Que no cabe en la cabeza, de Javier Garcerá
Centre del Carme
C / Museo, 2. Valencia
Hasta el 22 de enero de 2017
“Mis obras necesitan tiempo para ser leídas”. Sin ese tiempo, advierte Javier Garcerá (Puerto de Sagunto, 1967), “la obra no se abre”. Esa obsesión por el tiempo atraviesa el trabajo de un artista que, afincado en Madrid, vuelve a Valencia para mostrar su trayectoria artística en la Sala Ferreres del Centre del Carme. Lo hace mediante un veintena de obras agrupadas bajo el título ‘Que no cabe en la cabeza’. Y lo que no cabe en esa cabeza agitada por las prisas es, de nuevo, el tiempo ajeno a la racionalidad de la eficacia pragmática, que es lo que Garcerá demanda para percibir su obra. En caso contrario, estaremos perdiendo el tiempo.
“La pintura exige la demora”, insiste. Recuerda, en este sentido, lo que le dijo un colega cubano viendo una de sus exposiciones: “Mi hermano, eso es revolucionario, porque tu obra es sobre el tiempo que nos roban”. Como si fuera un Robin Hood de las artes, Garcerá lo que hace es devolvernos ese tiempo pausado a los pobres y agitados espectadores, tras robárselo a los ricos que lo manejan como si fuera pura mercancía. De manera que en su trabajo, si algo destaca por encima de todo, es la forma que tiene el artista de mostrar aquello que escapa a lo que no cabe en la cabeza aludido en el título: “Lo que está más allá de la palabra”.
Ese más allá de la palabra, que apela a la emoción frente a los “excesos del intelecto” que provocan la “saturación del sentido”, Garcerá lo plantea en su obra mediante sucesivos interrogantes que tienen a la naturaleza como fondo. “Naturaleza exterior ligada a la interior”, dice. De hecho, el recorrido expositivo arranca con piezas de los años 90, en las que lo figurativo es más visible, para terminar poco a poco diluyéndose en sus trabajos más recientes. Aquella primera tensión entre naturaleza y cultura, entre paisaje natural e industrial, acaba fundido y confundido en su serie ‘Si el ojo nunca muere’.
“El título de esta serie proviene de un verso de la tradición zen, que dice que si el ojo nunca duerme, los sueños desaparecen solos”. Y abunda en ello: “Si prestas atención, si no te dejas distorsionar, terminas viendo la realidad como es”. El trayecto que propone el artista abarca el desarrollo de 20 años de trabajo, que se completa con tres piezas ubicadas en el amplio pasillo de la Sala Ferreres: la silla de su estudio “como lugar de reflexión”, el soporte recostado contra la pared realizado a base de 10.000 puntos, y el gran panel tejido a mano apoyado contra el suelo.
Como señala Joan Peiró, comisario de la muestra, “esta exposición apela a la experiencia individual del espectador, no sólo para que extraiga sus propias conclusiones, sino también para que pare el tiempo y se deje llevar con todas sus consecuencias por este espacio vital que trasciende los límites de la racionalidad”. De hecho, Garcerá temía que un espacio tan grandioso como el de la Sala Ferreres pudiera aplastar su obra. Cosa que finalmente no ha sucedido precisamente por esa amplitud de miras que destila su trabajo. “Requiere de un tiempo de lectura y elaboración lento, pausado, fruto de un proceso costoso”, apunta el artista.
Para entender esos dos ejes, el horizontal que se pliega cómodamente a nuestra vista y el vertical que requiere cierta altura de miras, Garcerá recurre a [Gastón] Bachelard: “El tiempo horizontal es el de los hechos, mientras el vertical sería el poético que se hunde en la profundidad del tiempo mental”. Por eso advierte que en su exposición no existe la narración (“no transmite certezas”), sino una sucesión de interrogantes. Entre los que se encuentra la propia respiración del artista evocada como fondo sonoro, cuya cadencia se ve bruscamente interrumpida por cierto estrépito. “Es un encuentro con lo otro, con el objeto al que hay que aceptar como elemento de escucha: el silencio y la respiración”.
Su “obsesión por cuidar la materia”, con el fin de extraerle toda esa sonoridad visual objeto de un progresivo desvelamiento, le lleva a pintar con materiales “ajenos a lo pictórico”: sedas y otros tejidos manipulables. Objetos que vacía para después llenar lentamente con pasión de orfebre. “Se trata de escuchar lo más básico”, para lo cual Javier Garcerá apela al tiempo sin prisas que nos roban a diario.
Salva Torres
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