La imagen, adalid de la comunicación posmoderna
Andrés Herraiz Llavador (investigador del Departamento de Historia del Arte la Universitat de València)
MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2020
Vivimos en un mundo atestado de imágenes que nos interpelan y exhortan. Su magnetismo nos atrapa, las difundimos, las comercializamos y compartimos de manera gratuita, nos identificamos con ellas llegando a amarlas, aunque estas puedan generar en nosotros la aversión suficiente como para destruirlas.
Este año 2020, caracterizado por el estatismo pandémico, ha favorecido el surgimiento y la diáspora de incontables memes, parodias y bulos cuya carga vírica se ha difundido desde los núcleos intrafamiliares hasta los grandes medios. Imbuidos por una burbuja especulativa de imágenes y, ajenos a la proximidad del estallido, hemos incrementado el valor intrínseco del concepto símbolo.
Hoy por hoy, con la llegada de nuevos soportes como las mascarillas, el espectro representativo se ha visto ampliado, convirtiéndose este retal que cubre nuestras bocas en la expresión de nuestra propia voz. Banderas, emblemas y alegorías –en ocasiones, resignificadas– llegan a nuestras vidas y se incorporan rápidamente al acervo de hashtags que conforman aquello que llamamos identidad.
Para aproximarnos a este fenómeno social con visos de permanencia y que se extiende más allá del boom de las mascarillas, hemos de acudir al manido concepto de símbolo que, más allá de la concepción metafórica, ha de ser entendido en tanto que síntoma cultural. Como seres sociales, empleamos y reconocemos símbolos que, de manera natural, nos activan y evocan elementos ausentes, pero aprehensibles desde nuestra consciencia colectiva. Subsumidos por la tolvanera visual generada en la última década, consumimos las imágenes atendiendo, principalmente, a su forma, ya que su ingente reproducción consigue que dejemos de preocuparnos por su contenido.
Siguiendo la estela de los planteamientos de W. J. T. Mitchell cuando se cuestionaba “¿Qué quieren las imágenes?”, actualmente, nos hallamos en un punto de inflexión en el que conviene plantearse cómo consumimos dichas imágenes.
En primer lugar, la imagen por sí sola, en tanto que producto cultural y como recipiente de significados, es un vehículo idóneo para transmitir ideas muy diversas. Los memes, por ejemplo, generados por individuos aislados en pro del divertimento común, inciden en la sátira basándose en el material gráfico aportado por los mass media. La facilidad tanto de producción como de reproducción de este tipo de imágenes nos permite hablar de una industria del meme adecuada para adaptarse rápidamente a los cambios sociales y, a su vez, capaz de incidir en la opinión de grandes grupos.
Por ello, en esta sociedad líquida, en la cual todo fluye hacia una dirección incierta, las imágenes han devenido en un excelente conductor para aquellas ideas que alteran las emociones y activan el inconsciente del individuo.
Imágenes como la portada del periódico El Mundo del domingo 10 de mayo de 2020 atestiguan la vigencia de ciertos planteamientos asociados al uso y significado de la imagen. La fotografía realizada por Carlos García Pozo a Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, con las manos cruzadas en el pecho, más que hablarnos de la imagen política nos permite ahondar en la política de la imagen que, en los últimos años, ha configurado el modo en el cual interactuamos con ciertos símbolos.
Este reportaje ha sido objeto de numerosas parodias y recreaciones que, más allá del fotomontaje, han terminado por resignificar y ocultar, en cierta medida, su función. Con el fin de aproximarnos al significado inherente a este esquema compositivo, hemos de remontarnos a los planteamientos de F. Saxl o de J. Bialostocki y comprender que las imágenes poseen una fuerza gravitacional capaz de atraer a ciertas formas concretas vinculadas con significados específicos que no siempre son representados de manera idéntica.
Este es el caso de la fotografía de Isabel Díaz Ayuso, cuyo fin –transmitir el duelo por el pequeño y gran empresario– se encuentra íntimamente relacionado con la gestualidad de la ‘Mater dolorosa’ cristiana. La vinculación de ambas facilita que, a través del gesto, la imagen pueda ser leída sin necesidad de texto, proyectando hacia el espectador un sentimiento de pathos que lo imbuye de manera inconsciente, permitiéndole conectar ambas ideas.
A modo de síntesis, el declive de las disciplinas humanísticas ha conducido a la paulatina desaparición de los recursos para analizar de manera crítica las producciones visuales contemporáneas, una peligrosa deriva en la cual la imagen no es ni inocente ni gratuita. La historia del arte y el estudio de la cultura visual contemporánea se tornan fundamentales para la comprensión de un mundo principalmente icónico, así como para la conformación del espíritu crítico del individuo; negarlo sería abandonarse a las tiranías neoliberales sufragadas por el control mediático y tecnológico.
El consumo desenfrenado, sumado a la obsesión por el aquí y el ahora, han dejado poco espacio a la reflexión en torno a la continuidad y variación de un producto de uso cotidiano. La inmediatez de nuestra era ha favorecido el resurgimiento de símbolos aletargados que hoy vuelven resignificados y actualizados como blasones heráldicos del proceso de identificación del individuo posmoderno. La próxima década vaticina el triunfo de la imagen como adalid de la comunicación posmoderna; su uso y buenas prácticas vendrá definido por la capacidad crítica del sujeto para interpretarla.
Andrés Herraiz Llavador
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20, en diciembre de 2020.