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‘La València que se fue. Fotografías de José Miguel de Miguel (1957-1987)’
Comisario: Juan Pedro Font de Mora
Organiza: Fundación Railowsky
Museo de la Ciudad
Plaza Arzobispo 3, València
Hasta el 12 de mayo de 2024
Visitas guiadas los sábados a las 17:00 y los domingos a las 11:00 y a las 12:00
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, sobre todo si viajamos a los años 50 del pasado siglo, cuando la sociedad española resurgía lentamente de la convalecencia de la Guerra Civil. Pero todas las épocas tienen algo que enseñar, algo que mostrarnos, sobre todo si han sido filtradas por una mirada humanista, sensible y amable.
Un ojo atento asomado a la realidad como el de José Miguel de Miguel (1919-1988), uno de esos caminantes de la cámara que, a lo largo de tres décadas, por puro placer y afición inmortalizó su ciudad, València, especialmente a la gente que la habitaba.
Un total de 101 imágenes (de 30 x 40 centímetros), selección de su ingente obra, ocupan la planta noble del Museo de la Ciudad, proponiendo un paseo en blanco y negro por distintos escenarios y eventos urbanos, especialmente lúdicos y festivos. Se trata de la exposición ‘La València que se fue. Fotografías de José Miguel de Miguel (1957-1987)’, comisariada por Juan Pedro Font de Mora y organizada por Fundación Railowsky.
A De Miguel no le interesaba el pasaje urbano, edificios y monumentos, sino la fauna humana que habita la ciudad. Le atraía, especialmente, la inocencia y gracia de los niños, uno de sus temas preferidos, como la parejita con calcetines de ganchillo que comparten un trozo de pan o los chavales que se inician en el fumeque, uno de ellos su propio hijo. O las escenas que muestran a los niños jugando con las monjas en la antigua Beneficencia.
Los ancianos de rostros tallados por el tiempo y el mucho sufrir o los comerciantes callejeros –escenas de un mundo rural hoy totalmente extinto– eran otros objetivos que atraían su sensible ojo fotográfico y que retrataba con un punto de ternura e ironía.
Como buen cartagenero, el mar y el puerto también estaban muy presentes en su obra. Era gran entusiasta de los eventos festivos, en especial de la Fallas; consiguió un pase especial de la Junta Central y durante la semana grande se lanzaba a las ruidosas calles para captar las múltiples facetas de los festejos.
«De Miguel siempre se consideró un fotógrafo amateur, pero su obra tiene calidad suficiente para poder ser comparada, salvando las distancias, con la de Robert Doisneau por su forma amable de entender la fotografía, o con la del gran fotógrafo catalán Xavier Miserachcs en su concepto de fotografías de calle y gran sentido del humor», dice Font de Mora.
«La exposición incluye también una muestra de fotografías realizadas fuera de la ciudad de València, en el mundo rural, que por su calidad estética he considerado importante incluir», añade.
Todas las fotografías son analógicas, excepto las de los carteles anunciadores, y la mayoría son copias de época, es decir, la impresión fotográfica fue realizada por el autor en fechas inmediatamente posteriores al día de la toma, lo que les otorga un valor especial. Para disfrutar de la visión de cada fotografía en toda su plenitud, han sido enmarcadas a sangre sin ningún tipo de protección adicional.
«Una de las principales señas de identidad de De Miguel era su innato sentido del humor, que contrastaba radicalmente con la atmósfera gris de la España de los 50, en la que inició su trabajo, y que se manifiesta de forma muy elocuente en sus divertidos autorretratos, en los que aparece caracterizado de distintos personajes», indica Font de Mora.
«Sus obras muestran una naturalidad casi artificial, una perfección exagerada fruto de su construcción de las composiciones. Para él posaron, en muchas ocasiones, su mujer –que era también su ayudante en el laboratorio–, su hijo y sus amigos, imprimiendo a la puesta en escena de cada fotografía un punto de modernidad y de distancia. Pese a su sentido del humor y capacidad desdramatizadora, su mirada es crítica con su época, a la que analiza con ironía».
Nacido en Cartagena, en 1919, José Miguel de Miguel pertenece a una generación cuya juventud fue malbaratada por la Guerra Civil. A los 14 años empezó a trabajar en la notaría donde su padre era primer oficial, y desde muy joven sintió inclinaciones artísticas; poseía una buena voz de barítono y consiguió una beca del Ayuntamiento de Cartagena para estudiar canto, pero los rigores de la época le impidieron seguir ese camino.
Fue soldado durante la Guerra Civil, hizo dos veces el servicio militar y, ya casado y con su primer hijo –que falleció muy joven debido a una cruel enfermedad–, emigró a Argentina en busca de oportunidades laborales, pero decidió regresar. Nuevamente en España, primero en Moncada y luego en València, encauzó su carrera como agente comercial de distintos productos, y una vez lograda cierta estabilidad económica pudo dar vía libre a sus inquietudes artísticas.
Primero lo intentó con la pintura, pero carente de una formación básica en técnicas plásticas, cambió el caballete por la cámara. La dureza de sus primeros años no mitigó su talante alegre, amable y optimista, su gran sentido del humor –irónico pero no sarcástico–, que mantuvo hasta el final de su vida, tal vez gracias a una vocación artística que le permitía contemplar el mundo a cierta distancia. A través de su propia óptica.
Poco después, ingresó en el Foto Club Valencia para formarse más a fondo en las técincas fotográficas y pronto comenzó a revelar sus propias fotos y a presentarse a concursos cuyos premios le permitían financiar su afición, nada barata en esos tiempos. En 1962, formó el grupo El Forat junto a José Segura Gavilà, Francisco Sanchís y Francisco Soler Montalar, y se integró en la Agrupación Fotográfica Valenciana.
Participó en numerosos concursos, en los que consiguió numerosos trofeos nacionales e internacionales. Durante los 60, expuso en diversas galerías españolas y en la siguiente década obtuvo el reconocimiento gracias a importantes exposiciones, como las celebradas en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) en 1986 –que le adquirió una colección de 169 fotografías– y las expuestas en galerías fotográficas valencianas: Railowsky (1987) y Visor (1988).
La Fundación Foto Colectania organizó, en 2010, la muestra itinerante ‘Alegría de vivir, fotografías de José Miguel de Miguel’, expuesta también en la Fundación Bancaja de Castellón, en 2012. Desde 2019, la Fundación Railowsky archiva y conserva todo su patrimonio fotográfico gracias a la generosa cesión de su familia, en régimen de comodato, para la difusión de su obra.
Hoy, treinta y seis años después de su muerte, a través de la mirada de este artista autodidacta tenemos ocasión de descubrir con serenidad y distanciamiento, sin ira ni falsas añoranzas, fragmentos de un pasado que se fue, pero que sigue existiendo en nosotros mismos. Un tiempo pretérito que no fue mejor ni peor –simplemente, distinto– y que nos permite saber de dónde venimos y tal vez hacia dónde nos dirigimos.
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