‘Señora de rojo sobre fondo gris’, de José Sámano
Adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes
Con José Sacristán
Teatre Olympia
San Vicente Mártir 44, València
Hasta el 2 de febrero
Considerado por una generosa parte de la crítica literaria –que, omnímoda, poblaba con sus diligentes mecanografías las principales redacciones del último cuarto del siglo XX– como uno de los más eminentes novelistas de la historia de la literatura española –incluido en el florilegio junto a Cervantes y Galdós (¡carape!)–, Miguel Delibes Setién (Valladolid, 1920-2010) alumbró durante buena parte de su fecunda y dilatada trayectoria literaria un modo de narrar/escudriñar de vita et moribus, edificando en sus obras “una Castilla seca, dura, pobre, trabajadora, donde la penuria y la escasez es escasez y penuria y no literaria austeridad” (Francisco Umbral dixit).
Provisto de un límpido y específico castellano, Delibes pormenoriza la acción con infatigable suficiencia de la palabra precisa a través de la síntesis narrativa de sus personajes –predilección estilísitca edificada desde sus incios en El Norte de Castilla, en cuyo negociado de provincias “aprendí algo fundamental: decir mucho en poco espacio”, matizaba el autor en ‘Un año de mi vida’ (Destino, 1972).
Provisto de tales principios en el costal literario, el autor pucelano –a cuya memoria (y sobresaliente legado) le aguarda un 2020 conmemorativo en la Biblioteca Nacional, con motivo del centenario de su nacimiento– los ha paseado por la narrativa ortodoxa, el relato hechizado, los dietarios, las epístolas y las singulares haciendas del monólogo –territorio, este último, necesitado de la excepcionalidad (insólita y cualitativa, confesional y lírica)–. Y deba ser en los predios del soliloquio donde la voz del autor se torne, ineludiblemente, elegíaca, como así sucede, efectivamente, en ‘Cinco horas con Mario’ (1966) y ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ (1991), tan semejantes en armadura como antagónicas en sus intenciones.
Será esta última en la que Delibes desabrigue, con carácter insólito, su trayecto vital más descarnado y afligido, pertrechando a su personaje –Nicolás, un célebre pintor abatido, in vita et in labore, por el fallecimiento de su esposa– con las cuitas verídicas y personales sufridas por el escritor con motivo de la enfermedad y óbito ulterior de su cónyuge Ángeles de Castro en 1974.
Desde su publicación, en los albores de la década de los noventa, han sido diversas e infructuosas las tentativas (y reticencias del novelista por razones de pudor y decoro) para adecuar la obra a las exigencias cinematográficas (Pilar Miró) y teatrales (José Sacristán), siendo, finalmente, sus herederos quienes procuraran el imprescindible nihil obstat para que el excelso actor chinchonense y el productor y director teatral José Sámano (recientemente fallecido) permutaran Señora de rojo en acontecimiento escénico desde el otoño de 2018, cuya gira nacional comparece en el Teatre Olympia de València hasta el 2 de febrero de 2020.
“Mi gran curiosidad por ver cómo resolvía el fondo del cuadro no se vio defraudada: lo eludío, eludió el fondo; únicamente una mancha gris azulada, muy oscura, en contraste con el rojo del vestido, más atenuada en los bordes” (Nicolás, ‘Señora de rojo sobre fondo gris’)
De este modo, Sámano, Sacristán e Inés Camiña rubrican una adaptación que procura concentrar los más relevantes y literales pasajes del monólogo, uniformando el estudio del pintor con el tono acrómático, plomizo y sombrío que predomina en el horizonte emocional del personaje (acierto escenográfico de Arturo Martín Burgos y sugestiva la iluminación implementada por Manuel Fuster, que solidifica la atmósfera), acaso como si Nicolás/Delibes habitara en las penumbras del fondo fidedigno del cuadro que protagoniza Ángeles de Castro –pintado con elocuencia por el ilustrador, retratista y diseñador decó Eduardo García Benito– y que presidió, incólume, el despacho del escritor durante el resto de sus días.
‘Señora de rojo sobre fondo gris’ encomienda su corpus dramático al ejemplar y prolijo oficio de Sacristán, remo embrionario y capital de una función supeditada al magisterio de su dicción y vigor recitativo, henchido de argucias y timbres graves y agudos con los que mantener despabilada a la audiencia, que debe permanecer atenta a la deriva confesional de los acontecimientos in absentia, siendo este un trance habitual en las cenagosas superficies del género del monólogo.
“Este tipo de obra donde no pasa nada –no hay acción externa– corre el riesgo de producir el aburrimiento e incluso el sopor”. Recupero aquí una atinada reflexión rubricada por Eduardo Haro Tecglen (El País, 9 de septiembre de 1989) con motivo de la representación de ‘La guerra de nuestros antepasados’, adapatación de la obra dialogada de Delibes, cuyo personaje protagonista, Pacífico Pérez, encarna el propio José Sacristán, acerca de cuyas virtudes Tecglen asevera: “El lenguaje puro castellano es un aliciente para escucharlo, y la interpretación de José Sacristán otro de la misma importancia”.
Impresiones que un servidor secunda asociadas a la presente Señora de rojo, siendo la prosodia del actor el más destacado elemento de un texto que brilla cuando se torna lirismo descriptivo; es entonces cuando el relato se pausa y respira, y cobran sentido y presencia el desconsuelo por la pérdida y la desorientación creativa, la aflicción y la necesidad taciturna del recuerdo: la elegía.
Fundamentos que sitúan a ‘Señora de rojo sobre fondo gris’ como una de esas obras imprescindibles que siempre deberían jalonar el epílogo de una vasta trayectoria; un fructuoso itinerario sobre la escena teatral como el de Sacristán, quien, a buen seguro, se despida de ella de la mano y obra de Delibes.
No lo duden y conmemoren a ambos.
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