Las cosas de palacio | Salva Torres
‘Patrimonio nacional’ (1980, producción | 1981, estreno en España)
MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2021
Hay dos elementos, suscitadores de la máxima atracción humana, que constituyen el motor de la narración de ‘Patrimonio Nacional’: el dinero y el sexo. El dinero, como emblema del poder asociado al Palacio de Linares (donde se rodó la película), adonde llegan el marqués José de Leguineche (Luis Escobar) y su hijo Luis José (José Luis López Vázquez), tras su exilio en las afueras de Madrid resguardándose del franquismo. Y el sexo, en tanto obsesión manifestada en todo momento por el hijo lujurioso del marqués, vinculado con el inherente a las propias relaciones de pareja.
El Palacio de Linares, ocupado por la condesa Eugenia de Lantagón (Mary Santpere), será el objeto de deseo del marqués de Leguineche, que quiere recuperarlo para vivir de nuevo los tiempos pasados como aristócrata. Tiempos ya marchitos, por cuanto ahora, en plena democracia, lo que manda es otra cosa: “La aristocracia, Pepón, eso es cosa de museos”, le dice al marqués su amigo y diputado Jerónimo Solchaga. “La política y la banca, eso sí que son hoy aristocracias”, añade.
De manera que para recuperar el Palacio y, con ello, la aristocracia perdida, el marqués de Leguineche y su hijo Luis José tienen que vérselas con Eugenia, esposa y madre de ambos, respectivamente, que los repudia: “Como sois unos rojos, esta planta no la pisaréis porque es zona nacional”. Es más: la condesa niega a su marido, a quien da por muerto al irse del lecho conyugal hace 30 años, y al hijo (“yo no tuve un hijo, tú eres tan solo un aborto”, le espetará).
El dinero, ya sea como fuente de poder o como medio para la simple supervivencia, es motivo de sucesivas peripecias en la filmografía de Luis García Berlanga. Lo mismo sucede con el sexo. Dinero y sexualidad que en el universo berlanguiano adquieren matices singulares, que conviene ir detallando. Así, frente a la aristocracia venida a menos, la consecución del dinero necesario para revitalizar un palacio en estado de abandono se antoja acuciante. Por eso el marqués y su hijo no dudan en incapacitar a la condesa: “Mi mujer está desequilibrada”, le dirá al notario, que quieren levante acta de esa incapacidad.
Y, vinculado al rango monetario, cierto desapego emocional, que el filósofo Georg Simmel, en su ‘Filosofía del dinero’, describe así: “El dinero es la cosificación del intercambio entre las personas, la encarnación de una función pura”. Escuchemos, siguiendo la estela de estas palabras, la conversación entre el marqués, su sobrino Álvaro (José Luis de Vilallonga) y el director del banco al que acuden para solicitar el dinero de la incapaz Eugenia:
(Álvaro): –Ya te habrá contado mi tío lo que está pasando con mi tía. Es una cosa muy desagradable, por no decir una tragedia.
(Banquero): –Es muy doloroso, porque la incapacitación es siempre un drama y más si se trata de un ser querido.
(Marqués): –Duele, duele.
(Álvaro): –Sí, duele, duele, pero es absolutamente necesario, porque la opinión del consejo de familia ha sido unánime y hay que seguir adelante con la cosa.
Con la cosa, sin duda, porque la consecución del ansiado dinero pasa por la cosificación de unas relaciones humanas basadas en el interés, no en su acepción latina de interesse (lo que importa), sino en esa otra relacionada con la utilidad y el provecho. Más que importar, al marqués, a su hijo y a Álvaro les interesa aprovecharse de la incapacitación de Eugenia para sacarle rédito al palacio. Cosificación de un intercambio basado en la desconfianza que se profesan los miembros de esa familia y que amenaza con su destrucción, en paralelo al del casón tantos años desatendido.
“Sin la confianza general que la gente tiene en los demás, la sociedad se desintegraría”, resalta Simmel. Camino de esa desintegración va el palacio de los Leguineche, en cuyo interior reina la más absoluta desconfianza entre la condesa, el marqués y su hijo, quien duda incluso de su progenitor, de ahí la pregunta que le formula a Nacho (Alfredo Mayo), amante de su madre: “Siempre he tenido una duda. ¿Yo soy hijo tuyo o de mi padre?”. “Qué tontería, el caso es que tú eres hijo de Eugenia y, por lo tanto, como si fueras mío”, responde aquel.
También el sexo es objeto de la misma imposibilidad para trabar lazos de confianza entre los miembros de la pareja. Eugenia repudia al marqués por haberle abandonado hace 30 años y Luis José a su esposa Chus (Amparo Soler Leal), porque el matrimonio le inspira ya una desconfianza que es mutua. “¿Y la besa? Si es su mujer, ¿por qué la quiere tanto?”, dirá Luis José, viendo el cariño que Álvaro le profesa a Solange, su esposa francesa, a la que no dejará de asediar para acostarse con ella.
La sexualidad de Luis José, acosando primero a Solange y después a la sueca Amelie, amiga del diputado Solchaga, se basa en la misma cosificación, abordando a las mujeres como cuerpos para satisfacer su placer imaginario. “Yo cuando era pequeño lo veía todo desde aquí. Y cuando había una fiesta, mirando a las mujeres, yo…”, le confiesa a su primo Álvaro haciendo el gesto de la masturbación. “Ah, y además onanista”, subraya este. “Mucho, mucho… Es sanísimo. Prueba, prueba, así las mujeres ya…”, concluye Luis José.
Así las mujeres sobran, quiere decir. O estorban, porque, aunque deseadas –y esto es algo que atraviesa la filmografía de Berlanga–, el acto sexual o resulta imposible de acometer o acaba adquiriendo la forma del fetichismo que lo reemplaza. El Palacio de Linares se erige así en metáfora del espacio donde esa aristocracia se descompone, como se descompone la familia, por la incapacidad de sus miembros para establecer ligazones simbólicas, más allá de la mutua desconfianza que los cosifica.
De ahí el lógico final, con el marqués de Leguineche y su hijo Luis José asumiendo el papel para el que parecían predestinados. Recuerden: “La aristocracia, Pepón, eso es cosa de museos”. Y así acabarán ambos, como figuras de cera de un palacio convertido en Patrimonio Nacional, a modo de museo para turistas extranjeros que acceden a sus estancias con el fin de revivir lo que fue el pasado glorioso de una aristocracia finiquitada. Las palabras del guía turístico (Jaime Chávarri) así lo acreditan: “Marqués of Leguineche and son. End of the saga”.
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #04 | Centenario Berlanga (junio de 2021).
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