un avión, te vayas a París, hagas cola y te acerques a la Gioconda.
No es sustituible, por mucho que finalmente la veas por entre cuerpos de japoneses haciendo fotos. Esa pieza única del museo –por eso es patrimonio– es lo que le da una autenticidad, una significación especial. Yo lo entiendo así e igual me estoy arriesgando mucho.
“Recuerda que eres único. Absolutamente igual que todos los demás”. ¿Esta sentencia de Margaret Mead valdría para resumir vuestra vocación en el L’ETNO?
Me viene muy bien que hables de Margaret Mead, porque la fuerza de nuestro museo, desde el punto de vista del discurso está ahí, en coger cosas que son locales y universalizarlas. Hay un libro, que no es de Margaret Mead, pero que es también muy interesante y que lleva por título ‘Pequeños lugares, grandes problemas’ [‘Small places, large issues’, de Thomas Hylland Eriksen]. Esto es el L’ETNO: un pequeño lugar que pone el foco, a través de una ciencia que se llama antropología, en las grandes cuestiones universales.
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