#MAKMAMúsica
Entrevista a Josemi Carmona
Concierto de flamenco. Josemi Carmona y Lela Soto
Concerts a la Fundació
Fundación Bancaja
Plaza Tetuán 23, València
1 de diciembre de 2023
José Miguel Carmona Niño (Madrid, 1971) es hijo de un granadino de la Alhacaba y una sevillana de Triana. De un músico que nació en una cueva con cinco habitaciones para una decena personas en la puerta trasera del Albaicín, un microclima tumultuoso que en tiempos daba acceso a la urbe musulmana.
Cuenta que estuvo en la escuela menos de diez minutos y entró con pedigrí en la historia del flamenco para ahormar una fulgurante carrera que supera ya los 60 años, veteada con cuatro discos, un puñado de colaboraciones, el empujón definitivo al grupo Ketama y galardones como la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.
El aterrizaje forzoso de Pepe Habichuela (Granada, 1944) en los tablaos madrileños fue para sustituir a su hermano Juan, que tenía hechas las maletas rumbo a los festivales flamencos de EE.UU.
Esa maduración precoz por las rotaciones en los tablaos era a la vez crónicas de sus puertas grandes y de la proyección de una personalidad, aunque los Carmona, los Habichuela, sean un yunque de forjar con oles nombres inmortales desde Habichuela El Viejo. Puede que por haber nacido en una calle empinada la familia tenía la convicción íntima de que su vida artística sería subir y subir.
Amparo Niño, la madre, desciende de una estirpe de romancistas y toreros con El Bengala al frente, que hizo de todo menos estarse quieto: fue machacador y follador (de fuelle; dejó dos hijos) en la fragua, banderillero transitorio con su primo Cagancho, vendedor, camarero, modelo y fino cantaor de tonás, siguiriyas y fandangos.
Se trasplantó a los tablaos de Madrid como el de las Brujas, los Canasteros y Torres Bermejas, hasta que a mediados de los 80 guardó los zapatos. Antes, había gastado el tacón, como su marido las uñas, recorriendo el planeta y llegaron a instalarse una temporada en Japón, con dieta a base de sushi y unagui, para encontrarse con el yugen (lo más parecido al concepto de duende, un misterio que dice Pepe Habichuela que no se busca, aparece).
Josemi nos recibe poco menos de una hora antes de su recital con Lela Soto, en un camerino del Centro Cultural Bancaja tan pequeño que tiene que hacer las escalas a medias para ir calentando los dedos. Lleva su nombre grabado en el aro de la guitarra, aunque es difícil saber quién pertenece a quién.
En la muñeca, otra querencia, una pulsera con la bandera verdiazul y una rueda de carro roja en el centro que lo identifica como gitano. Dos anclajes que, en lugar de fijarlo en la galería de ilustres retratos familiares, le sirvieron para agarrarlos de las cadenas y, desde su nacimiento musical y con cuatro discos mediante (‘Las pequeñas cosas’, ‘De cerca’, ‘Sumando’ y ‘Vida’) le han servido para romper moldes.
En el escenario dices que prefieres tocar la guitarra a hablar. Ahora mismo estamos al borde de las tablas, ¿prefieres las preguntas enunciadas a pelo o con un poco de tarareo?
Hombre, estaría bonito. Estaría chulo, ¿no? Hay una entrevista que le hicieron a la guitarra de Paco de Lucía, creo que fue Pedro Ruiz, y es una maravilla. A mí me la hizo Wyoming en ‘El Intermedio’ cuando saqué el disco de ‘Las pequeñas cosas’. Él me preguntaba sobre política y yo tenía que contestar tocando la guitarra. Me decía: “¿Y qué tal ves el panorama político español?”. Y yo pensaba: ¿qué tengo que tocar aquí?
¿Rompiste cuerdas?
Me dieron ganas, sí, y de romperle la guitarra a alguien también.
El flamenco tiene más proyección que nunca, pero parece que está falto de buena venta, de marketing. ¿Arrastra aún prejuicios que desmantelan el trabajo, la evolución, la divulgación del género y su historia…?
Yo creo que el flamenco tiene buena salud, pero por el público, no por las instituciones. Todo empieza con el aprendizaje, con la educación musical de los niños. Yo qué sé, a lo mejor eso hace que la forma de producir contenido no tenga que ver solo con los culos, los Ferraris… ese tipo de vídeos que vemos.
La educación y la cultura son muy importantes, dar a conocer a figuras como Camarón, Morente, mi padre, Vicente Soto, que tengan una referencia de la cultura española para después conocer otras también y entender lo que somos y lo que no, respecto a otros pueblos.
Parece que los malestares sean cíclicos, aunque ya La Niña de Los Peines cantaba rancheras por bulerías, como Bambino o Lola Flores, que también fueron genuinos. ¿Las peleas y los recelos siempre son los mismos, pero con los nombres cambiados?
