Julia Prat. Descomposiciones
Espai d’Art Ademuz
Av. Pío XII, 51. Valencia
Hasta el 30 de noviembre
Parece que les oigo hablar. No puedo salir. Estoy atrapado. Sí puedes, yo te ayudo. Ya llego. Dame la mano. Va, estírate un poco más que casi estoy. Son los personajes que habitan las Descomposiciones de Julia Prat. Hablan así, estoy segura, sin exclamaciones ni comillas, como constatando un hecho. Venga, te ayudo, que yo soy como tú y estoy metido en el mismo lío. Un lío viscoso de fluidos y restos que conforman los cuerpos humanos o animales donde estos seres anónimos habitan. Me los imagino recorriendo esos cuerpos monstruosos hasta encontrar una salida, deshaciéndose de vísceras y órganos y coágulos por el camino. No es que haya estado nunca metida en el interior de un caballo, qué cosas, pero sí sé lo que es sentirse atrapada en algo que no deja respirar o moverse. Todos lo sabemos, ¿verdad? Como que no puedes maniobrar y por más que mires solo ves el enredo y el caos que lo ocupan todo. Y aún más en estos tiempos que corren, cuando tantas cosas importantes y necesarias se están desmoronando y descomponiendo. Esa sensación tan pegajosa y asfixiante…
Fluidos emocionales. Es así como la autora de los dibujos llama a esos chorreones que fluyen de cuerpos y cabezas y que estallan desde el interior. Lo hace en una de sus series anteriores, Deep explosion (2012). Porque estos estallidos no aparecen por primera vez en Descomposiciones, sino que son un tema visual recurrente en la obra de Julia Prat, presente también en la serie Bloody Heads (2012). Hay una diferencia principal, sin embargo, con la obra que nos ocupa. En los trabajos anteriores, los protagonistas de los dibujos son los seres (humanos, animales o híbridos) a los que les estalla la cabeza o el corazón, aquellos de los que manan las gotas y las salpicaduras. No es difícil reconocer en esas explosiones internas la confusión que domina nuestra conciencia o nuestra emoción, el desaliento o la incertidumbre, un “mi cabeza estalla” o un “mi corazón se rompe”, para acto seguido sentir que nos vaciamos como si nos desangráramos, aunque no sea así. Pero aquí, en Descomposiciones, los protagonistas son unos pequeños humanos de aspecto corriente y más bien impersonal, atrapados en una masa de humores de la que intentan emerger. Así pues, podríamos decir que los fluidos son más que emocionales. Ya no son solo la representación de la angustia interna que estalla y nos hace reventar. Son como la maraña de la realidad, tan escurridiza y viscosa ella. El caos en el que se mueven nuestras vidas y en el que nos abrimos paso tan dificultosamente. Y en el que, de vez en cuando, aparece otro, otra, muy parecido a nosotros, que nos agarra y nos acompaña aunque no haya salido de su propio caos. Aunque solo sea para compartirlo.
Y el caso es que, a pesar de ser mundos de pesadilla, repletos de imágenes chocantes ancladas claramente en la tradición surrealista (personas que habitan otras personas o animales, caballos divididos en dos, seres sin cabeza, cuerpos monstruosos) las obras de Julia Prat tienden a un cierto equilibrio. Ello tiene que ver tanto con la técnica como con el contenido. Desde el lado de la técnica, la contribución a ese equilibrio viene la ausencia de color, de la simplicidad del negro sobre blanco, pero, sobre todo, de la línea clara y depurada, y muy bella, con la que se dibujan algunos de los cuerpos/contenedores. Respecto al contenido, sucede que la actitud más bien imperturbable y estoica, sin aspavientos, de los personajes que tratan de escapar, desactiva parte de la angustia. Son personas que se afanan sin perder la compostura ni la dignidad. Un poco desconcertados pero voluntariosos se abren camino ayudándose unos a otros. Pero el caos en el que viven estos personajes no se contagia a la representación y así, las Descomposiciones se resuelven en composiciones armónicas y nítidas, de forma que nuestra posible perplejidad antes semejante despliegue de imágenes delirantes se vuelve comprensión.
Puede que los humores corporales de los cuerpos rotos, monstruosos y deformes de los que huyen los esforzados personajes sean sangre, bilis, semen, plasma, orina, lágrimas, mierda o una mezcla de todo ello. La verdad es que no importa mucho. Es en la sensación de opresión donde nos reconocemos. En la fuga y la necesidad de salir. En la huida de las tripas de la corrupción, de la avaricia, la violencia, la miseria, la injusticia, las deudas, las obligaciones, la humillación, el cinismo… en fin, inserte-aquí-su-particular-causa-de-malestar, hay tantas. Se trata de salvarse de la explosión, de salir de los cuerpos, sean sociales (lo llaman así ¿no?, el cuerpo social), familiares, laborales, que nos oprimen y engullen. Y se trata, sobre todo, de no salir solos.
Aurea Ortiz Villeta. Universitat de València
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