Locos años 20
Marisa Giménez Soler (historiadora del arte, comisaria y directora del Museo del Ruso de Alarcón (Cuenca)
MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20
MAKMA, Revista de Artes Visuales y Cultura Contemporánea, 2020
Hace meses que MAKMA nos adelantó que este número de la revista en papel pretendía evocar aquellos felices años 20 frente a la nueva década que se avecina. En estos días frágiles da un poco de vértigo invocar a la felicidad, esa palabra resbaladiza y esquiva que produce respeto pronunciar si se une a un tiempo que está por llegar y que, sin embargo, cuando la nombramos asociada a nuestro pasado, resuena dulce y firme, porque ya la reconocimos, porque ya la celebramos.
La Historia, en mayúsculas, nos deja rastros de premisas que analizamos con lógica inductiva, ansiosos por amortiguar incertidumbres, y nos agarramos a lo que sucedió hace ahora un siglo, apropiándonos de referencias que, auguramos, puedan volver a redimir este periodo triste.
“Los locos años 20” pasaron a nuestro imaginario colectivo como “dorados”, “maravillosos”; a mí me gusta más lo de “locos” porque, tras sufrir un drama con tantos millones de muertos, como fue el de la I Guerra Mundial, y, poco después, soportar el azote brutal de la gripe (mal llamada española), el concepto de felicidad tuvo que llevar implícito, en esa época, matices de trastorno o turbación, y la cordura (la “mentira acogedora”, que dijo Susan Sontag) se haría irresistible. Algo de locura ayudó, seguro, a atenuar la tragedia y a conectar mejor con la insumisión y la libertad.
Jazz, blues, art déco, cine, vanguardias artísticas…, contribuyeron a la cicatrización e hicieron brillar la cultura en una sociedad herida. Sus destellos se perciben gozosos aún hoy, cien años después.
Hoy no sabemos qué valorarán las generaciones venideras de lo aprendido en este tiempo reciente que nos tocó; no conocemos qué alegrías mitigarán los penosos relatos vividos, pero después de unos meses vertiginosos en emociones, donde la incertidumbre, la angustia o la soledad han ido asaltándonos por las esquinas, se vislumbra que la cultura será esencial para sobrellevar el camino.
Nos parece lejano ese 14 de marzo en que se paró el mundo; la pandemia nos encerró de golpe en nuestras casas y todo lo que creíamos asentado dio una voltereta mortal. La inercia que regía nuestros días se tambaleó y a los afectos se les puso distancia de seguridad; derechos que suponíamos adquiridos para siempre, retrocedieron ante el miedo, y resortes que creíamos imprescindibles, fallaron.
Durante esos meses, tratamos de buscar resquicios mentales en los que refugiarnos para llevar mejor las horas largas del confinamiento; nos sumergimos en redes y canales; imaginamos, a ratos, habitaciones propias; y recreamos recónditas cabañas Walden que nos aislaban del drama de los telediarios. Nos ha ayudado sentir la cultura cerca. Desprotegidos y sorteando la incertidumbre, hemos percibido de lleno su grandeza; y es que su poder ha alumbrado momentos grises, nos ha ensanchado la vida y alentado ánimos, acariciando nuestra sensibilidad maltrecha.
También, a veces, ese estado de vulnerabilidad ha hecho que apreciemos la música, el arte, la literatura, de manera distinta, y que palabras e imágenes, que hace solo poco tiempo percibíamos ajenas, ahora sobrecogieran y alteraran sentimientos.
Hoy (cuando escribo este artículo) es 10 de noviembre de 2020, y esa primavera pasada de calles desiertas se nos difumina como un sueño al despertarnos. La “nueva normalidad” no llega. La sensación de que la pandemia nos haría mejores parece que se desvanece; la nueva religión es la ciencia, nuestros héroes están cansados –ya no les aplaudimos. Nos hemos acostumbrado rápido a que su valentía y esfuerzo son ilimitados–; ahora la esperanza tiene nombre de vacuna, y los deseos forma de abrazos, de familia, de aforos completos y de terrazas al sol. Y de fondo suenan cifras de muertos, números de infectados, política bronca, duelos contenidos, duelos aplazados, normas cambiantes y desquiciadas, ruido de sirenas…
Este virus –que dejó teatros, museos, salas de conciertos, cines…, vacíos y apagados, que transformó el pabellón de IFEMA (donde pocas semanas antes se celebraba la feria ARCO) en hospital de emergencia, y que sigue golpeando fuerte el trabajo de creadores, artistas y profesionales– está acabando con su ánimo y su economía. La protección y ayuda es necesaria, los Gobiernos deben visibilizar sus problemas, no demorar más las soluciones, porque ellos hacen fuerte y resiliente la cultura, que es el sustrato esencial de la sociedad, de su identidad y de su memoria.
Marisa Giménez Soler
Este artículo fue publicado en MAKMA ISSUE #03 | Los Nuevos Años 20, en diciembre de 2020.
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