La cultura como necesidad. Sebas Espinazo. Argi Arte

#MAKMALibros
La cultura como decorado
De ‘Rayuela’, de Julio Cortázar, a ‘En busca del tiempo perdido’, de Marcel Proust, y ‘Crimen y castigo’, de Fiódor Dostoyevski, entre otros
Ilustraciones de Sebas Espinazo (Argi Arte)

I. La ceremonia del tacto

Ayer vi a una mujer en la librería masacrar un ejemplar de ‘Rayuela’. Sus dedos, acostumbrados a deslizarse sobre cristales líquidos, intentaron hacer zoom sobre la página 73. Pellizcó el papel con furia de millennial hambrienta, esperando que Cortázar le ofreciera un hipervínculo hacia la Maga. Cuando el libro no respondió, lo dejó caer con desdén, como quien abandona un Nokia 3310 en la era del metaverso.

Los libros han dejado de leerse. Ahora se tocan, como reliquias de un culto que veneramos sin entender. En las tiendas de diseño, los clientes pasan las yemas por los lomos con gesto de sommelier: “Este verde pistacho combina con el sofá”. Nadie pregunta por el contenido. ¿Para qué? El verdadero drama ya no está en las páginas, sino en la paleta Pantone.

II. El libro que nunca fue

Compré ‘En busca del tiempo perdido’ en edición piel de becerro. Lo coloqué sobre la mesa de mármol, junto a un ficus de plástico y una rosa seca. Durante semanas, el tomo acumuló polvo y cumplió su destino: ser el spoiler elegante de mi incultura. Una noche, borracha de gin-tonic, abrí el libro al azar. “El verdadero paraíso es el que hemos perdido”, decía Proust. Me reí. ¿Acaso no es nuestro único paraíso el que jamás tuvimos?

Mi amiga Clara subió a Instagram su biblioteca vintage. Los lomos, ordenados por altura, fingían una skyline intelectual. “¡Qué bohemia!”, comentó alguien. Nadie advirtió que ‘Las flores del mal’ estaba pegado con cola térmica al estante. La poesía, hoy, es cuestión de perspectiva. Y de no mover los muebles.

III. La pantalla de papel

En el metro, un joven hojeaba ‘1984’ con dedos ansiosos. Vi cómo presionaba el margen derecho, esperando que la página se volviese sola. Cuando el papel desobedeció, sus pupilas se dilataron en pánico. Quise decirle: “Amigo, la tiranía no está en el Big Brother, sino en tu incapacidad de soportar un párrafo sin notificaciones”. Pero callé. Él siguió intentando hacer scroll. Yo seguí fingiendo que leía a Dante en el móvil.

Los libros se han convertido en espejos opacos. Reflejan lo que queremos ser (cultos, sensibles, con tiempo muerto) y ocultan lo que somos (analfabetos funcionales del alma). En casa de mi vecino, ‘Crimen y castigo’ sostiene una lámpara de sal del Himalaya. Raskólnikov, el asesino, ahora ilumina veladas de Tinder. Algo se pudre en el reino de las letras, y no es solo el cadáver de la vieja prestamista.

Crimen y Castigo. Sebas Espinazo. Argi Arte
‘Crimen y castigo’. Ilustración de Sebas Espinazo (Argi Arte).
IV. Confesiones de un lomo intacto

“Soy el Ulises de tu salón. Me compraste en esa tienda de diseño donde venden libros por metros cuadrados. Mis páginas huelen a ambición y a naftalina. Cada vez que tus invitados me elogian, tú sonríes como si hubieras escrito a Homero en lugar de heredarme de tu ex. Anoche, cuando buscabas el mando de la tele, me abriste por primera vez. Leíste: ‘El mar me huele a orina’. Te horrorizaste. ¿Acaso esperabas un emoji de delfín? Cerré tus ojos con cuidado. No temas: guardaré tu secreto como guardo mi tinta. Sé que mañana me usarás de posavasos. Y yo, silencioso, seguiré siendo tu mejor mentira”.

V. La herejía necesaria

Propongo un crimen: subrayar los libros ajenos. Escribir “esto eres tú” en los márgenes de los ejemplares vírgenes. Dejar ‘La náusea’ en el baño, junto al jabón de carbón activado. Leer en voz alta a Neruda en medio del Starbucks.

O quizás, simplemente, regalar un libro con una nota: “Querido hipócrita: las páginas se manchan, las ideas no. Úsalo. O quémalo. Pero por el amor de Walser, no lo conviertas en un jarrón”.

Epílogo

Hoy he visto a un niño lamer las páginas de ‘Alicia en el país de las maravillas’. Sabía a tinta y a gloria. Cuando su madre le regañó, él contestó: “Es que quería saber si sabe de fresa”.

Ahí reside la esperanza: en los que aún creen que los libros están para morderse. O para devorarlos.

La cultura como necesidad. Sebas Espinazo. Argi Arte
‘La cultura como decorado’. Ilustración de Sebas Espinazo (Argi Arte).