La cultura del narcisismo

#MAKMALibros
‘La cultura del narcisismo. La vida en una era de expectativas decrecientes’
Christopher Lasch
Capitán Swing
Traducción: Jaime Collyer
España, 2023, 319 páginas

Han pasado 45 años desde que el historiador Christopher Lasch (1932-1994) escribiera ‘La cultura del narcisismo. La vida en una era de expectativas decrecientes’, ensayo reeditado ahora por Capitán Swing. Casi medio siglo de una cultura -la narcisista- que Lasch radiografió en su momento con todo lujo de detalles y que, hoy en día, no ha parado de crecer en nuestra sociedad del bienestar.

Todo ello al tiempo en el que se cumplen 110 años de ‘Introducción al narcisismo’, con el que Sigmund Freud ya adelantara que el individuo vivía una doble existencia, “como un fin en sí mismo y como eslabón de un encadenamiento al cual sirve independientemente de su voluntad, si no contra ella”.

“En general, es como si combináramos hoy una sensación de decadencia de la sociedad -tal y como demuestra el concepto de alienación, el cual, a raíz de un renovado interés en el joven Marx, nunca como hoy había disfrutado de tanta popularidad- con un utopismo tecnológico”, comienza diciendo Lasch en ‘La cultura del narcisismo’, obra con la que ganó el National Book Award en la categoría de ensayo.

Dividido en diez capítulos, el libro aborda el narcisismo desde diferentes puntos de vista: ya sea en el campo del trabajo, la política, el deporte, la familia, la educación, la sexualidad o la vejez. Y lo aborda para levantar testimonio de las paradojas que caracterizan a una cultura que tan pronto encandila -cautivados por ese utopismo tecnológico- como decepciona por el incumplimiento de las altas expectativas generadas.  

Cubierta de ‘La cultura del narcisismo’, de Christopher Lasch, reeditado por Capitán Swing.

“Pese a sus ocasionales ilusiones de omnipotencia, la autoestima del narcisista depende de otros. No puede vivir sin una audiencia que lo admire. Su liberación aparente de nexos familiares y constreñimientos institucionales no lo es al punto que le permita sostenerse solo ni gozarse en su individualidad”, apunta Lasch en uno de los apartados del libro, refiriéndose, de nuevo, a esa doblez del narcisista autosuficiente y, sin embargo, víctima de un yo que necesita la aprobación de los otros.

Con respecto a la esfera privada, íntima, del sujeto celoso de su imagen, al tiempo que la propaga sin miramientos mediante el uso de las herramientas tecnológicas, Lasch es igualmente claro subrayando nuevas contradicciones: “Esta invasión de la esfera privada por las fuerzas de la dominación organizada resulta, en nuestra época, tan omnipresente que la vida personal ha dejado casi de existir”.

Y añade: “Pero, de hecho, el culto de la intimidad no se origina en la afirmación de la personalidad, sino en su desplome…Nuestra sociedad, lejos de promover la vida privada a expensas de la vida pública, ha hecho que sea cada vez más difícil hacer amigos, lograr encuentros amorosos y matrimonios profundos y duraderos”.

Aunque el narcisista, continúa diciendo, pueda funcionar en el mundo, llegando incluso a encantar a otras personas, “su devaluación de los demás, y su falta de curiosidad por ellos, empobrece su vida personal y refuerza la ‘experiencia subjetiva de vacío’. Carente de cualquier compromiso intelectual auténtico con el mundo –a pesar de su valoración frecuentemente inflada de sus propias habilidades intelectuales-, exhibe escasa capacidad para la sublimación”.

Christopher Lasch, autor de ‘La cultura del narcisismo’, ensayo reeditado por Capitán Swing.

En este punto, Christopher Lasch se muestra rotundo: “[El narcisista] Se vale del intelecto para evadirse y no para conocerse, recurriendo a las mismas estrategias elusivas que aparecen en la literatura confesional de las últimas décadas. El paciente se vale de las interpretaciones analíticas, pero las despoja rápidamente de vida y significado, de modo que solo queda un montón de palabras sin sentido. Entonces se tiene la sensación de que las palabras son propiedad suya, y las idealiza y deriva de ello un sentimiento de superioridad”.

En ‘El malestar en la cultura’, Sigmund Freud ya puso el acento en otro de los temas que aborda Lasch en su libro: el poder y el éxito que todo sujeto anhela para sí y admira en los demás, por mucho que aparezca en ocasiones disfrazado tal anhelo de indiferencia narcisista.

“La buena opinión de los amigos y vecinos, que antiguamente servía para informar a un hombre que su vida había sido provechosa, descansaba en el aprecio de sus logros. Hoy los hombres buscan el tipo de aprobación que no aplaude sus actos, sino sus atributos personales”, resalta el historiador.

