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‘Valenciana’, de Jordi Núñez
Guion: Jordi Núñez
Reparto: Ángela Cervantes, Tania Fortea, Conchi Espejo, Fernando Guallar, Sandra Cervera, Jorge Silvestre, Héctor Juezas, Olga Alamán
102′, España, 2024
Estreno: viernes 18 de octubre de 2024
Si algo lleva a gala el director Jordi Núnez es el hecho de haber nacido y vivido en València, en los poblados de la Horta Sud. Fue esa procedencia, ese origen, lo que le hizo vibrar la primera vez que vio la obra de teatro de Jordi Casanova en la que se basa su segundo largometraje.
‘Valenciana’ cuenta la historia de tres amigas. Valeria es una mujer que, a pesar de haber dejado atrás su juventud, todavía derrocha sus días y noches en La Ruta valenciana, entre drogas y experiencias sentimentales de muy corto recorrido.
Por otro lado, Ana es una periodista que ya se plantea su maternidad, mientras trata de ejercer su profesión en un contexto mediático que se ha decantado por el morbo y el amarillismo.
Y, por último, está Encarna, una chica que, tras los estudios, ha acabado como jefa de prensa de un político con maneras y comportamientos muy zafios, pero con amplias posibilidades de ganar las elecciones municipales, lo que va a catapultar su carrera.
De fondo, ‘Valenciana’ nos sirve un retrato de aquella València de mediados de los años 90 que vivía el auge de la llamada Ruta del BaKalao, con sus discotecas y noches interminables, del pelotazo urbanístico, de la degradación de los medios por culpa de sucesos como el ‘caso Alcàsser’ y un sórdido ejercicio del poder, aunque no lo diga la película directamente, impuesto por personajes como Eduardo Zaplana. De hecho, el político para el que trabaja Encarna en la película se llama Ricardo Zamora. Pocas dudas quedan de las similitudes.
De todo ello conversamos con Jordi Núñez, cuya ‘Valenciana’ se estrena este viernes 18 de octubre en salas comerciales.
Está la serie ‘La Ruta’, ahora también tu película… Hay una especie de repaso a la década de los 90. ¿De dónde viene ese repentino interés?
Bueno, la primera ficción que yo vi fue la obra de Jordi Casanovas, que es de 2018, si no me equivoco, y me pareció que aportaba una visión muy fresca y brillante de la época. Y sí que es verdad que fue como el mascarón de proa de un movimiento que yo creo que viene por la perspectiva que nos ha dado el paso del tiempo.
Y, luego, viendo también el documental sobre Alcàsser (‘El caso Alcàsser’, de León Siminiani, 2019), la serie de ‘La Ruta’ (Borja Soler, 2022), como has dicho, ‘Quan no acaba la nit ‘(Oscar Montón, 2023)…, de pronto, hay como una nueva conciencia que hemos adquirido y que nos permite revisar ese contexto con ojos nuevos.
A mí, lo que más me interesaba era buscar las verdades de fondo de ese contexto, esas dinámicas que operaban entonces. En la obra de Jordi Casanovas es muy interesante la relación que establecía entre los tres contextos –el político, el social con la Ruta y la cuestión de los medios con Alcàsser– y cómo estaban íntimamente relacionados.
Luego, es verdad que, a la hora de adaptarla, conforme han ido apareciendo otras ficciones, ya no me interesa contar tanto el contexto de la Ruta ni explicar ni justificar lo que fue aquello. La Ruta en ‘Valenciana’ es, simplemente, una alegoría de lo que viven las protagonistas. Es decir, el contexto al final funciona como una capa más de una historia que se cuenta desde lo micro hasta lo macro.
Aunque tú no eres de esa generación, tú mismo has señalado un interés especial por esa época, como algo muy vivido.
A ver, yo soy del año 91, pero me he criado en el epicentro de la Ruta. Vivo muy cerca de Spook, mi abuelo es arrocero… Entonces, ya desde el inicio de la película, he reproducido escenas que he vivido. De repente, ver cómo estaba toda esa gente de parquineo, mientras nosotros estábamos quemando la paja, las tensiones que se producían allí…
En esta ciudad, cada vez que ocurre la quema del arroz, hay muchas quejas porque de pronto se llena todo de humo. De repente, se genera una imagen muy potente, una alegoría de lo que estaba ocurriendo en ese momento de dispersión de la Ruta con la Policía y los políticos criminalizándolo y aprovechando el crimen de Alcàsser también para demonizarlo.
