‘Las torres del olvido’, de George Turner
Ediciones B (1987)
Vivimos tiempos extraños. Sumidos en la deriva perversa de una normalidad que, pasado casi un año desde que esto empezó, parece muy lejana e irrecuperable. Vamos por la calle embozados como bandoleros, en los centros deportivos no está permitido ducharse y los parques infantiles son terreno prohibido. Estado de alarma, toque de queda, cuarentena, pandemia… Palabras y expresiones que parecían desterradas del diccionario invaden el habla.
Mientras lo cotidiano degenera en distopía, nos asaltan múltiples ficciones distópicas: apoteosis del apocalipsis. Hay quien por eso detesta las distopías imaginarias y prefiere pastar en otros prados. Opino que se equivocan, porque asomarse al porvenir, aunque no ofrezca una visión agradable, es buen entrenamiento para afrontar lo que tal vez nos aguarda.
Si se trata de adentrarse en un futuro a medio plazo la mejor guía es ‘Las torres del olvido‘ (Ediciones B), de George Turner, una visión plausible y certera de cómo puede ser el mundo a mediados de este siglo concebida por el autor en los 80. Un mundo diseñado por los malignos efectos combinados del cambio climático, un Estado totalitario, el colapso del mercado laboral, la crisis del sistema financiero y un virus cuyo efecto puede ser peor que la muerte.
¿Un profeta, un vidente, un viajero del tiempo? George Turner (Melbourne, 1916-1984) no fue nada de eso. Pero tras leer su novela llegas a pensar que la escribió en una especie de trance, bajo el influjo de una inteligencia superior que le mostró la espantosa faz del mañana. Yo la he leído tres veces con intervalos de varios años (la última vez estas Navidades) y, como contumaz lectora del género, certifico que ‘Las torres del olvido’ (cuyo título original es ‘The sea and the summer’), al igual que todos los clásicos, es un extraordinario filón arqueológico.
A medida que excavas en él, encuentras tesoros más y más raros y valiosos. Una amena historia de intriga y aventuras, pero también una profunda reflexión acerca de la especie humana, de sus logros, errores y miserias. “Debemos planificar a cinco años vista, a 20 y a 100 años”. La frase del virólogo y premio Nobel australiano Sir Macfarlane Burnett resume el mensaje que Turner formula en clave de ficción.
Más allá de su capacidad profética se trata de una espléndida novela. Una obra de plena madurez, Turner la escribió a los 60 años, que refleja el acervo de un pensador humanista de saber enciclopédico. Un hombre de vasta cultura que enriquece su relato con digresiones y referencias esenciales sobre historia, economía, artes escénicas, etcétera. Capaz de retratar la naturaleza humana y los conflictos entre el individuo y la sociedad. Su visión del futuro es terrible pero encierra un mensaje de esperanza.
La acción transcurre entre los años 2041 y 2061 en Melbourne (Australia), aunque la novela arranca mucho después, cuando un dramaturgo en busca de inspiración y una historiadora visitan las ruinas de las gigantescas torres medio inundadas en la bahía de Melbourne. Es el escenario en el que se sitúan los personajes, cuyos avatares se narran a través de cinco voces, creando un efecto envolvente que te transporta a un mundo paralelo.
Las torres son guetos donde se hacinan las dos terceras partes de la población dependientes de las ayudas del Estado. Son los llamados ‘infras’. A diferencia de los antiguos siervos y esclavos, no están obligados a trabajar hasta la muerte, sino abandonados en una indolencia embrutecedora y destructiva. Sin ninguna posibilidad de redención.
El resto, los ‘supras’, disfruta de sus privilegios de clase superior mientras son de utilidad al Estado, pues en cualquier momento pueden ser desterrados del paraíso.
Es lo que le ocurre a la familia Conway cuando el padre, incapaz de afrontar su despido, se suicida. La madre y sus dos hijos son arrojados a las tinieblas exteriores y allí descubren lo que realmente significa ser ‘supra’ o ser ‘infra’. Lo hacen a la sombra de Billy Kovacs, el jefe de la torre 23, un personaje fascinante que se mueve en la ambigüedad moral, igual héroe que villano, al estilo de John Silver o Tony Soprano. Al final, ambos hermanos se ven involucrados en relación a un virus de laboratorio que provoca efectos nefastos.
En la visión de Turner no hay móviles ni drones y sus referencias a innovaciones tecnológicas son escasas. Pero con habilidad de gran narrador construye una atmósfera creíble de gran realismo. Cuando lees sus descripciones de las torres y sus habitantes sumidos en una ociosa mugre, te imaginas los rascacielos de Benidorm medio inundados por el mar e invadidos, no por bandadas de turistas, sino por hordas de desdichados descartados del sistema. Todos aquellos a los que no fue posible vacunar.
Hay en esta historia excelente material para una serie o película y ahora que la cienca ficción ha recuperado el vigor, gracias en parte a las firmas femeninas, sería oportuno que se reeditara. De momento, se encuentra en Amazon y algunas librerías de lance. Antes de acabar, una cuestión inquietante: ¿No es curioso que Turner falleciera, precisamente, en 1984? Tal vez fue, en realidad, un visionario, un profeta, un viajero del tiempo.
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