‘La fiesta del Chivo’, dirigida por Carlos Saura
Adaptación de Natalio Grueso a partir de la novela homónia de Mario Vargas Llosa
Con Juan Echanove, Lucía Quintana, Eugenio Villota, Eduardo Velasco, Gabriel Garbisu y David Pinilla
Okapi Producciones y El Chivo Teatre (AIE)
Teatre Olympia
San Vicente Mártir 44, València
Hasta el viernes 6 de diciembre de 2020
“Dios manda en el cielo y Trujillo en República Dominicana”. Una divisa, otrora omnipresente en el país caribeño entre azarados y afines, que permite componer el delirante retrato de Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961), una de esas túrbidas figuras que hubieron poblado el lodazal geopolítico del convulso siglo XX –henchido de gerifaltes, duces y generalísimos–, y cuyo legado prosigue edificado, entre tinieblas, sobre un innumerable acervo de víctimas, emblemas y uniformes.
Un perturbado caudillo –el gran sátiro del Caribe católico, que hizo suyas las Antillas dominicanas durante tres décadas (de 1930 a 1961)– al que Mario Vargas Llosa ya le hubo hincado el diente literario en ‘La fiesta del Chivo’ (Alfaguara, 2000), celebrada novela del Nobel hispano-peruano con la que sumergirse en las haciendas movedizas y anticomunistas de ‘El Benefactor’ a partir de su asesinato el 30 de mayo de 1961, siendo ametrallado con armas suministradas por la CIA (un inquietante y sugestivo episodio de la Guerra Fría que sumar a la ahusada sombra diplomática de Estados Unidos sobre el heterogéneo caucho de los países hispanoamericanos).
Y si tentador resultó ser Chapita para el cineasta Luis Llosa –quien acomodó al cine, en 2005, la ficción procurada por su hermano–, no menos incitante debió de resultarle a Natalio Grueso, dramaturgo que ya ha circulado su predilección, con anterioridad, por el laureado boom latinoamericano mediante la adaptación de ‘El coronel no tiene quien le escriba’, de Gabriel García Márquez.
En esta ocasión, Grueso concede las riendas escénicas e interpretativas a la curtida e infalibe dupla conformada por el director Carlos Saura (reiterando su vínculo teatral con la productora) y el actor Juan Echanove, sobre quienes descansan las medallas de Trujillo durante una intermitente gira (razones pandémicas mediante) que ha recalado en el Teatre Olympia de València hasta el venidero 6 de diciembre.
Una tétrica conmemoración transmutada por Echanove en fulgente fiesta interpretativa –desde la incontinente vejiga del preámbulo hasta el preconizador paseo nocturno del epílogo–, que acude al raquis elemental de la novela para perfilar un retablo múltiple a partir de la mancillada memoria de Urania Cabral (una irregular, aunque finalmente atemperada, Lucía Quintana), hija del senador Agustín Cerebrito Cabral (plausible Gabriel Garbisu), difamado por Trujillo e impelido a entregar a Urania a las sifilíticas manos del dictador para restituir su posición –episodio culminante en torno al que gravita la obra–.
Si bien sobresalen tanto la apuesta escenográfica como, especialmente, la composición coreográfica del reparto sobre el espacio/tiempo, tal vez el entramado final de la diégesis y la sucesión de escenas –que auxilian a rubricar el retrato simbólico de los personajes– adolezcan de suficiente ritmo o, por esa previsible progesión de presentación de caracteres, aquel mencionado retablo culmine siendo exiguo en lo vigoroso y profuso en la duración subjetiva de la obra.
No obstante, sorteando estas inclemencias (tal vez consecuencia del enmascarado abrigo sanitario) y más allá de baldías pedagogías históricas, bien merece aproximarse en comunión a esta lóbrega y notable fiesta del Chivo Trujillo.
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