Con mis padres, con mis abuelos, yo he vivido esa demonización. Con la conciencia que me ha dado el tiempo, aunque yo no fuese un adolescente o un adulto en ese momento, ese mensaje me ha llegado.
Con respecto al tema de Alcàsser, a mí me interesaba lo que supuso de trauma social y mediático, el tratamiento tan truculento que se le dio y cómo se vivió todo eso para vertebrar discursos de merma de derechos, para culpabilizar a las víctimas de abuso, para poner el foco en lugares donde no había que ponerlo, donde no se construía nada, en los que, simplemente, se utilizaba el miedo para controlar a la gente y a la sociedad.
Valeria, una de las protagonistas, es el prototipo de una generación que encontró en aquella manera de vivir la fiesta una especie de sentido de la vida. ¿Qué quedó de aquello?
La película empieza en un momento de resaca de un país del año 90 y 92; resaca de una Ruta que ya ha pasado de ser un espacio de libertad, que es como entendemos que Valeria la ha vivido y como se ha desarrollado, a ser un espacio decadente e incluso hostil y violento, una tierra quemada como vemos con los campos de arroz.
Valeria está acostumbrada a volver a su casa haciendo autostop y, de repente, intentan abusar de ella, una dinámica que era muy habitual en la época. Vemos la Ruta como ese espacio en el que Valeria podía ser ella misma y estar segura y que, de repente, deja de serlo y huye de ahí.
Es ese espacio que supone la juventud, ese momento en el que todo está por venir, en el que todo son promesas. Pero cuando pasas el umbral en el que te preguntas si esas promesas que tenían que cumplirse se han cumplido o no, ese espacio ya no es seguro, y entonces ella huye de esa tierra quemada, también del duelo de su madre y vive una relación con Sonia, que constituye para ella un ritual de duelo porque, al final, ella hace con Sonia lo que no puede hacer con su madre: que es dar las gracias, pedirle perdón y vivir una despedida adulta.
El otro día lo comentaba, en un coloquio, una mujer que tenía amigos para los que la forma de salir de ese mundo de las drogas había sido reconectar con la naturaleza. Al final, veremos a Valeria participando de esos ciclos. ‘Valenciana’ es una película que trata sobre la pérdida de la inocencia y el duelo por la juventud.
En la película se habla de aquella época como un momento de explosión creativa. Otros la rechazan por todo lo contrario. ¿Cómo lo ves tú? ¿Realmente fue un momento tan creativo?
Creo que algo tuvo de eso y también tiene algo de espacio decadente, de evasión, de un lugar para las personas a las que la vida se les hace completamente insoportable durante la semana, donde pueden salirse totalmente de ellas mismas y evadirse a través de las drogas. Pero yo creo que hay que hacerse preguntas más allá del hecho.
¿Por qué la gente necesita huir de sus vidas? ¿Por qué la vida es tan insoportable entre semana en un trabajo para un currito, como podía ser en los 90 y como lo puede seguir siendo ahora, como para llegar al fin de semana y ponerte ciego y del revés de viernes a domingo?
Eso está ahí y eso no quita que en esa ruta de discotecas estuviese ocurriendo una vanguardia musical, cosas que luego han sentado un precedente de muchas cosas en el mainstream a nivel mundial, a nivel europeo, que no se han reconocido porque se demonizó. No es ni una cosa ni la otra, es todo.
Otro asunto que aborda ‘Valenciana’, muy relacionado también con aquella época, es la cuestión de la corrupción política. En tu película, lo que más sorprende es lo burdo que era todo.
Sí, pero es que sigue siendo un poco así de burdo, ¿no? Claro que es tosco, pero te pones a ver vídeos de intervenciones y es que era así. En todos los referentes que manejábamos para Ricardo Zamora, los ves hablar y había como una condescendencia, un machismo, una misoginia totalmente normalizada que, claro, ahora lo pones en una pantalla grande y te da una hostia brutal, te genera risa.
Y, luego, está la idiosincrasia valenciana, que tiene una forma muy concreta, que te puede parecer como lo más esperpéntico, lo más histriónico del mundo, pero es quizás lo más anclado a la realidad. Y sigue ocurriendo a día de hoy, en otros niveles, solo que a lo mejor estamos demasiado cerca como para mirarlo.
