José Ángel Valente

#MAKMAAudiovisual
‘José Ángel Valente. Escribir lugar’, de José Manuel Mouriño
60′, España, 2021
Proyección y coloquio con José Manuel Mouriño, Alberto Ruiz de Samaniego y Miguel Copón
Cine Estudio del CBA | Círculo de Bellas Artes de Madrid
Alcalá 42, Madrid
Sábado 15 de mayo de 2021, a las 17:00

Tras la reciente clausura de la exposición ‘José Ángel Valente. Escribir lugar‘ en la Sala Minerva del Círculo de Bellas de Madrid, el Cine Estudio del CBA acoge la proyección del documental homónimo sobre el que pivota la naturaleza de un proyecto que transita entre la memoria poética del escritor orensano y, sobre todo, la pulsión creadora de su responsable, Jose Manuel Mouriño, investigador, ensayista y cineasta que ha gestionado con mayúscula lucidez –desde el comisariado de la muestra y la dirección del filme– el brumoso vestigio, acuoso y sugestivo, de la deriva versicular, germinal y prosódica de José Ángel Valente (1929-2000).

Un filme tan alejado de la ortodoxia del documento como líricamente efectivo en sus pretensiones últimas, eclosionando, de entre el páramo de la postergación, el pensamiento monumental de un autor cuyas inquietudes ontológicas uniforman la cuitas de sus arraigos, a caballo entre el origen, uliginoso y evocador, de Augasquentes (Ourense) y el árido (y, sin embargo, revelador) destino en el Desierto de Tabernas (Almería).

Un trayecto de trascendencias y reencuentro con la palabra de Valente, al que tornar/inquirir de la mano reflexiva de José Manuel Mouriño –y los nueve cantos que edifican la morfología de su ‘Escribir lugar’– en la siguiente entrevista para MAKMA.

Con las manos se forman las palabras, / con las manos y en su concavidad / se forman corporales las palabras / que no podíamos decir”. ¿Implementar un proyecto expositivo de esta naturaleza ha supuesto extraer a Valente de la oquedad en la que se conformaban los vocablos ya manifestados?

Esa extracción viene ya formulada en su poesía, se actualiza con cada lectura. Con nuestro proyecto, tanto en su versión expositiva como en la específicamente documental, apenas quisimos configurar un espacio en el que la palabra y la voz de Valente (junto con todo lo esa voz formula) tuviesen la oportunidad de aparecer con una intensidad apropiada. Es decir, nuestra aportación se limitaría a favorecer un acceso adecuado (desde nuestro punto de vista, desde nuestra experiencia personal con su obra y su figura) a la voz del poeta.

Yo vengo, ciertamente, de otra mitología. / Vengo de las tierras interiores del norte y / soy hijo de divinidades acuáticas (…)”. Si para Valente el poema es el territorio en el que el estar y el ser se unifican, ¿cabría hablar de otro lugar germinal para su poesía que no fueran aquellas orensanas “tierras adentro”?

Sí, cabría hablar de otros lugares. Es esa misma convergencia entre un ‘estar’ y un ‘ser’ en el poema, a la que aludía Valente, lo que nos obliga a posar la mirada en una sucesión de lugares germinales dentro de su obra. Pensemos que resulta igual de trascendente, en cuanto a su condición de lugar original, la aparición de Almería en su vida y en su obra frente a la referencia orensana.

Para Valente, Almería fue un límite extremo hacia el que dirigió su ímpetu vital y poético, pero fue también un nuevo punto de partida, un nuevo origen. Del mismo modo, Ourense (o mejor dicho, Augasquentes) no dejó nunca de ser un horizonte ansiado, siempre otro extremo a explorar, un lugar que no dejó de nombrar, de manera más o menos explícita, en sus escritos. Y es que esa disolución del ‘estar’ y del ‘ser’ en el poema –idea a la que tantas reflexiones dedicó Valente– ilustra muy bien el vuelco existencial que para cada individuo supone la consideración de un origen.

Por otro lado, en cualquiera de las definiciones que podríamos imaginar para el hecho poético, o al menos para aquellas definiciones que no caigan en lo convencional, la idea de un lugar germinal surge siempre como un motivo medular. Pido disculpas si esto puede sonar contradictorio o confuso pero, desde mi punto de vista, el verdadero poema ha de engendrar el origen al que tiende, ha de condensarlo en su interior y, al tiempo, entonar una llamada procedente del mismo, encaminar a cada lector hacia ese origen. Esta espiral en abismo se cumple en la obra de Valente.

