Moving Target, de Oliver Johnson
Galería Punto
C / Burriana, 37. Valencia
Hasta el 14 de julio de 2019
Decía el sociólogo Jesús Ibáñez, hablando de las paradojas de la investigación, que no se puede determinar, a la vez, la posición y el estado de movimiento de una partícula. Si se determina la posición, indeterminamos el estado de movimiento, y si determinamos el estado de movimiento, indeterminamos la posición. Oliver Johnson, que hasta el 14 de julio exhibe su Moving Target en Galería Punto, lo explica así con respecto a su obra artística: “La doble rendija [experimento de Thomas Young realizado en 1801] era un experimento para explorar la dualidad de la luz [para discernir su naturaleza corpuscular u ondulatoria]. Una onda no tiene cuerpo, pero una partícula sí. Todo es luz rebotando y nuestro cerebro es el que da sentido a lo que nos rodea”.
Esa luz que no para de rebotar hasta que el espectador la captura y, movido por su curiosidad, se desplaza de un punto a otro sin poder apresarla del todo, es lo que Johnson muestra a través de una serie de piezas escultóricas tan imponentes como esquivas. “En ciencia, el acto de observar el experimento cambia el resultado. De la misma manera, en el arte se dice que el espectador termina la obra en su cerebro. El color cambia dependiendo de dónde te coloques. De ahí lo de Moving Target, porque el espectador es la diana. Tu realidad va cambiando según cómo percibas la obra”, explica el artista londinense afincado desde hace años en Valencia.
“El tres se repite, no sé exactamente por qué. Tres piezas grandes, tres más pequeñas, tres hélices. El color también es fundamental. De hecho, la forma es un medio para expresar lo que pinto. Creo un objeto que no es siempre plano, porque es una escultura que invade el espacio. Tiene un carácter tridimensional”, señala quien entiende el color como “un medio de comunicación”, por cuanto “recoge todo el espectro de la luz, que queda atrapada o reflejada ahí”. Así, podemos ver ondas de la gama del amarillo, mientras todo lo demás queda absorbido por la superficie.
Oliver Johnson es inglés, pero llevo 25 años aquí. “Cuando pintaba en Londres, lo hacía en blanco y negro, porque era un color que acompañaba al sitio, y al llegar aquí me encontré con la tierra de Sorolla y la luz de Valencia. Lo que tiene Londres es una gama de grises impresionante, pero aquí es todo diferente”. En Moving Target muestra una selección de las últimas obras realizadas, jugando con la armonía y la disonancia. “En este caso, quería tener las piezas grandes al principio, que te atrapen nada más entrar, y luego las demás, porque todas tienen que convivir”.
Trabaja primero la forma, porque la estructura dice que es algo “complicadísimo”. Y una vez que tiene la forma, cuya raíz ubica en las composiciones sagradas que utilizan en las iglesias y en las mezquitas, pasa al color, que guarda también unas proporciones, “para que produzca esa vibración”. “Juegas con la composición del color y las formas de las piezas”, añade. ¿Formas sagradas, religiosas? “Bueno, a ver, esas reglas sagradas son sacadas de la naturaleza. Encontramos belleza en las personas porque sus facciones caen dentro de las mismas reglas de proporción. Eran piezas sagradas porque tenían esa función, estaban prohibidas a las masas”.
Moving Target es una exposición compuesta por diez piezas, entre ellas una de cristal adobado con el color construido desde atrás y que, depende cómo la mires, tiene un color u otro. “Todo lo que viene a partir de ahí es sobre una base inestable. Volvemos otra vez a lo mismo: el modo en que tú interactúas con la pieza es la manera en que la ves. La pieza casi está viva. Cualquier movimiento interrumpe o destruye la percepción. Yo siento que la pieza está acabada cuando se detiene para mí y adquiere independencia propia”.
A Johnson le sucede también que pintando encima de una obra encuentra otra pieza, de ahí que diga que el proceso de crear le resulta “angustioso, incluso violento”. “Parece sencillo llegar a esto, pero es tremendamente difícil y cuando lo logras, lo digo en confianza, es casi orgásmico. Hay cuadros que los peleas y no quieren ser lo que tú proyectas, ofrecen mucha resistencia. Entonces los dejas ahí y vas viendo cómo avanza la relación. Parece una locura, pero es así. Mark Rothko decía que lanzar una obra al público era un acto muy sensible”.
Para Oliver Johnson, cada obra vive o muere en el ojo del espectador que tiene simpatía. “Volvemos al título de la exposición: el objetivo es llegar a tener esa conexión. No es necesariamente el comprador. Esto es también comunicación, es lenguaje visual, no es verbal ni escrito. Los cuadros hay que mirarlos como se escucha la música, sentirlos. Yo puedo acercarme a un piano y tocar las teclas, pero es el feeling que tiene un pianista, a través de los vacíos de las notas, quien comunica esa emoción”.
Moving Target, puestos a traducirlo de forma literal, sería diana en movimiento. “La ciencia va buscando ese moving target porque, cuando descubrimos algo, no se soluciona nada, simplemente complica más las cosas, el abanico se abre más, porque si resuelvo todas mis inquietudes en una pieza eso es muy peligroso. La pieza la termino, eso sí, pero la conversación continúa con la siguiente”. Una especie de bucle, tan angustioso como orgásmico, en el que se debate la obra de este londinense que dejó el blanco y negro, para sumergirse en este color vibrante y esquivo que ahora le caracteriza.
Salva Torres
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