‘Eloísa está debajo de un almendro’, de Enrique Jardiel Poncela
Dirección: Mariano de Paco Serrano
Versíon y Dramaturgia: Ramón Paso
Teatro Principal
Calle de las Barcas 15, Valencia
Del 25 al 29 de enero de 2017
Determinados títulos de obras teatrales parecen haberse anclado firmemente en el espumoso acervo colectivo de la memoria, especialmente neblinoso para aquellos nacidos al calor de las últimas décadas del siglo pasado. Tal vez se lo debamos a ciertas improntas educativas, radiofónicas y televisivas, cuyo ardor pedagógico ha procurado, en cierto modo, inclasificables resultados.
Uno puede aventurarse a sentenciar que ‘Eloísa está debajo de un almendro’ forma parte ineludible de esa nómina imprecisa y anacrónica de referencias y sonoridades. Por este motivo, celebro, siempre sin objeción, que cualquier productora, director o compañía actoral reporte morfología escénica a uno de esos libretos ya adheridos, subjetivísimamente, al devenir de las referencias y mitomanías.
Sumémosle a este corajudo, licencioso y sentimental exordio un factor elemental, asociado decisivamente a la calima que envuelve a esta y cualquier Eloísa: la rúbrica de Jardiel, ese autor que puebla, enfermo de ácaros, los anaqueles de numerosos mueblebares de formica, enlicorado de guindas y cinzano. Porque tras ‘Eloísa está debajo de un almendro’ mora unos esos tipos imprescindibles en cualquier recapitulación, florilegio o glosario que revisite la nómina de adalides e inconfundibles perlas de una España de otrora, principiante en la centuria del siglo veinte con nuevos aires de sofisticación, barroquismo, patafísica, sátira, delirio o decadentismo literario.
Procupar una síntesis argumental de Eloísa se me antoja una tarea onerosa e innecesaria, porque, a la postre, poco importa qué sucesos, anécdotas y confrontaciones de lo consuetudinario se citen en el desarrollo de la obra; acaso lo que prime para uno sea el hecho en sí de barnizarme con la causticidad y el hiperbolismo, con el delirio y la proposición disparatada, e imaginarme en el patio de butacas del Teatro de la Comedia de Madrid mientras pululan sobre las tablas Elvira Noriega, María Asquerino o un tal Fernando Fernán Gómez, o tomándome una copita de ojén y fumando un Ideales de papel de trigo en el ambigú, durante el primer descanso.
Me inquieta de Jardiel su biografía de cafés, como el extinto Pombo de la calle de Carretas -de la elefantiásica mano de Gómez de la Serna y Fernández Flórez-, tomando un sin filtro con leche en el Gijón de Recoletos o haciendo pose y biografía al sol del Universal, mientras transitan por los adoquines los figurines de Alvarito Retana, el monóculo y overol de Antonio de Hoyos y Vinent, el pesimismo naturalista de Alberto Insúa y Felipe Trigo, el permufe de Hollywood de Antonio Lara Tono, el historietismo de Mihura o el novelón filosófico y en círuclos concéntricos de Ortega. Porque Jardiel no acotaba para nosotros, queridos coetáneos, sino para recreo y dicha del imaginario satírico y la consabida búsqueda de epatación de las clases culturales, para ajar los visones y ejercitar las cariadas bocas desdendatas de los que ingestaban almendras, chufas y alcaparras sobre los abatibles contrachapados del gallinero.
Me temo que al espector de hoy (trágicamente epatable de nuevo) hay que ofrecerle otras urgencias, guiños técnicos contemporáneos, una duración responsable y comedida, elementos de artificio límpidos como procuran aquí Ramón Paso -bisnieto del ínclito- y Paco Serrano, con su rectángulo lumínico y minimalista y un diseño de vestuario retro-futurista o distópico (permítanme esta licencia tan en boga). Deba refrendarse el atiplado registro actoral, digno y eufónico en su prosodia, destacando Fernando Huesca en el papel del cridado Fermín, la atinada y cómica Clotilde en virtud de Soledad Mallol, el encamado Mario Martín o el corcovado Pedro G. de las Heras.
En definitiva, una versión plausible y ligera que posibilita degustar a Jardiel como si de un frugal aperitivo que llevarse al paladar se tratara. No pretendan deleitarse con el argumento (insisto, poco importa); recréense con la volición primigenia de aquel Enrique Jardiel Poncela.
Jose Ramón Alarcón
- Sorolla, rastreador de tendencias - 7 enero, 2024
- Soraya Centeno: «La negrura no solo es un elemento estético, sino también un símbolo de nuestro espacio interior» - 22 noviembre, 2023
- Javier Calvo y la búsqueda incansable de nuevas fórmulas - 20 marzo, 2023