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Joaquín Sorolla: la luz y las primeras vanguardias | Pilar Tébar Martínez
MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2023

No cabe duda que la denominación de este 2023 como Año Sorolla en conmemoración del centenario del fallecimiento, en 1923, del universal pintor valenciano por parte del Consejo de Ministros y por la Generalitat Valenciana servirá para actualizar y reorganizar los estudios y las investigaciones sobre el pintor, así como para revisar y analizar el catálogo de su obra en las exposiciones que se vienen inaugurando en los últimos meses, donde se exhiben obras no vistas –o poco vistas– anteriormente que ofrecen nuevas lecturas de su producción.

Mucho se ha escrito ya sobre Sorolla, pero –precisamente– esas relecturas nos permiten y permitirán abrir nuevas vías de reflexiones, nuevas visiones sobre Joaquín Sorolla Bastida (València, 27 de febrero de 1863-Cercedilla, Madrid, 10 de agosto de 1923).

El pintor valenciano demuestra muy joven su interés y aptitud por la pintura, iniciando su formación en la Escuela de Artesanos. Su rápida progresión irá forjando su proyección artística. De la Escuela de Artesanos ingresa en la Academia de San Carlos, ayuda y aprende de fotografía con su futuro suegro, copia a los clásicos en el Prado –los imprescindibles Velázquez, Ribera y el Greco–, comienza a participar en las exposiciones nacionales y pide la codiciada beca de Roma, pintando una academia y ‘El grito del palleter’, una pintura basada en el levantamiento de la ciudad de València frente a la invasión napoleónica impulsada por ‘El Palleter’, un héroe de la historia local.

Sorolla Poliédrico
Portada de MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico. Diseño: Marta Negre.

El resultado es una escena de historia cercana al costumbrismo conforme a la temática dominante en ese momento. Y esa fue su declaración de intenciones. Estamos en 1884, y Sorolla tiene poco más de 20 años. 

La Comisión Provincial de Valencia (actual Diputación) le concede una beca de 4 años para estudiar en la Academia de España en Roma, ciudad a la que se incorpora en enero de 1885. Aprovechará para visitar –y tomar apuntes o pintar– otras ciudades italianas como Venecia, Pisa, Florencia, Nápoles o Asís, y aprender de los grandes maestros italianos.

Compartió estancia y estudios con otros pintores españoles como el valenciano José Benlliure Gil, el alcoyano Emilio Sala Francés o el sevillano José Villegas y Cordero. Precisamente, la Academia de España en Roma se ha sumado a las conmemoraciones del Año Sorolla al inaugurar la primera exposición sobre Sorolla en ese país, ‘Destellos de luz y color’, con más de doscientas pinturas sobre cartones y tablillas –principalmente, de formato reducido– que utilizaba para tomar apuntes y desarrollar diferentes ideas o experimentar con la pintura. Permaneció en tierras italianas hasta finales de 1889.

Páginas interiores del artículo publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico.

Durante su estancia en el extranjero, visita París por primera vez en los meses centrales de 1885, invitado por el industrial, pintor, grabador y bibliófilo afincado junto a su familia en esa ciudad, Pedro Gil Moreno de Mora –descendiente del banquero, político, coleccionista de arte, comerciante, naviero y empresario español Pedro Gil Babot–, al que había conocido en Roma, ciudad en la que Gil tenía abierto estudio al que acudían los artistas españoles que estaban en Roma y con el que mantuvo amistad a lo largo de su vida y una intensa correspondencia –que se conserva en el Museo Sorolla de Madrid–.

En París, Sorolla también compartirá estancia con su amigo, el pintor valenciano Francisco Domingo Marqués, que está allí desde 1875. 

En la ciudad francesa, recorre museos y salones y va a conocer y admirar la pintura de los realistas al acudir a visitar las exposiciones de Adolph Menzel (Breslau 1815-1905 Berlín), el considerado pintor realista alemán más importante del XIX y que logró el reconocimiento de la vanguardia francesa; y a la de Jules Bastien-Lepage (Damvillers, Francia, 1848-París, 1884), que había fallecido solo unos meses antes de la llegada de Sorolla a París.

Artista realista, con formación académica, plasma en sus obras algunas de las influencias del impresionismo y se convirtió en uno de los pintores favoritos de la crítica y de coleccionistas, proyectando una enorme influencia sobre las generaciones siguientes, con lo que es de imaginar la expectación con la que Sorolla y sus amigos visitaron la exposición.

