La isla mínima, excelentísimo thriller policíaco español.
Menudo bofetón en la cara, metafóricamente hablando, ha recibido el cansino frente anti-cine español, ese que con cierta frecuencia enjuicia despiadadamente cualquier producto fílmico parido por aquí. Y ya no me refiero a la crítica más especializada, que imagino habrán estandartes de todos los colores, sino más bien al amigo, conocido o tercero en discordia que en cualquier debate, charla o conversación sobre el séptimo arte deja su impronta con un desprecio vasto y desmedido hacia todo el cine que nace en estas latitudes. Y esto viene a colación de que a ellos, principalmente a ellos es a los que les recomendaría “LA ISLA MÍNIMA”, la última peli de Alberto Rodríguez.
Pues eso, “La isla mínima” me ha parecido un thriller policíaco de un excelentísimo nivel, de esas películas que enganchan desde principio a fin manteniendo la tensión en todo su desarrollo. Sinceramente todavía estoy sorprendido y, aunque llevaba buenas referencias de amiguetes no me había aleccionado en críticas, por lo que de inicio me asaltaban unas dudas que rápidamente se disiparon hasta el punto de que la cinta ha superado sobradamente cualquier expectativa que en ella pudiera haber depositado.
Se podría decir que “La isla mínima” es real como la vida misma, está perfectamente documentada en la época y en los lugares (no conozco el entorno exacto del Guadalquivir de aquellos tiempos pero más o menos podría habérmelo imaginado así) donde circula la trama y donde se muestra inteligente en todos los detalles (como ejemplo esos métodos policiales de escuchas telefónicas que ahora podrían parecer tan primitivos). Para colmo el ritmo de su narrativa entre argumento y diálogos es de una agilidad pasmosa, mientras que la fotografía y la música resultan un complemento ideal.
En cuanto a los actores, todos y cada uno de los que aparecen me han parecido a una excelente altura en sus papeles, con especial mención por supuesto para los dos principales Javier Gutiérrez (me alegra mucho esa concha de plata en el Festival de San Sebastián) y Raúl Arévalo, siempre teniendo en cuenta que el protagonista realmente más distinguido es el mencionado punto geográfico del río Guadalquivir.
Es en ese entorno sórdido cual si estuviésemos en otro episodio de la España negra a pesar de que el argumento circule en unos tiempos donde la evolución socio-cultural pretendía quitar ese lastre, el que consigue atraer y repeler al mismo tiempo. Atracción porque nos mete de lleno en la película y repulsión por esas historias que leímos, oímos o nos contaron de adolescentes desaparecidas, violaciones, cadáveres en orillas fluviales,…, inevitable que vengan al recuerdo episodios muy tristes del pasado como por ejemplo el de las niñas de Alcacer.
Otro atractivo paralelo es el choque de personalidades entre los dos compañeros policías en plena época de la transición, con uno que procede de una brigada franquista y el otro de asentados valores democráticos y que, sin embargo, encuentran puntos de conexión e incluso de oculta admiración mutua. Por supuesto emerge en todo ello ese trasfondo de un país con clases privilegiadas, con sus similitudes sociales a la actual pero diferente lógicamente en connotaciones culturales dentro de un espacio/tiempo.
Directamente, apuesto por ella como la peli española del año. Mucho, demasiado me tendría que gustar la que le quitara ese honorable y subjetivo puesto.
JJ Mestre
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