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‘Crossing’, de Levan Akin
Con Mzia Arabuli, Lucas Kankava y Deniz Dumanli, entre otros
105′, Coproducción Suecia-Dinamarca-Francia-Turquía-Georgia, 2024
–¿Qué le dirás si la encuentras? –Se dispara la pregunta seca, dolorosa. Un plano/contraplano refleja las dudas, el miedo.
–No lo sé.
Y colores rojos y amarillos inundan la habitación. Como un cruel semáforo que ha olvidado el verde y jamás permitirá avanzar. Pero el día siguiente llega y el viaje continúa, con colores o sin ellos.
‘Crossing’, la nueva obra de Levan Akin (director de la exitosa ‘And then we danced’), ofrece un camino tortuoso y árido, pero persistente y repleto de afecto. Con una eterna cámara inestable se construye una queer road movie que huye de los dramatismos.
Humana, cercana. Sin olvidarse de reflejar la realidad, que no de construirla. Porque esas historias han estado siempre ahí, ocultas por las telas tránsfobas y homófobas de la sociedad. Suena música turca y, bailando, Akin las aparta.
Tanto en ‘And then we danced’ como en ‘Crossing’ el baile se posiciona como lenguaje vital para tus metrajes. ¿A qué se debe la elección de este arte?
Pienso que cinematográficamente es algo muy divertido, puedes expresar mucho sin tener diálogos. Es como el sexo, el canto… En esta película el baile tiene una función narrativa, pero además creo que es algo muy bonito de ver.
La ciudad de Estambul es, sin duda, un protagonista más de ‘Crossing’, con sus callejones, sus esquinas, sus casas… ¿Por qué esta ciudad?
Para mí, el entorno en el que la gente se encuentra da un contexto a por qué las personas son como son. Y Estambul es un espacio muy específico. Cuando estaba investigando para ‘And then we danced’, algunas de las mujeres trans con las que trabajé me decían que iban a Estambul a trabajar, lo que me dio una semilla para ‘Crossing’.
Creo que Estambul es una ciudad que se mueve constantemente, que va y viene. Es un sitio donde puedes ser lo que eres porque nadie te conoce; puedes desaparecer. También la elegí porque me encanta la música turca y era una oportunidad para ponerla. Estambul es una ciudad que me encanta.
Los planos de ‘Crossing’ nunca se fijan del todo…
Con mis dos últimas películas quiero crear un sentimiento de movimiento, una sensación de algo directo, como el cinéma vérité. Buscaba que tuviera aspecto de documental, por eso uso lentes de zoom. Con mis largometrajes me gusta esa sensación de que captas algo en el momento. Estás como una mosca pegada en la pared, muy neorrealista.
Los gatos parecen acompañar a tus protagonistas. ¿Qué esconden estos felinos?
En ‘And then we danced’ hay una foto de un gato en la pared. Ese es mi gato, es muy guapo. Me encantan los animales. Soy activista para los derechos de los animales desde los 15 años. He sido vegetariano y desde hace doce soy vegano: no solo con la comida, con todo en mi vida. Me encantan los gatos y en Estambul hay gatos por todas partes. Bendicen realmente la película.
Hay una escena en el hospital donde un gato se sube al regazo de la protagonista. Eso pasó en el momento, sin guion. Porque hay gatos en el hospital, en las casas, en las calles, están por todos sitios. Se acercó y se posó ahí y me pareció muy bonito. Hay otra escena con unas escaleras donde se acerca otro gato a la protagonista. Ella va como una leona y parece que el gato lo puede ver e incluso piensa “ella es otro gato más”.
‘Crossing’ comienza con un texto explicando el uso de la cursiva en sus subtítulos. Aclara que el georgiano y el turco son lenguas neutras en cuanto al género. ¿Temes que este efecto se pierda ante públicos que no controlen estos idiomas?
Sí, creo que se puede perder, pero da mucho contexto, que es lo importante. Tienes la información. Yo soy una persona muy curiosa y me hubiera gustado saber esos detalles si viera la película desde fuera.
Por norma general, las películas queer se han visto envueltas por la tragedia, por la tristeza. En ‘Crossing’ se navega por esas aguas, pero no cae en dramatismos y acaba ofreciendo una película positiva…
Creo que es una terapia para mí. Soy algo nihilista. Creo que todo es una mierda, que el mundo es una mierda. Tengo que recordarme a mí mismo y a los espectadores la amabilidad entre la gente. No quiero hacerlo de manera nihilista.
‘Crossing’ está ambientada en algo real. Al final es esperanzadora, pero no es ingenua, ni es naif. Hay que recordar a la gente los pequeños gestos solidarios que podemos realizar. Creo que mis películas son un reflejo de mí mismo, cómo veo el mundo, cómo quiero ser…
Me encanta la gente, eso se ve en la peli. Me gusta encontrar personas específicas y compartirlas con el mundo. Encuentro personas tan interesantes… Si nadie las plasma, nadie sabrá que existen. Me gustaba mucho John Waters cuando era joven y él siempre encontraba a esas mujeres maravillosas y las compartía con el mundo. Es muy importante.
¿Confías en el cine como herramienta social para, de alguna manera, ayudar a miembros del colectivo –y a la sociedad en general– con obras como esta?
El cine no puede tener esa responsabilidad. No es mi responsabilidad como director. Sin embargo, el arte tiene un poder. Creo que las imágenes influyen sobre la gente, influyen en nuestras vidas. Como los libros, las historias.
La humanidad se basa en contar historias, como con la religión, por ejemplo. Hay que colocar las cosas en un contexto. En ‘And then we danced’ se dio una respuesta directa. Creó mucho revuelo en Georgia y ayudó a inyectar determinados temas a las conversaciones.
Pienso que lo más importante en el cine es presentar caras. Poner cara a los problemas. Entonces se convierte en algo específico. En cuanto ves a alguien y es el nieto de alguien, la nieta de alguien…, es algo distinto. Es algo que marca a la gente.
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