A mí, me hace cierta gracia que al puente de las flores se le ponga el nombre de Rita Barberá. Si fuera un puente-jardín…, pero es un puente con macetas que hay que cambiar cada temporada y cuesta un dineral. De repente, le ponemos el nombre de Rita Barberá y la gente se lleva las manos a la cabeza. Pero es que si hay un puente en València que tiene que llevar el nombre de Rita igual es ese porque representa muy bien su gestión. Pues mira, el chiste ya está hecho.
Creo que, de manera inconsciente, en la política valenciana siguen ocurriendo estas situaciones cómicas. A mí me encantaría poder seguir mirando València con estos ojos, porque hay tanto que contar… Cómo es, por ejemplo, ese momento de la llamada a la fallera mayor. Pero, además, contarlo de verdad, sin condescendencia y entendiendo cómo es.
Hay una parte que es cómica y hay una parte que es muy humana y todo puede convivir. Para mí, Encarna es un ninot de falla y, a la vez, es un personaje de carne y hueso con una herida sangrante. Es ambas cosas y no hay que negar ninguna de las dos; no deshumanizarla y, a la vez, no negar la parte que tiene de performance y de cartón piedra.
Pero, ¿cómo se consintió siendo, según tú, tan burdo, tan evidente?
Pues bueno, porque algo habrá que calaba. Desde luego Rita era muy querida y mi Rita destruyó muchas familias con, por ejemplo, el tema de la sal. Dejó a mucha gente sin casa, dejó a gente que entendía la vida de una manera con la huerta y la dejó diez años muriéndose en pisos, y era una persona tremendamente carismática y querida a la vez.
Es que ambas cosas conviven. Y que Rita sea un personaje tremendamente cinematográfico no quita que hiciese un profundo daño a la ciudad de Valencia a la vez que hacía otras cosas que forman parte de lo que se entiende como el carácter valenciano.
Las historias que cuentas en tu película apelan claramente a personajes reales. Habéis cambiado los nombres, pero los referentes son tan claros, tan próximos, que me preguntaba por qué no mencionarlos directamente.
Porque quien quiera una biografía que se la pague o que escriba sus memorias. Quiero decir, esto es una ficción, nos interesan las verdades de fondo de los arquetipos narrativos, pero desde un código de fábula. En el momento en que pones un nombre real, tienes que ceñirte a la realidad.
Puedes empezar a jugar, pero entonces generas las preguntas de «oye, esto no fue así”. A mí me la trae al pairo cómo fuera a nivel de pormenores; me interesan las verdades de fondo, las dinámicas de cómo se hicieron las cosas, desde qué lugar se hacían, de cómo entendían la vida estas personas, qué parte de todo eso queda ahora y qué parte de todo eso hemos superado.
Luego, también ocurría que había muchos personajes que había que fusionar en uno solo. O sea, no tenía sentido. Es como un cuento con moraleja sobre València, muy anclado en lo real, pero contado desde ese lugar. “Érase una vez en un lugar donde había campos de arroz y discotecas en medio de los campos de arroz y donde pasaban ciertas cosas”.
Has comentado el tema del caso de las niñas de Alcàsser, otro símbolo de aquellos años. Pero a mí me genera dudas sobre de qué cosa es símbolo porque, hoy, hay incluso quien ha convertido el caso en una especie de icono pop.
Sí, bueno. Está ese imaginario de todos los amantes del morbo y de las teorías de la conspiración y demás, pero yo no quería entrar ahí. Es decir, había una parte humana que me interesaba mucho sobre cómo dos padres afrontan el duelo de manera distinta, pero que quedan muy tangenciales en la obra porque no quería entrar en eso y porque creo que son familias que ya han pasado bastante.
Incluso no me permito juzgar ninguna de las dos maneras de afrontarlo porque son reacciones que vienen desde un dolor tan profundo que nadie puede saber cómo es si no lo ha vivido. Pero, a la vez, sí que hay una parte que es de todos, como sociedad, que es la parte del trauma social que supuso y la parte del tratamiento público que se le dio, del tratamiento de los medios y de un padre que permaneció durante muchos años en la televisión difundiendo imágenes, promoviendo discursos.