“Quieren ser admirados más que estimados. No anhelan la fama, sino la fascinación y la excitación que trae consigo la celebridad. Quieren ser envidiados antes que respetados. La soberbia y la codicia, los pecados de un capitalismo en ascenso, han dado paso a la vanidad”, añade.

De ahí que el narcisista divida la sociedad en dos grupos: el rico y famoso, por una parte, y el rebaño común, por la otra: “Veneran a los héroes solo para volverse en su contra cuando estos los decepcionan”, apostilla Lasch.

Fotograma de la película Disney ‘Enredados’.

Ya centrado en las instituciones encargadas de la transmisión cultural (la escuela, la Iglesia, la familia), de las que -dice- “cabía esperar que contrarrestaran de algún modo la tendencia narcisista de nuestra cultura”, tal cosa piensa que no sucede, porque, a su juicio, “han sido moldeadas, en lugar de ello, a su imagen y semejanza, mientras un cuerpo creciente de teoría progresista justifica esa capitulación con el argumento de que tales instituciones sirven mejor a la sociedad cuando le brindan un reflejo de ella misma”.

Ya cerca del final, Christopher Lasch pone el acento en lo que llama “terror irracional a la vejez y la muerte” por parte de un sujeto narcisista que, según él, “necesita ser admirado por su belleza, su encanto, su celebridad o su poderío: atributos que habitualmente se desvanecen con el tiempo. Incapaz de alcanzar alguna sublimación satisfactoria en el amor o en el trabajo, cuando la juventud lo deja de lado, descubre que cuenta con muy poco para sostenerse”.

“La negación de la edad en la era contemporánea culmina en el movimiento de la prolongevidad, que espera abolir del todo la vejez. Pero el pavor a la edad no se origina en el “culto a la juventud”, sino en el culto al yo”, recalca Lasch.

‘La cultura del narcisismo’ se va cerrando con alusiones a cierta infancia feliz que tratamos de recuperar, por encontrar en ella el núcleo sobre el que pivota el placer que proporciona determinada fusión imaginaria. “Llegamos al mundo brutalmente incapaces de satisfacer nuestras necesidades biológicas y, por ende, por completo dependientes de quienes nos cuidan. La experiencia de desamparo es mucho más dolorosa porque está precedida del goce “oceánico” en la matriz, como Freud lo denominaba, que pasamos el resto de la vida tratando de recuperar”.

‘Narciso y Eco’, obra de Geandy Pavón.

Las fantasías de esa índole buscan, tal y como apunta Lasch, “diluir la tensión entre el deseo de fusión y el hecho de la separación, ya sea imaginando una reunión extática e indolora con la madre o, como contrapartida, un estado de completa autosuficiencia que niega cualquier necesidad de los demás. La primera línea de defensa alienta una simbiosis regresiva; la segunda, ilusiones solipsistas de omnipotencia. Ninguna soluciona el problema de la separación; cada una niega su existencia, pura y simplemente, de diverso modo”.

Christopher Lasch, llegados a este punto, ofrece, cuando menos, una vía de salida que pasa, claro está, por la caída del narcisismo: “La gran esperanza de maduración emocional parece residir, entonces, en un reconocimiento de nuestra necesidad y nuestra dependencia de la gente que, a pesar de ello, sigue siendo distinta de nosotros y rehúsa someterse a nuestros caprichos”.

Y agrega: “Descansa en un reconocimiento de los demás no como proyección de nuestros deseos, sino como entidades independientes con sus propios deseos. En un sentido más amplio, descansa en la aceptación de nuestros límites”.

Dándole una nueva vuelta de tuerca al utopismo tecnológico con el que arrancaba su ensayo, vinculado ahora con cierto primitivismo, afirmará que nuestro mundo se ve caracterizado a un mismo tiempo “por la fe en la ciencia y la tecnología y, simultáneamente, por una rebelión generalizada contra la razón”.

“La coexistencia de tecnología avanzada y espiritualidad primitiva nos sugiere que ambas arraigan en condiciones sociales que impiden cada vez más que el individuo acepte la realidad que suponen el pesar, la pérdida, la vejez y la muerte; en suma, el hecho de vivir con limitaciones”.

Y, así, destaca que “si la fantasía tecnológica busca restaurar la ilusión infantil de autosuficiencia, el movimiento new age busca restaurar la ilusión de simbiosis, un sentimiento de absoluta unicidad con el mundo”. “Esta coexistencia de una hiperracionalidad y una revuelta generalizada contra la racionalidad justifica la caracterización de nuestro estilo de vida en el siglo XX como una cultura del narcisismo”, concluye Lasch un ensayo que, 45 años después, adquiere, si cabe, una mayor vigencia.

‘Narciso’, obra de Caravaggio.