‘Leto’, de Kirill Serebrennikov
Con Irina Starshenbaum, Teo Yoo y Roman Bilyk
Rusia, 2018
Hacía mucho tiempo que no veía una película musical tan interesante como ‘Leto’ (y, para colmo, en el cine); supongo que en la recta final de desaparecer de la cartelera fílmica, puesto que este tipo de pelis generalmente duran cuatro telediarios. Por supuesto, el visionado fue en un cine no comercial; ya sería raro toparse con un film tan alejado de estereotipos, tan transgresor y tan alternativo en una de las grandes salas.
Y es que ‘Leto’ es pura imaginación, pura creatividad e ingenio y, lo mejor, pura contracultura underground. Su director, Kiril Serebrennikov, analiza la escena musical rocanrolera rusa de principios de los 80, en los años previos a la Perestroika y de la caída del Comunismo, a través del romance juvenil de Natacha con dos líderes de dos bandas musicales pioneras y míticas de aquella época –por una parte, Mike Naumenko, con la popular Zoopark, y, por otra, los inicios de Viktor Tsoi al frente de Kino–.
Toda la cinta, rodada en blanco y negro, sorprende ocasionalmente con contrastes de color en escenas ficticias y alegóricas, sobre todo cuando los personajes interpretan en circunstancias cotidianas a clásicos rocanroleros de la talla del ‘Psychokiller’ de Talking Heads, ‘The Passenger’, de Iggy Pop, o ‘Perfect day’, de Lou Reed. Seguramente esos detalles son los que, principalmente, consiguen pillar desprevenido al espectador y, al mismo tiempo, mantenerlo en vilo.
En este relato generacional resulta muy interesante comprobar, también, cómo se descubren y fusionan en el tiempo antecedentes musicales como Sex Pistols, Lou Reed, Marc Bolan, Blondie… coincidiendo el punk con el glam y la new wave, algo que puede evocar lo sucedido en los estertores de la dictadura franquista y de la posterior transición democrática en España. Al mismo tiempo, se describe brillantemente la represión y un desprecio del rock por parte de cierto sector conservador, cual si fuera una mala influencia del enemigo ideológico y político. Los jóvenes se defienden con rebeldía y con la misma postura, alegando que solamente es música.
Por cierto, es tan apabullante el constante fumeteo que es muy posible que al finalizar se resientan incluso los pulmones del espectador o, como mínimo, haya ansia de encederse un pitillo. Quede claro que ‘Leto’ no es una oda al cine perfecto, pero seguramente en su imperfección está uno de sus mayores encantos.
Juanjo Mestre