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‘Tótem’, de Lila Avilés
Reparto: Naíma Sentíes, Montserrat Marañon y Marisol Gasé, entre otros
95′, México, 2023
Estreno: 1 de marzo de 2024
Tras un breve paso por el campo del documental, la carrera de la realizadora mexicana Lila Avilés despegaba en el panorama internacional con su primera ficción, ‘La camarista’, una aproximación al mundo de las empleadas del servicio de habitaciones de un hotel de lujo en Ciudad de México. Con gran economía de medios materiales y estilísticos, Avilés lograba que el espectador entrara en la intimidad de un mundo ajeno a las portadas de los periódicos y noticiarios de la actualidad.
Pero para eso está el cine: para contar aquello en lo que nadie se fija, aquello que solo se puede contar desde la misma ficción; y hacerlo desde un punto de vista humano. En ese primer trabajo, Avilés lograba no solo exponer las condiciones laborales de estas profesionales, sino dar cuenta de una compleja trama de relaciones donde, con frecuencia, la explotación se produce entre los mismos compañeros.
Esa búsqueda de lo íntimo parece ser la guía que ha inspirado su segundo largometraje. En ‘Tótem’, Avilés nos cuenta la historia de Sol, una niña de siete años que, acompañada de su madre, visita la casa de sus tías para celebrar el cumpleaños de su padre, un hombre joven que padece una enfermedad terminal que lo tiene postrado en la cama.
Hechas las presentaciones, a lo que vamos a asistir en los 90 minutos que dura la cinta es a los preparativos de esta fiesta, una leve excusa dramática que sirve a la directora para realizar un retrato profundo, casi antropológico, de una familia cualquiera del México contemporáneo.
Avilés nos ofrece, de nuevo con gran habilidad y economía de recursos, un crisol de personalidades a cada cual más dispar y, al mismo tiempo, muy reconocibles por el espectador: Alejandra, la tía aficionada a la adivinación y el esoterismo; Nuri, más racionalista, pero igualmente desubicada en la vida; Cruz, la asistenta que sostiene el orden de la casa o la fidelidad de los viejos amigos, etc. Todo ello sumido en un proceso de duelo ante la evidente proximidad de la muerte.
En medio de estas idas y venidas de sus personajes, la pequeña Sol tratará de desentrañar qué está sucediendo. Preguntas que formula casi en silencio, que se adivinan en la expresión de una mirada, una sutil reacción en respuesta a una conversación entre adultos que parecen ignorar su presencia, como si ellos, los niños, no pudieran entender.
Pero los niños sí entienden. Como nos dice Avilés en esta entrevista, de nuevo un espacio (un hotel en ‘La camarista’, aquí la casa familiar) sirve de centro –pulmón– de la trama. Espacio físico, pero también espiritual, templo donde se dirime lo espiritual y lo mundano, de ahí viene lo del tótem.
¿Por qué ‘Tótem’?
Pues mira, ‘Tótem’ ha tenido un recorrido muy lindo. Ya ha pasado un año [desde que se estrenó internacionalmente en el Festival de Berlín] y hemos tenido la suerte de estar en muchísimos países. Y ha sido una locura porque en cada uno de esos países me han dicho lo que ellos vieron de ese tótem [risas].
En ese sentido, me parece una genialidad porque hay mucha diversidad de perspectivas. Por mi parte, a mí me gustan mucho estas palabras que pueden significar otras cosas, esas palabras que funcionan más como un talismán, que pueden ser infinidad de cosas. Por otro lado, me gustaba mucho la relación entre el ritual, entre lo que significa la celebración, y estos tótems que todo el mundo conoce –australianos, canadienses, indomejicanos, celtas, etc.–, que, de alguna forma, representan esta comunión de la tribu y de la familia con su parte animista.
Es decir, que no vamos solitos, que somos parte de un todo, que los humanitos nos vamos y ya. Está la naturaleza, esta energía, que no es que digamos «¡ay, qué místico!», pero que sí hay un campo electromagnético, si lo queremos llamar así, que nos rige, que está ahí, palpable, y que, de alguna forma, nos conecta.
Esta conexión aparece en estos momentos más frágiles, como en el caso de ‘Tótem’, donde se produce una celebración. Son esos momentos en los que uno se encuentra a flor de piel. Esos momentos pasionales, al límite, en los que uno está a veces más sensible y, al mismo tiempo, más abierto.
Durante la promoción del filme, has sugerido la idea de que tus dos películas despegan desde un único espacio físico en el que se desarrollan una serie de sucesos. Aunque es algo más abierto en ‘La camarista’ que aquí, ambas películas comparten esa idea del espacio como algo más que un escenario. A la hora de construir tus historias, ¿empiezas por ese espacio o es la historia la que te empuja hacia él?
En el caso de las dos películas, ambos elementos van como en comunión. Con ‘Tótem’ sí sabía que, en su idea más primaria, quería hablar de la casa, cómo habitamos la casa, cómo nos habitamos a nosotros mismos… En ese sentido, sí había algo de esa arquitectura, como que, desde que empecé a escribir, no se me podía olvidar que quería preservar ese sentido de una casa habitada.
Desde el diseño de arte, desde el mobiliario, realizado por Nohemi González, buscábamos trasladar ese paso del tiempo en el que a veces te dejas llevar por la belleza. Al mismo tiempo, con el fotógrafo Diego Tenorio buscábamos también como este vaivén, esta danza dentro de esta casa. Es decir que, obviamente, sí, todo fue junto, como pegado.