Ahora bien, otro tema próximo a este, pero distinto, es el argumento de la posible viabilidad de la escritura en cuanto medio que permite la recuperación de un lugar o de un espacio original a ojos del autor. En este caso, sí: Ourense aparece, en la obra de Valente, como un fermento ineludible hacia el que se encaminaron el recuerdo y la voz del poeta. En el documental quisimos dejar constancia de esto.

Pero más que las “tierras adentro” ourensanas como lugar germinal, yo describiría estos espacios de Augasquentes como una más de las materias de las que se nutre su poesía, como una substancia teñida por el recuerdo, los conflictos íntimos y el deslumbrante descubrimiento del mundo, de la sensualidad y de las artes; toda esa tormenta de sensaciones contradictorias que él mismo describía en relación a su origen. De ahí que un verdadero poeta como él parezca estar dominado por la necesidad de rumiar con su poesía la llamada de un lugar así, dominado en su necesidad de afrontar un retorno perpetuo aunque irresoluble.

José Manuel Mouriño
José Manuel Mouriño. Fotografía cortesía del autor.

Ou nacín (…) nun lugar que xa non eisite”, entre naufragios nocturnos e infancias irremediables. ¿Deviene de su memoria aquella incierta realidad del ser?

Quizás mi respuesta anterior debería ser válida también para esta pregunta. El conflicto al que quería hacer alusión es el mismo: la memoria apuntalando nuestra relación con la realidad, con el lugar. Una memoria que provoca, gracias a esta participación suya en nuestros roces cotidianos con lo real, que el ya de por sí perturbador trampantojo de interpretaciones con el que nos armamos, y sobre el que (no sin dificultad) nos desplazamos diariamente, se vea sometido a una multitud de significados arrojados desde el pasado. Nadie está libre de que su “incierta realidad de ser” devenga, en buena medida, de su memoria, ¿no crees?

Veo la vieja casa, su recuerdo es de humo, / de pan diseminado y de ojos continuos como aceite besándome”. ¿Qué calima de venenos y bibliotecas habitaron aquel aedado galpón diseminado?

La mejor de las respuestas a esta pregunta está, y disculpa la obviedad, en la obra de Valente. Aunque en nuestro documental sea el propio poeta quien enumera, en primera persona, alguno de aquellos venenos o bibliotecas que experimentó en su infancia gallega, eso no es más que la punta de un inmenso iceberg de motivos que cada lector tiene a su mano explorar y, con ello, interiorizar, hacer suyo ese envenenamiento. Yo invitaría a cualquiera a tirar de ese filón, a reconocer y a asimilar personalmente todas esas trazas referenciales (literarias o no) que el poeta fue diseminando en sus escritos o en las entrevistas que concedía.

¿Volverás a nacer en la mañana, / a respirar la frialdad del aire / donde hay un pájaro?”. ¿Temía Valente al “leve descenso de la tarde”?

Supongo que lo temía como cualquier otro ser humano puede temerlo.

Still de 'José Ángel Valente. Escribir lugar', de José Manuel Mouriño. Fotografía de Manuel Falces cortesía del CBA.
Fotograma del documental que recoge un retrato de José Ángel Valente realizado por Manuel Falces (cortesía de la Fundación Manuel Falces).

La poesía hace que la libertad se derrame como un gran fuego sobre los hombres”. ¿Es acaso esta llama una combustión de naturaleza social?

Lo es, sin duda alguna. La poesía, en ese sentido, es inflamable porque la llama que enciende en cada individuo arde, al mismo tiempo, en la lengua de todo un pueblo, en el pensamiento que distingue a toda una civilización…

Solo quienes pretenden menospreciar el valor real de la poesía se atreven a limitar su alcance al individuo en su intimidad, o a un grupo exiguo de receptores con la sensibilidad suficiente como para entenderla o disfrutarla. Esa es una mentira muy dañina. Si se alimenta ese cliché, la gente termina creyendo que la poesía no es más que un jeroglífico al que solo un grupo reducido de iniciados es capaz de dar sentido, o que su valor se agota una vez resuelta la función de cada metáfora.