Vuelvo a lo mismo: hay que educar a la gente para que conozca qué es el flamenco, qué supone. A mí la fusión me encanta. Me considero una persona de fusión a tope y se puede ver con los trabajos que he hecho con mucha gente diferente, pero hay que ponerles nombres a las cosas y conocerlos.
El acercamiento del flamenco hacia otras músicas depende mucho del punto de partida. Si es el flamenco, se puede llamar flamenco fusión. Y si parte del trap, por ejemplo, sería un trap aflamencado, ¿no? Eso es una forma de contarle a la gente, sobre todo a la gente joven y a la gente que escucha con curiosidad, la diferencia que hay entre estilos y sus orígenes. Hay que darle buena información.
Esa es o podría ser la historia misma del flamenco, pero también de la música en general, mezcla de culturas, de sentires, un tamiz de la propia vida.
A nivel internacional, el flamenco está en un buen momento, porque hay mucho interés de muchos artistas internacionales hacia una música que solo se hace en España. Me parece que solo por eso deberíamos aprovecharlo. Para apreciar un estilo no basta con decir si es música buena o no lo es, si te gusta o no te gusta. Hay que conocer y profundizar y eso no es chauvinismo ni decir que los flamencos somos mejores que nadie. La cosa es que los flamencos somos nosotros y nos conocemos todos.
Por innovar, en tus espectáculos has metido hasta la cocina en directo de tu madre, Amparo, que curiosamente te quiso alejar de la farándula y los escenarios.
Sí, sí. Fue toda una experiencia con el maestro de la cocina Aduriz. Se prestó a hacer de pinche de mi madre.
Ojo. Hay que destacar que tu madre es toda una autoridad de la gastronomía gitana desde su canal de YouTube.
Sí, pero estamos hablando del maestro de los maestros de la cocina. O sea, este hombre es un puto genio, pero es tan humilde que le gusta también poder participar del arte y de ver el ambiente. Yo he estado con él varias veces en cosas que él organiza, como los diálogos de cocina, estuve en el aniversario de Mugaritz, con Arzak, en lo que se hace en la cocina fusión y es un mundo que me gusta mucho.
Sobre todo, cómo se arropan entre ellos, la importancia que le han dado a la gastronomía, porque ahí no hay competencia y han creado una cosa que es mundial. Hace 15 años la cocina española no estaba como está ahora y eso es por la unión de los profesionales. En ese sentido, los admiro mucho y me parece que todos tenemos algo que aprender de ellos.
Entonces lo de tu madre podemos decir que fue una dulce venganza. Como al principio no te quería ver de giras, que fueras un feriante de la música… decides subirla a ella a los escenarios, aunque de otra manera.
Los miedos de las madres ya sabemos cómo son. Lo que desean cuando eres pequeño es que te vaya bien, que tengas una seguridad, porque la música es algo muy inestable a nivel económico, a nivel laboral y bueno, ella prefería que estudiara y a fuerza de meterme en un puñado de historias como clases de inglés, de judo y otros deportes…
¿Te quedaste con algo?
No. Desde pequeño sentía que iba a ser guitarrista y es de las únicas preguntas que no me han hecho dudar nunca. Y eso que yo dudo un puñao en todo. Nunca me lo he planteado porque me siento convencido y seguro.
Hoy, por lo menos, los artistas flamencos no parecen pedigüeños ni bufones, en el sentido de entretener. ¿Lo son?
Los artistas siguen teniendo algo de esa parte. Pero el prejuicio se combate con la defensa de algo que tú quieres mucho, de algo que tú sabes que tienes un valor increíble y lo que haces es amarlo. La música es echarle horas, vivir, 24/7, como dicen.
Además de músico, eres productor. Entre otras cosas, eres artífice del disco de Pepe Habichuela con Dave Holland, ‘Hands’, entre otras muchas cosas, antes y después.
Empecé en realidad con los discos de la Barbería del Sur. Después vinieron los de Ketama y los míos propios. Un poco después también con la Niña Pastori y algún encargo que otro hay más por ahí. Lo que pasa es que los guitarristas de flamenco somos todos un poco productores, porque como partimos de la guitarra, el color de la grabación, el sonido, el arreglo, normalmente salen de la guitarra. Ahora mucho menos porque hay mucho sonido electrónico y es diferente.
Una decena de discos como productor, media como artista y colaboraciones en cine, ¿cómo ha cambiado Josemi Carmona desde ‘Las pequeñas cosas’?
Me siento superorgulloso de ese disco porque lo hice con mucho cariño, con mucho mimo y con mucho tiempo, y hoy en día es muy difícil encontrar tiempo para poder estar tranquilo y hacer un disco tan de investigación y con tanto detalle. Hoy estoy en un momento en el que toco con muchísima gente, estoy enrollado con los conciertos de Colina [el contrabajista Javier Colina], por ejemplo.
