‘Esto no es una… Falla’, de José Miguel de Miguel
Librería Railowsky
Grabador Esteve 34, València
Hasta el 30 de abril de 2021
¡¿Dos años sin Fallas?! Nadie lo hubiera creído no hace mucho tiempo. Sin embargo, así ha sido. Las de 2020 las pasamos encerrados en confinamiento absoluto y las de este año han sido bien extrañas. Fallas fantasma sin monumentos, mascletas ni eventos multitudinarios, pero con estampidos de petardos infantiles, buñuelos y alguna fallera vestida de gala para hacerse fotos.
¿Fallas online?: imposible. El tradicional evento de marzo es, sobre todo, un rito sensorial, en el que los estímulos visuales, olfativos y, especialmente, acústicos se multiplican hasta la enésima potencia. Un torbellino de sensaciones que envuelven al ciudadano y visitante, hasta hacerlo penetrar en una dimensión paralela, tan intensa como irreal. Toda esa magia excesiva y a veces abrumadora desaparecería reducida en una pantalla plana. Las Fallas no admiten medias tintas virtuales. O son o no son.
Aliviar el mono fallero de muchos y la nostalgia de quienes recuerdan con cariño las de su infancia y juventud, que es cuando más se disfruta una fiesta que celebra la gran eclosión primaveral, es el objetivo de ‘Esto no es una…Falla’, una exposición fotográfica del artista valenciano José Miguel de Miguel, que ofrece la Galería Railowsky hasta el 30 de abril.
“La Fundación Railowsky quiere alegrar un poco el cotarro a través de una treintena de fotografías realizadas en los años 70 y 80 del pasado siglo que recogen el ambiente fallero”, dice Juan Pedro Font de Mora.
«El maestro valenciano De Miguel nos relata su mirada sobre la ofrenda, la Nit del Foc, la exposición del ninot, las mascletás, el montaje de los monumentos, el ambiente en las calles, la actividad en los talleres falleros, etcétera. También curiosas fotografías del montaje de la famosa falla de la Plaza del Ayuntamiento que reproducía, a tamaño real, la estatua de la Libertad de Nueva York. Todo un símbolo del deseo del pueblo valenciano de volver a la fiesta, a los apretujones, a la risa sana cuando pase la pandemia».
Las imágenes de De Miguel plasman el proceso y apoteosis de la fiesta en un tiempo en el que todavía pertenecía a quienes las hacen posibles. Antes de que su masificación desvirtuara su auténtico espíritu crítico y popular para convertirse en un gran negocio para algunos y una molestia insoportable para gran parte de los ciudadanos. Unas Fallas de barrio y brillantes pasacalles con bandas de música y petardos, sí, muchos petardos, pero sin alcanzar a ese ruidoso paroxismo que hace la ciudad insoportable durante más de una semana.
Pese a los aspectos negativos de la fiesta, que comparten hoy todas las celebraciones multitudinarias de la geografía nacional, la cancelación de las Fallas dos años seguidos no sólo duele «a los falleros y falleras, sino también a los que amamos la libertad y la juerga», añade Font de Mora.
«Si algo define a las Fallas es que la población invade la calle, el espacio público como no se hace el resto del año. Se trata de la fiesta más voyeur que conozco. Todos nos miran y miramos a todos y todo. A las falleras y falleros, a los monumentos, a los caminantes, a los castillos de fuegos artificiales, a los ninots, algunos de carne y hueso. Hay color y calor humano».
José Miguel de Miguel Ruiz (1916-1988) se inició en la fotografía, en 1958, en el Foto Club Valencia, y destacó en ella como ganador de numerosos premios. Una pasión a la que dedicaba su tiempo libre cazando imágenes en la calle y experimentando en el laboratorio fotográfico.
Usaba una cámara Vito B de Voigtlánder, según él mismo decía, «una barata de paso universal, de óptica fija que incluso carecía de telémetro». Consultando la biblioteca de Foto Club profundizó en sus conocimientos y también escuchando a los artistas más experimentados de su entorno, como Francisco Camps Dasí, Rafael Montesinos Palau, José Segura Gavilá, Pascual Nácher, J. Antonio Cuesta y Valentín Plá, entre otros.
Pronto dominó el proceso fotográfico completo, desde el revelado de negativos, sus propias formulas de revelado y el procesado, retoque y montado de las copias. Luego probó el formato 6×6 pero optó, finalmente, por las cámaras de 35 mm, siguiendo la moda de la época para desarrollar el denominado estilo documental.
A finales de los cincuenta el único recurso de los artistas fotográficos para dar a conocer su obra era el mundo de los concursos. En ellos se empezaban a valorar las imágenes que reflejaban la vida cotidiana de la gente, en contraste con las fotografías triunfalistas y manipuladas utilizadas como propaganda por el régimen franquista.
A los seis meses de integrarse en el Foto Club, de Miguel obtuvo el décimo premio en el Salón Nacional organizado por dicha entidad. El mes siguiente, el cuarto premio en el concurso entre sociedades fotográficas asistentes al ‘Aplec’ de Tortosa. Estas reuniones eran potenciadas por las a sociedades catalanas pero contaban con el apoyo de otras sociedades como el Foto Club Valencia o la Real Sociedad Fotográfica de Madrid.
Fundación Railowsky agradece a la familia de José Miguel de Miguel, especialmente a su hijo Agustín y a su mujer, que cediera generosamente los fondos de su padre para esta exposición.
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