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‘Lo carga el diablo’, de Guillermo Polo
Reparto: Pablo Molinero, Antonia San Juan, Mero González, Isak Férriz, Manuel de Blas
Fotografía: Pablo G. Gallego
Dirección artística: Carla Fuentes
Película inaugural de Cinema Jove
39ª edición del Festival Internacional de València
Del 20 al 29 de junio de 2024
Decía Confucio que una familia es fuerte e indestructible cuando se halla sostenida por cuatro columnas: un padre valiente, una madre prudente, un hijo obediente y un hermano complaciente. De ahí que la familia que sirve de arranque e hilo conductor de ‘Lo carga el diablo’, la película de Guillermo Polo con la que se inaugura la 39ª edición de Cinema Jove, sea un despropósito al estar apenas sostenida por uno de esos cuatro pilares.
De manera que, con tan escaso sostén, es lógico que la ópera prima de Guillermo Polo transite por una accidentada carretera, plena de obstáculos, por la que Tristán (Pablo Molinero) avanza desde Avilés, llevando en el maletero de su coche el cadáver de su hermano Simón (Isak Férriz) para enterrarlo, según su deseo, bajo un algarrobo en Benidorm.
Una road movie que, paradójicamente, Polo dirige con pulso firme para que tan descarriada familia pueda finalizar su viaje, no sin antes haber tenido que sortear las fragilidades propias y ajenas evocadas en el propio título del libro que Pablo quiere escribir (’En una confusa ciudad’), con escasa voluntad y menos acierto.
“Como ópera prima es un poco suicida en su planteamiento”, reconoció el director, quien ha querido transmitir el “expresionismo” del cine indie americano que tanto le gusta, pero “traído aquí”, a localizaciones de ese viaje que te puedes encontrar en España. También se ha puesto en la piel del propio Tristán, cuyas dificultades para desarrollar su novela van parejas a las del propio director para levantar su película.
“Ha sido un largo camino, en el que te da para replantearte muchas cosas a nivel creativo, incluidos los propios bloqueos a los que te enfrentas para levantar la película”, subrayando Polo su afinidad con la dualidad del propio Tristán, quien “está transmitiendo a través de las frases [que escribe para los sobres de azúcar que produce una empresa] cierto vitalismo y luego en su vida no lo pone en práctica”.
Y como todas las familias felices, según sentenció León Tolstói, son iguales, de lo que se trata en ‘Lo carga el diablo’ es de perfilar la estructura familiar contraria, porque, como agregó el autor de ‘Guerra y paz’, “cada familia infeliz es infeliz a su manera”. Guillermo Polo lo que hace es narrar esa infelicidad, o felicidad plagada de claroscuros, de tal manera que, a duras penas, pueda incluso atisbarse un fino hilo de luz al final de tan grotesco túnel.
“La familia de los Covelas [los hermanos Pablo y Simón, su madre hippie y su padre fallecido] han vivido al margen de las convenciones. Simón siguiendo los pasos de su padre. Las heridas familiares son las que los arrastran a todos ellos. Se aman y se odian”, señaló el director del largometraje, acompañado en su presentación por los actores Pablo Molinero, Mero González y Antonio San Juan, quien coincidió con el director al señalar que se trata de una película “llena de dobleces, porque los seres humanos somos contradictorios”.
‘Lo carga el diablo’ se refiere al propio viaje, en tanto aparece marcado por el peso diabólico de quien lo convoca, ya que Simón (impulsivo traficante de droga) le ha dejado como tarea a Tristán el traslado de su cadáver. La película, de hecho, arranca con esta frase de Simón que recuerda Tristán: “Mi hermano siempre decía, solo se vive una vez, pero, si lo haces bien, una puede ser suficiente”. En su caso, hacerlo bien es realizar una turbia operación, con el fin de vivir sobrado de pasta disfrutando de todos los placeres.
El dinero, que nunca falta como objeto de deseo por antonomasia en las sociedades del bienestar más exacerbado, se convierte en la causa del viaje, puesto que Tristán lo necesita para editar su libro sobre la elocuente “ciudad confusa”, sin duda la que refleja Polo en su ópera prima, con referencias a Raymond Carver o los hermanos Coen, tal y como señaló Antonia San Juan.
Esa pulsión -que no deseo- por el dinero, que une letalmente los destinos de Simón y su padre, será su mutua perdición, de la que huyen Tristán y su madre, una mujer que abandona su familia a rebufo del sentimiento libertario que propició ingenuamente el movimiento de mayo del 68. Perversos los unos e ingenuos los otros, o, por decirlo de otra manera, autodestructivos el padre y su hijo Simón, y plácidamente amodorrados en la sociedad de consumo tanto la madre como su hijo Tristán, la familia de los Covelas van tirando hacia adelante, aunque sea a torpes y peligrosos trompicones.
“El trauma es lo que une a los hermanos”, afirmará Molinero, aunque su personaje, en un “viaje muy metafísico” y bajo un “tono tragicómico, surreal y estrambótico”, vaya en “busca de sí mismo”. Gracias a ese viaje, Tristán saldrá “de su vida asentada” para terminar rompiendo “su propia coraza”. “Hay disparadores que te sacan del lugar cómodo en el que vives”, apostillará el actor.
En el fondo, el viaje le sacará, literalmente, de sus casillas, contribuyendo en ello la aparición de la joven Álex (Mero González), otra oveja descarriada que, impulsivamente, va buscando el amor del que no anda sobrada; sí va sobrada de desparpajo y de una fragilidad que termina rimando con la del propio Tristán.
Guillermo Polo compone una road movie o película de carretera por la que transitan un puñado de seres cuyas familias dejan mucho que desear. O, dicho de otro modo: precisamente porque la pulsión, a modo de energía loca, los va zarandeando de un lugar a otro, se ven incapaces de contenerla para que, ahora sí, emerja el más sentido deseo.
Polo se arriesga en su ópera prima mostrando una batería de seres que desafinan tocando las cuerdas rotas de tanta familia desestructurada. Merche (Antonia San Juan) también carga, de hecho, con su padre demente (Manuel de Blas), mientras persigue a Tristán para hacerse con el dinero de Simón obtenido con la droga. Y así sucesivamente.
‘Lo carga el diablo’ es un viaje al interior de uno mismo, allí donde las sombras de la familia obligan a un plus de lucidez para, si no despejarlas, al menos contenerlas. Para ello, nada mejor que ponerse a escribir (como hace dificultosamente Tristán) o a dirigir (como hace Guillermo Polo), con el fin de afrontar lo que está más allá de las sombras imaginarias que, desde la caverna de Platón, nos cautivan.
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