El concepto del disco en directo es diferente porque es minimalista. O sea, se toca y ya está grabado todo, ¿no? Pero tengo que decir que estoy con ganas de sacar tiempo para hacerme un disco más reposado. La vida va tan rápido que se vuelve muy difícil sacar tiempo para para concentrarte en una sola cosa, que es lo que pasó con ‘Las pequeñas cosas’. Me enfoqué en él, dejé de tocar en directo y estuve entregado.
Parece que eres de los pocos guitarristas que no tiene una servidumbre con el instrumento que otros muchos manifiestan: Paco de Lucía, Riqueni, Habichuela Nieto… Es una obsesión lo que tienen, casi un vicio.
Cómo tocan todos los que dices, musicazos increíbles. Mi problema es que no me aguanto solo muchas horas tocando la guitarra o a lo mejor es que el sitio al que voy a llegar sé que no es tan placentero para mí. Para mí la guitarra es una herramienta para transmitir mis emociones, no es un fin en sí mismo.
No quiero que digan de mí: “¡Qué bien toca la guitarra!, sino, “cómo me emociona cuando toca”. Para conseguirlo no hace falta hacer con el instrumento triples saltos mortales. Admiro a la gente que lo hace y su sacrificio, pero mi camino va por otro lado. Intento ser fiel a lo que siento y me apoyo mucho en el silencio, en la profundidad del sonido, en darles tiempo a los acordes.
¿Has sentido envidia muchas veces?
Muchas, muchas. Pero no solo con guitarristas. También con pianistas, como Bill Evans, que me maravilla cómo reparte las voces. Te puedo nombrar a Ryūichi Sakamoto, que hace cosas superespaciosas, esa calma que tiene. Es curioso, pero todo lo que soy de ansioso en mi vida no lo tengo en la música. Me gusta la calma. Pienso que puede ser por compensar.
Como en las bulerías, «abuelos, padres y tíos. De los buenos manantiales se forman los buenos ríos». De lo que se cuenta de tu padre Pepe Habichuela: compás, templanza, control de los tiempos, sabor, enjundia, clasicismo y frescura, ¿cuál crees que es tu influencia más directa?
Espero que sea la personalidad, porque los Habichuela son cada uno de una manera y tienen un sonido especial cada uno. Tú diferencias el toque de mi padre del de otra gente, el de mi tío Juan del de otra gente. Eso me parece que nos lo ha inculcado el hecho de que seamos nosotros, que no seamos una copia de nadie, sino que busquemos la forma de encontrarnos y de realizarnos, pero sin tener que hacer una cosa porque sí, como una ley.
Ellos nos han dejado que seamos libres para contar nuestra propia historia. Eso es muy bonito. Por ejemplo, las cosas que hizo mi padre con Enrique Morente, que eran locuras algunas de ellas, y han dado de beber y de vivir a mucha gente, ¿no? Esa lección sirve para mí y para el resto de músicos. En cuanto a mi padre, a parte de la música, su forma personal de afrontar la vida, de compartir con los músicos, me parece que ha dejado huella entre los músicos y entre la gente del arte.
Eso es algo que cada vez se ve menos, con los artistas grabando en pijama en el estudio de su casa, pasándose los másteres de los temas… hay menos reunión, menos cohabitación.
Es cierto que la música, o mejor, la forma de hacerla, ha perdido calor. Tiene mucho que ver con la época y la nuestra es la de la inmediatez, las prisas, pensar formas de producción más rápidas. Y eso no quita que sigan saliendo cosas maravillosas, no digo que no mole.
Parte de tecnología se puede ver en el escenario, donde tienes una pedalera para grabarte loops y acompañarte.
Le meto un poquito, sí. Me divierte porque es diferente, me ayudo de sonidos que grabo. Es también una forma de pisar nuevos caminos. Hay que probar siempre a ver qué cosas nuevas surgen. La llevo con Colina también.
¿Por qué sigue habiendo tan poca convicción para programar ciclos de guitarra, cuando de las disciplinas del flamenco es la más rica, la más creativa y la que más ha despuntado respecto al cante o al baile?
La cosa está muy peleona, tanto que hay un nivel que llega a resultar asqueroso por bueno. Es asqueroso. La música instrumental es muy difícil y volvemos al principio de la entrevista, la cultura y la educación musical en este país son muy mejorables.
Eso puede hacer que a virtuosos del instrumento no se les dé el valor suficiente. Es menos popular un músico que un cantante. Pero no creo que compositores Miles Davis, Paco de Lucía, John Willians o Manuel de Falla tengan menos valor.
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