Javier Lorenzo
Llotja de Sant Jordi
Plaça Espanya. Alcoi (Alicante)
Del 11 de junio al 30 de julio de 2017
Es Javier Lorenzo (Alicante, 1950) artista de larga y fecunda trayectoria, como demuestran sus más de cuarenta exposiciones individuales y las innumerables colectivas en las que ha participado tras más de cuatro décadas como profesional. Toda una carrera dedicada a pintar y a crear sus composiciones, encuadres o atmósferas. En definitiva, a dar vida dentro del cuadro. En cuanto a su relación con Alcoi, cabe reseñar que anteriormente expuso en la Galería Crida (1978) y en el Centre Cultural (1991), por lo que nos encontramos ante la tercera ocasión en la que la obra de Javier Lorenzo se muestra individualmente en esta ciudad, en una sala de enorme personalidad como es la Llotja de Sant Jordi.
Y es precisamente esta localidad la que, desde el siglo XIX, ha llevado a lo más alto del panorama artístico su renombrada escuela de pintura, a través de unas prolíficas generaciones de artistas locales iniciadas con Antonio Gisbert -que llegó a ser director del Museo del Prado y cuya obra ‘Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga’ sirvió de imagen de la exposición ‘El Siglo XIX en el Prado’- junto con Plácido Francés, Ricardo Navarrete, Lorenzo Casanova, Emilio Sala, Fernando Cabrera, Francisco Laporta y todos sus discípulos. Y ya en el siglo XX, y citados en orden cronológico, Rigoberto Soler, el arquitecto Miguel Abad Miró, Castañer, Saura, Polín Laporta, Mila Santonja, Mario Candela, Rafael Aracil, Llorens Ferri o Antoni Miró, por citar solo a unos pocos de los muchos artistas que han surgido desde la industrialización de la ciudad.
Javier Lorenzo se formó en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia; realiza sus primeras exposiciones individuales en Alicante, en las desaparecidas galerías Set i Mig y Galería 11, en 1975 y 1977. En esa primera etapa y hasta los 80, su obra se movía dentro del ámbito de la abstracción, trabajando también el collage. Generalmente, y debido a la formación académica, la trayectoria de un artista transcurre desde la figuración hasta la abstracción a través de la reducción de elementos, colores o formas pero, en esta ocasión, una vez que Lorenzo llega a esa forma de expresión artística -final del camino para muchos creadores y punto de no retorno-, vuelve nuevamente a la figuración. Un paso a la inversa, apoyado por una vuelta al objeto y a su realidad cotidiana, temáticas con las que el autor se siente cómodo.
Para este pintor, que afirma que no se considera artista, cada cuadro es un reto y alterna tres o cuatro obras a la vez para jugar con los tiempos de secado. Su producción anual no excede de más de seis u ocho obras. En sus composiciones utiliza preferentemente el formato cuadrado o el cuadrado áureo, basado en la teoría de la proporción áurea del matemático italiano Leonardo de Pisa, Fibonacci (c-1175- c.1250) y de cuya aplicación han resultado obras consideradas técnicamente perfectas como el ‘David vencedor de Goliat’ (c.1610) de Caravaggio, ‘Las Meninas”'(1656) de Velázquez, ‘Construcción en rojo y ocre’ (1931) de Joaquín Torres García o la ‘Leda atómica’ (1949) de Dalí, entre otras muchas; por tanto, un formato muy utilizado a lo largo de las diferentes etapas de la Historia del Arte.
Una mirada al pasado nos descubre que, por un lado, el secado más lento y la posibilidad de realizar correcciones junto con una mejor conservación del color, contribuyeron a que los pintores flamencos de finales del siglo XIV y principios del XV se decantaran por la técnica del óleo frente al fresco o el temple. Por otra parte, desde el siglo XVI y por influencia de los pintores venecianos, se va a utilizar la tela como soporte porque ofrece una serie de ventajas frente a la tabla, entre ellas el menor precio y peso, así como la posibilidad de realizar obras de mayor tamaño sin necesidad de recurrir al encolado.
Y precisamente Javier Lorenzo, pintor de oficio aprendido a lo largo de los años y con un excelente dominio de la técnica, trabaja con maestría el óleo aunque también se ejercita en el dibujo y la acuarela. Mezcla el color en la paleta y lo aplica una vez que ha conseguido el matiz que busca. Utiliza veladuras, superponiendo capas de colores oscuros sobre otras opacas más claras, hasta seis o sietes capas de veladuras, con las que consigue dar sensación de luminosidad, densidad, profundidad y transparencia a su pintura y captar la atmósfera de la obra. La calidad del resultado es indudable.