Desde esa parte pública, ‘Valenciana’ hace una reflexión, pero quien quiera ver una película que le vaya a dar las claves sobre lo que pasó o que le resuelva el crimen de Alcàsser, que no venga a verla.
Los medios de comunicación son el otro punto de inflexión de esta historia. No sé si del paso por todo aquello se sacó alguna lección positiva o no, tanto en lo que respecta al caso de Alcàsser como al resto de sucesos que coronaron esa época.
Claro, a mí me gustaría pensar que estamos más lejos, pero luego ves la actualidad de esos programas, los magazines, ves Ana Rosa [Quintana] y no estamos tan lejos. O sea, ves el tratamiento que hace el programa de Sonsoles [Onega] o, incluso, en el propio fluir de los informativos, el tratamiento que se da a las noticias, y te das cuenta de que el relato mediático que se genera está estilizado, es más sutil, no es tan burdo y, a lo mejor, no se van a plantar a dar la noticia de unos padres cuya hija ha aparecido muerta con las cámaras dentro del pasillo de su casa, que eso fue demencial, pero sigue quedando algo de eso.
Muchas veces, me pregunto a qué nivel están sirviendo los medios a la sociedad y qué manera es la más adecuada para informar de ciertas cosas.
La película cuenta tres historias que se mezclan en una. ¿Cuál fue la mayor dificultad para engarzarlas en pos de construir el relato?
Creo que son tres historias que viven procesos similares con formas distintas. O sea, en mundos distintos, las tres viven en un sistema que las está negando, que no les permite ser ellas, que se las lleva por delante y en el que, de pronto, se tienen que plantar, tienen que luchar por su integridad, por su dignidad y nos muestra un catálogo de maneras distintas de afrontarlo.
Hay personajes que se plantan, hay personajes que viven negándolo y, de repente, se les cae la venda de los ojos; hay personajes que se dan cuenta de que no tiene sentido seguir huyendo hacia delante, y hay personajes que claudican y dejan que el sistema se las lleve por delante, que se sacrifican ellas mismas. Era muy importante para mí que la película no juzgara a ninguna de ellas y que pudiéramos entenderlas a todas.
Tú mismo has dicho que en la película conviven elementos dramáticos con otras notas de corte sainetesco. ¿No temes que esa parte sainetesca se imponga a la otra, digamos, más seria, distorsionándola?
Es que en la vida conviven los géneros constantemente. La vida tiene un género fluido en el que conviven todos los tonos. La comedia está llena de tragedia y la tragedia está llena de comedia, y yo quería abrazarlo desde ese lugar. Sí que había un poco de salto al vacío, pero no me daba miedo porque pensaba que la comedia también venía, muchas veces, por la incomodidad que te genera lo que ves en pantalla.
Cuando ves a un personaje que vive en una negación constante de lo que está viendo, como es Encarna, de repente, eso genera situaciones muy cómicas, pero, al mismo tiempo, son muy duras y muy incómodas porque la ves transitando por territorios en los que no se la está tratando como un sujeto, sino como un objeto, como algo inferior al hombre.
Y, de pronto, la película utiliza el humor para aligerar el drama y, a través de esa colisión, también se busca generar imágenes nuevas en el espectador. Eso también es muy valenciano, muy fallero, esta cosa de vivir el drama y la comedia tan junta, con la emoción a flor de piel y, al momento siguiente, un humor más desaforado.
Ayer salió la noticia de la condena a Eduardo Zaplana por un caso de corrupción. Con el caso de Zaplana, ¿crees que se cierra una etapa o, vista la realidad, seguimos donde siempre?
A ver, esto sigue. Una cosa curiosa es que la película está plagada de sincronías al nivel de la actualidad política. Empezamos a rodar el día después de las elecciones municipales y autonómicas, y vimos cómo se conformaba el nuevo Gobierno con la Consejería de Cultura de Vox.
De repente, estábamos rodando y nos dijimos que estaban pasando cosas que estábamos haciendo en la ficción. De repente, ocurre lo del beso no consentido de Rubiales y hay un beso igual en la película. Ha estado todo lleno de cosas en un timming que hace que la película esté de más de actualidad que nunca.
De pronto, ayer, en el preestreno de Madrid, nos levantamos con esa percha mediática. Y es como: “Oye, pues bueno”. Nosotros no marcamos la agenda judicial, la verdad. Supongo que el arte y la vida están íntimamente relacionados.
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