No quiero ser la directora de una sola locación [risas], quiero quitarme ya esta etiqueta, pero creo que algo lindo de mi camino es escapar de esto que me pasa también como espectadora, y es eso de que, como diríamos en mexicano, a veces en una película ves “mucha crema en los tacos”. O sea, muchos juegos artificiales, pero poco núcleo. Siento que hay algo lindo del camino que he tenido con estas dos películas y es que empecé desde dentro.
La película tiene un personaje masculino central que sufre el conflicto que sostiene la trama: una enfermedad terminal. Pero ‘Tótem’ se articula, sobre todo, alrededor de los personajes femeninos. En ese mundo femenino, me parece destacable el empeño del filme por evidenciar la intimidad de lo cotidiano. Hay muchos elementos: una copa de menstruación, el momento en el que el personaje de Alejandra está usando un aparato para los glúteos… ¿Qué tiene para ti de discursivo, de elemento narrativo, ese aspecto cotidiano?
Digamos que yo, en mi vida normal, soy bastante equitativa, no tengo este rigor de “solo con mujeres”. Tengo amigos maravillosos, gente que quiero mucho. Yo creo mucho en el ying y el yang [risas]. Pero también hay algo de mi educación, del hecho de ser mamá, del hecho de que siempre he estado rodeada de muchas mujeres. Y, de alguna forma, así se gestó también en la película, pero de una forma natural y no impositiva.
Es como esta pregunta que te hacen a veces: «¿Por qué eres mujer directora?». Pues porque lo soy, porque forma parte de lo que respiro y vivo desde que nací. Obviamente, hay algo ahí. También hay algo más profundo en la cultura mexicana en la que hay una ausencia absoluta del padre. Yo creo que es uno de los países donde más se quiere a la madre y menos se quiere a la mujer. Ahí hay una cuestión machista con la que no comulgo y con la que no me siento identificada.
Hay un elemento, que también aparecía en tu primera película, que nos remite a la presencia de la inocencia o de una cierta mirada inocente. En ‘La camarista’, la protagonista es alguien que, aunque ya tiene una cierta experiencia vital, se muestra desprotegida respecto al mundo laboral al que se enfrenta. Aquí hay una niña cuya visión del mundo de los adultos también va a sufrir un proceso de cambio, de maduración.
Yo creo que lo lindo de la vida es que cada quien, desde su propio lugar y su proceso, tiene sus momentos de enseñanza. Y creo que esos momentos de identificar algo, de entender algo, incluso algo que no nos gustó o algo que hicimos, son momentos de mucha belleza. Y no porque los otros te lo digan, sino porque hacer esa reflexión es muy bonito.
Y, a veces, esas reflexiones vienen de la forma más primaria. No es como estas cosas moralistas de “¡ah, y esta es la enseñanza!”. Es algo más profundo, casi un cambio químico, un cambio, sí, celular, como un cambio de piel, que creo que es muy bonito. Cada quien tiene su nombre: Elila, Gerardo, etc. Pero esos nombres van cambiando también, y esa transformación, ese paso del tiempo, creo que es muy bello.
La película también sugiere un examen sobre la clase media de tu país, que parece que se encuentra en crisis. ¿Había una intencionalidad de examinar esa situación social e, incluso, política?
Mira, fíjate que yo quería huir de esa parte a nivel social. En mi primera película, ‘La camarista’, hay una postura más social y más política. Y en esta creo que lo que es lindo es que quise huir un poquito de ahí. Creo que es algo que se dio naturalmente. Obviamente, necesitaba que la casa no fuera tan pequeñita para que me ayudara a moverme un poquito más.
Pero con esta película nunca busqué una parte intelectual. Obviamente, claro, es clase media. En México la clase media es… nada. Una cosa que me han dicho es que en México, a veces, la clase media es retratada de forma poco diversa. Y en algunos casos, por comentarios que he recibido, parece que les ha gustado este acercamiento. Pero a mí lo que me parece lindo de la película es que tuve la posibilidad de rebasar ese estigma.
O sea, como que no importa el estatus social. Así sea la casa más pequeñita, de lámina, siempre va a haber una familia y siempre va a haber cierta capacidad para hacer una fiesta, aunque sea con frijoles y refrescos. No importa qué seas, siempre hay una posibilidad de comunión y de celebración. Siento que esa es la parte que me gusta. Creo que eso ha sido muy lindo.
En ‘Tótem’ hay una reivindicación de los lazos y relaciones que hacemos en la vida. Está la familia, como has dicho, y la amistad sería otro elemento de ese nudo que se presenta. En un momento en el que la familia nuclear parece ponerse en cuestionamiento, hay en tu película un cierto homenaje hacia ese apoyo que nos ofrece en caso de necesidad.
Yo creo que eso es algo muy lindo de la película, que nos damos cuenta de que no vamos solitos. Es decir, a cualquiera que haya vivido un proceso de duelo, así sea hasta de tu gatito, tu perro, se le trastoca el universo, te vas al abismo. Entonces, hay algo muy bello de esos procesos de duelo, que para el que lo está viviendo son hiper dolorosos, físicamente horrorosos, pero que al final también son una oportunidad para los amigos, para la familia misma.
Son regalos. Y cada quien lo vive desde su propio lugar. Entonces, creo que esa comunidad no se nos puede olvidar, y eso es algo que también pretendía con la película. Obviamente, hay algo sobre el duelo ahí implícito, pero también sobre abrazar la vida como es, tan bella y tan banal. La vida es perfecta en su simpleza.
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