Muy por el contrario, la poesía puede ser una de las fórmulas mediante las que distintas culturas reconstruyan eslabones de una armonía común, incluso una armonía primitiva que las vincula a un mismo origen. Por desgracia, esa caricatura que nos presenta a los amantes de la poesía como seres excepcionales y escasos, no ha dejado de crecer. Y quizás haya crecido ese cliché, precisamente, en la misma proporción en que la humanidad ha sufrido una contracción, paulatina y silenciosa, de su libertad.

Es verdad que la sociedad o sociedades, los pueblos, pueden sufrir con el ruido que los cerca y ensordece, que esa acumulación de discursos no ofrece el mejor de los contextos para prestar oído a un rumor poético, pero es que precisamente de la poesía obtenemos pautas de interpretación que nos ayudan a discernir los discursos fundamentales de los panfletarios y del ruido que amenaza con sepultar a los primeros.

Por otro lado, es también un error pensar que la poesía solo brota como un apéndice extremadamente frágil del lenguaje y que solo sobrevive en caladeros utópicos ya concebidos a tal efecto. Esto no debemos aceptarlo tampoco. La poesía puede implicar a determinados aspectos de nuestra vida, de nuestro lenguaje y de nuestro pensamiento, de extremada fragilidad, bien es verdad y si queremos llamarlo así, pero incluso a partir de esa infinita fragilidad conforma la poesía perfiles afilados en la misma medida, o en el mismo extremo en que despunta tal fragilidad: perfiles capaces, por lo tanto, de diseccionar y desarticular los argumentos más romos y aparentemente contundentes.

Por eso la poesía (como afirmaba Valente en esa frase tan hermosa, que dictó a la periodista Concha Hernández y que citas en tu pregunta) alimenta llamas tan intensas y tan necesarias como aquella que derrama libertad sobre la humanidad. La defensa que siempre realizó Valente de la poesía como un motor de lucha social en sí misma habla precisamente de todo esto. Él siempre se empeñó en hacer ver que la dimensión social de la poesía no se limita a servir de vehículo para determinadas proclamas, por nobles o bienintencionadas que éstas sean.

La verdadera poesía es toda ella social y comprometida porque mantiene viva la necesidad de libertad desde la pura expresión de nuestros pensamientos, desde la conmoción que provoca el lenguaje, desde la esencial complejidad que supone la comunicación con el otro.

La poesía, al fin y al cabo, es uno de los principales diques de contención con los que la humanidad cuenta frente al adormecimiento de las ideas y el conformismo que tanto lamentamos hoy.

José Ángel Valente en un instante del documental.

Todo es puro espacio de la mirada que, / en realidad, no existe, sino que resulta / una invención de los visibles”. ¿Cuál era su misión poética y la del propio lenguaje frente al mito y la austeridad geográfica?

No es esta una pregunta fácil de responder. Permíteme que me limite a proponer un pequeño giro a la pregunta: en su “misión poética”, si acaso es posible imaginar una en concreto, se encuentra encerrada su propia visión poética. Creo que para los verdaderos poetas no hay más misión que aquella que cada poema pone en su camino, por eso entiendo que sería interminable el intentar compendiarlo.

Y el vacío de todo lo creado envolvente, materno, / como una inmensa morada”. Un lar donde habitan el cuerpo y la memoria, en el que el “hálito que fecunda al humus”. ¿Encuentra de nuevo, orientado al sur, aquella concavidad primera en la que cobran morfología las palabras?

Con esta pregunta compruebo que estamos de acuerdo en lo que comentaba al inicio sobre aquella mención al lugar original. De algún modo, en Valente, y tal y como tú mismo apuntas, Ourense y Almería son dos lugares paradójicamente concéntricos, los dos cumplen en su obra la función del lugar original y del lugar de destino. Los dos fueron siempre, simultáneamente, lugares del principio y del fin.

Entre bosques amarillos, henchidos de pájaros y adioses, ¿por qué a Valente “solo le quedaba la fábula”?

Porque llegados a un extremo, creo, lo único que a cualquiera queda es la fábula, la narración con la que vamos cubriendo y asimilando nuestro paso a través de lo que se entiende por realidad. Ahí el canto. Observar en paralelo la vida y la obra de Valente, además de inevitable, es fascinante. Desde un primer momento supo que se hallaba orientado hacia un extremo desértico, el desierto al que esencialmente pertenece la palabra poética. En el desierto real de Almería, ya al final de sus días, terminó recogiendo las trazas de toda esa fábula, todos los fragmentos en un único libro futuro que no deja de estar orientado, de algún extraño modo, a su lugar de nacimiento.