Le gusta leer poesía y busca la inspiración en el simbolismo de Arthur Rimbaud (1854-1891), el lenguaje desnudo y coloquial de Jaime Gil de Biedma (1929-1990) o el misticismo de San Juan de la Cruz (1542-1591). Entiende sus creaciones como un poema al que va quitando elementos hasta depurar cada obra, invitándonos a descubrir el entorno que le rodea: retratos, paisajes, flores o pequeños detalles que captan su atención. Con un trazo minucioso y un rico y variado cromatismo crea composiciones extraordinariamente realistas. El resultado nos muestra la sabiduría pictórica, la precisión y el buen hacer de un Javier Lorenzo entendible y cercano.
Temáticamente, y en un primer grupo de obras, se encuentran pequeños objetos, animales o flores que le acompañan en su quehacer diario. Le interesan las transparencias del vidrio y el agua así como la refracción de la luz en esos jarrones que acogen pequeños ramos de rosas o claveles o incluso una única flor que atrae la luz y centra el foco de atención del espectador. El resultado es aparentemente sencillo pero no está exento de dificultad, pues requiere un estudio previo del espectro cromático, de la refracción y descomposición de la luz blanca, natural o artificial, así como de las variaciones que produce al traspasar el vidrio, de las distintas sombras que refleja y que contribuyen tanto a modelar los objetos como a crear el volumen de la obra.
Otro grupo temático lo conforman sus paisajes, rurales o marinos, inspirados en los lugares por los que camina, entornos que siente próximos y en los que se recrea. Busca dejar constancia de un momento determinado de luz o cualquier variación atmosférica. Recuerdan la obsesión de los pintores a plein air por captar el momento, de detenerlo, como si de una fotografía se tratara.
Artistas que comenzaron a salir al exterior -mayoritariamente desde mediados del XIX- a tomar sus apuntes del natural, interesados en apresar cualquier cambio atmosférico y que nada tenían que ver con las obras realizadas en el interior de un estudio. Como podemos ver en estas pinturas, el sol cegador de mediodía, un chubasco, el atardecer, un paisaje nevado o la variación lumínica de cada estación acaparan el interés del autor, que consigue plasmarlos en sus lienzos con una excelente aplicación de las veladuras, en un alarde de técnica y con una gama cromática muy rica en matices en la que dominan los azules, verdes, ocres o grises.
Sobresale el tratamiento que da a los celajes: nubes, nubarrones, nieblas, neblinas, lluvia, chubascos o cielo raso, con el máximo de luminosidad, se abren paso sobre esos caminos que llevan al infinito, resultando así composiciones de profundas perspectivas. La armonía entre luces y sombras crea en nuestra mente la misma sensación que la luz verdadera.
Quizás el Javier Lorenzo más reconocible lo encontramos en las composiciones en las que aparecen sus protagonistas, mayoritariamente de espaldas, que pueden dar la sensación de enigmáticas figuras dentro de la obra pero son, precisamente, las personas que tiene más cerca: su familia, amigos o él mismo. Todos retratados de espaldas y en diferentes paisajes. Pinta a las personas de su entorno, las que le acompañan en el trascurrir de la vida y las que, por medio de la postura, juegan a introducir al espectador dentro de la obra porque tienen el mismo campo de visión haciéndonos así partícipes del paisaje y de las actividades que están realizando.
Para el autor son como las figuras secundarias de las grandes composiciones manieristas que aparecen de espaldas y acaparan el foco de luz de la obra. De la mano de Javier Lorenzo nacen retratos íntimos y personales, de rico colorido. En unas ocasiones, los fondos son planos y brillantes, monocromos, en los que el recurso de la gradación cromática o una pequeña sombra dotan a la obra de sensación de profundidad. En otras ocasiones, las figuras forman parte de una gran atmósfera, como ya hemos comentado anteriormente al hablar de los paisajes, pero todas las obras tienen la impronta de este pintor alicantino.
Podemos encontrar algunas semejanzas con las obras del gran artista del romanticismo Caspar David Friedrich (1774–1840), dotadas de lirismo y evocación, con enorme carga simbólica y alegórica. El pintor alemán presenta a sus personajes frente a la inmensidad de naturaleza, con un amplísimo campo de visión que se extiende hacia el infinito.
En definitiva, las obras de esta exposición transmiten oficio, técnica depurada y expresión profunda e íntima de sentimientos y emociones, plasmados a través de la pintura de Javier Lorenzo.
Pilar Tébar
Associació Valenciana de Crítics d’Art
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