#MAKMAEscena
‘Turia el loco’
Concepto y dramaturgia: Claudia Campos y Claudio Burguez
Dirección y dramaturgia: Vir Roig Hernández
Textos: Claudia Campos y Claudio Burguez
Voces: Claudia Campos y Vir Roig Hernández
Diseño de sonido: Edu Comelles
Registro audiovisual: Álvaro Octavio Moliner
Fotografía: Flako Studio
Sala Off
Turia 47, València
17 y 18 de octubre de 2024
El desbordamiento. ‘Turia el Loco’ empieza en la oscuridad. Una voz con acento de sal, calmada (la de Claudia Campos) nos sirve el prólogo. Habla del fantasma que circula todavía por el último tramo de su cauce, ahora convertido en un enorme parque donde sí hay puentes.
Sin embargo, el único agua que discurre es la del sudor de los runners y las botellas de plástico de los ciclistas. Más tarde, esa voz que acaricia el oído de los espectadores, hablará en primera persona: es el propio río. Su templanza es el primer síntoma que nos indica que quizás el loco no sea él.
El texto evocador se expresa con la solidez de los millones de años del tiempo geológico. Claudio Burguez y Claudia Campos crean un hilo conductor en este juicio a un asesino que acaba convirtiendo en asesinos a los jueces. Su caudal de palabras transcurre como agua en nuestros pabellones auditivos y con su transparencia, a veces turbia, con la capacidad única de reflejar cielo mientras muestra el suelo, nos vemos mecidos siempre hacia adelante en un fluir constante.
“Un río sabe quebrarse con el paisaje, baila con la geografía una danza de beneficios mutuos. Me muevo para este lado, te invado, me muevo para el otro y cedo. El movimiento de caderas perfecto. Un río se escapa o negocia, desaparece y vuelve. Rodea o arrasa con todo”.
El proyecto nace en 2021 como “un proyecto poético/social de investigación y producción colectiva que ficciona el devenir de un río y su fantasmagoría”. Una beca concedida por el proyecto Idensitat (Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana), y en el marco de la residencia artística ‘Ecosistemas de ficción’.
En 2024, desarrollan una versión escenificada con motivo del 90º aniversario de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Es aquí donde entra el resto del equipo: Vir Roig como directora de escena, Jaume Puchalt como productor y arte gráfico, Carlos Molina y Sebas López (Lumierescene y Spacecircles, respectivamente) en el diseño de iluminación y proyecciones, y Edu Comelles en el espacio sonoro.
La puesta en escena es limpia, sencilla; el tiempo se arrastra como lo haría ese fantasma de río, sin detenerse, suave y traslucido. La directora, Vir Roig, continúa por la senda iniciada con ‘La espectadora’ y con ‘Desmontar es quitar el monte’, en la que el presente escénico y la asociación de elementos por adición crean un artefacto en continuo cambio que evoluciona en una metamorfosis orgánica.
Vuelve a estar patente en esta obra la importancia de la tela, su textura y el color. Vuelven, de nuevo, los materiales de construcción (en este caso, adoquines de hormigón). Manipuladas la materia, el sonido y la energía, nos transportan a un nuevo lugar. Al poco, irrumpen en escena unos fragmentos de la maqueta del río (completa mide 14 metros), hecha con telas y lijas para designar los campos y en la que los árboles son clavitos.
En las obras de Roig, los elementos arquitectónicos se expresan en su propio idioma; las luces son una extensión de ese cuerpo vivo (a su modo) que es el edificio del teatro. Y siempre consigue la sensación inmersiva que casi invita a dejarse llevar en brazos sin tener que intelectualizar, olvidándose del reloj: este es un tiempo dilatado y constante, apremiado por un espacio sonoro (en este caso, Edu Comelles) que arropa como un vientre o el interior palpitante de un órgano.
Quizás, la escena más singular de toda la pieza es en la que la propia Roig invita a que los espectadores se tapen los ojos con una venda repartida en la entrada. Se propone vivir el transcurso del río con los oídos, sí, pero también con los párpados bajados. Sobre los espectadores se proyectan luces que, reforzados por el espacio sonoro, nos transporta desde el nacimiento hasta la desembocadura del río.
La luz bajo los párpados crea extraños efectos, lo que abre un campo enorme de posibilidades. Aquí es el momento de nombrar a Carlos Molina (Lumierescene) y a Sebastián López (Spacecircles). Molina es un conocido diseñador de iluminación que siempre eleva los proyectos en los que trabaja a una dimensión estética que los hace trascender. Su manera única de usar los objetos lumínicos transforman esos rayos en un alfabeto. Da cuerpo y lengua a la luz y, por eso, cuando Carlos está moviendo las regletas, la luz se manifiesta, se mueve, baila, se expresa como un ser vivo.
La sensación después de abandonarse a la pieza tiene mucho de vaivén acuoso, despierta una enorme empatía por aquello que nos parece ajeno, pero que forma parte de nuestra esencia como especie. El río que ya no podemos ver sigue fluyendo por nuestro sistema sanguíneo, irriga nuestros órganos, incluso ese que reina ahí arriba y que, a veces, es una mera máquina de hacer juicios.
Sin embargo, el río nos sobrevivirá y con su voz templada, no nos juzgará por las atrocidades que le hemos infligido. Porque un río no se piensa; un río, simplemente, sigue su curso.
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