Mientras está en París, también conoce la obra de Eugène Boudin (Honfleur, 1824-Deauville, 1898), uno de los primeros paisajistas franceses en pintar al aire libre, au plein air, y que recoge en sus paisajes la atmósfera y la luz del exterior como en la Escuela de Barbizon y también la del círculo de pintores impresionistas. 

A esta primera visita a la ‘Ciudad de la luz’ le siguió la de 1889 con su ya esposa Clotilde García del Castillo. Acuden a la Exposición Universal que celebraba el centenario de la toma de la Bastilla, donde pudieron contemplar el nuevo icono de Francia, la Torre Eiffel, además de las nuevas corrientes pictóricas que se mostraban en los pabellones; volverá en junio de 1891 y en mayo de 1894, continuando su relación de amistad con Pedro Gil, que le asesora y ejerce de intermediario en las exposiciones en las que participa.

Y, precisamente, en 1895 consigue, con ‘La vuelta de la pesca’, la primera medalla de oro de segunda clase en el Salón de la Sociedad de los Artistas Franceses. 

En 1900, participa en la Exposición Universal con varias de sus obras más conocidas y vuelve a obtener el éxito con el Grand Prix por la calidad del conjunto presentado y, especialmente, por ‘¡Triste herencia!’. No cabe duda que Sorolla conoce el gusto francés, pues es reconocido, en 1901, con la Gran Cruz de Caballero de la Legión de Honor, siendo nombrado también miembro correspondiente de la Académie des Beaux-Arts de París. Esa será la ciudad escogida para realizar, en 1906, su primera exposición individual, que le catapultará a la fama internacional.

Sorolla, durante sus estancias en París, reconocida capital mundial del arte, conoció los movimientos de vanguardia, pero no todos le interesaron. Al nacimiento, en 1874, del impresionismo, caracterizado por la pintura au plein air, el divisionismo de la pincelada y el deseo de la captación del instante y de cualquier variación atmosférica –lo que muchas veces se convirtió en una tortura para los artistas–, le sigue en fuerza y energía el fauvismo, nacido en 1905, que aporta la exaltación del color y la arbitrariedad de su aplicación como avances más significativos. 

Se ha escrito en numerosas ocasiones que al pintor valenciano no le influyeron las vanguardias –y eso sucede con el resto de los primeros ismos que nacieron con posterioridad–. No vemos en su producción referencia alguna al expresionismo o al cubismo, por ejemplo, y es que su camino ya lo tenía hecho. No se le puede considerar ni impresionista ni fauvista, aunque adopte de estos dos movimientos aquello que le interesa para experimentar en sus pinturas, sobre todo en las de pequeño formato, en sus apuntes rápidos, que hoy en día los expertos consideran una parte fundamental de su producción artística. 

Sorolla se preocupó por captar la luz –y sus sombras– en cualquiera de sus variaciones. Si sus obras se caracterizan por el dominio en la aplicación de la luz, esa que magistralmente modula tanto desde el luminismo mediterráneo –que ciega y crea marcados contrastes– como desde la sutil suavidad de la luz del norte, llena de matices, o desde la oscuridad que producen las tormentas, las obras que pinta el valenciano en sus veraneos en Xàbia son, seguramente, las más exaltadas de color.

Es la luz que impacta en las rocas la que reverbera e invade con fuerza gran parte de la superficie del soporte; es la luz que utiliza con los nadadores en aguas cristalinas, en las que las veladuras nos dejan ver la refracción del agua y los reflejos de infinitos colores. Son los veranos de 1900 y, fundamentalmente, de 1905, en los que el maestro se sentía libre para experimentar, para alargar y/o arremolinar una pincelada muchas veces divisionista, libre para captar y mostrar a través de su pintura la atmósfera de esa luz cegadora del Mediterráneo. 

Es Sorolla, el pintor de la luz, en un momento clave de su trayectoria profesional. Es su luz la que le llevará al éxito y reconocimiento, la misma que nos ha traído a la conmemoración del Año Sorolla.

Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #06 | Sorolla Poliédrico, en noviembre de 2023.

‘Cestos en la playa de Valencia’ (1892), de Joaquín Sorolla.

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