Indies, hípsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural
Víctor Lenore
Editorial Capitán Swing
No se despegan de su Iphone, lucen gafas de pasta bigote retro, se mueven en una bici vintage, y visten camiseta de algún grupo underground. Son los hípsters, la última tribu urbana que comparte espacio en la foto con los indies y gafapastas. ¿Quiénes son, qué pretenden y cómo se les distingue? Víctor Lenore, ex hípster vergonzante, los desmenuza y pone a caldo en su libro ‘Indies, hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural’ (Capitán Swing, 2014), que se presentó en octubre en La Nau de la Universitat de València con gran asistencia de público.
¿Qué diferencias hay entre ser indie, hípster, cultureta, moderno o gafapasta? Los límites que los separan resultan borrosos, pero remiten a una realidad social que la industria cultural y las agencias de moda y publicidad utilizan para designar un amplio segmento del mercado al que dirigirse. El libro de Lenore analiza los valores sociales y culturales de estas tribus posmodernas y qué industrias culturales promocionan, más allá de la música independiente y una determinada estética.
“Los hípsters son la primera subcultura que, bajo la apariencia de rebeldía, defienden los valores impuestos por el capitalismo”, denuncia Lenore. “La supuesta exquisitez de criterio de los hípsters ha creado un consumismo que no avergüenza, sino que en esta sociedad contemporánea genera orgullo”.
Lo mismo ocurre con los indie, señala Lenore. “Cada vez hay más seguidores declarados. El magnate Rupert Murdoch invierte cincuenta millones de euros en Vice, grupo mediático de referencia para los hípsters de todo el mundo, mientras que la Reina Letizia acude a conciertos de grupos indie, como Los Planetas y Supersubmarina”.
Entre los hípster españoles figuran la directora de cine Isabel Coixet, el director de la revista Playgroung Isaac Marcet, el cantautor Fran Nixon y la nieta de la Duquesa de Alba, Brianda Fitz-James Stuart. Sofía Coppola, el escritor David Foster Wallace o el grupo Arcade Fire son otros iconos de la tribu.
¿Por qué subtitula su libro ‘Crónica de una dominación cultural’ y cuál es su objetivo?
El objetivo es señalar que nos han vendido una versión despolitizada de la modernidad. Consideramos moderno a quien está a la última en discos, ropa y gadgets electrónicos, pero no a quien se implica en colectivos como Juventud Sin Futuro, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca o la lucha contra los Centros de Internamiento de Emigrantes. Lo llamo dominación cultural porque hemos incorporado los valores de las élites sin ser conscientes de ello. Me refiero a la anglofilia, el elitismo y el afán de distinción, entre otros. Pero lo grave no es eso, sino la injustificada sensación de superioridad cultural por ver películas subtituladas o escuchar discos minoritarios.
¿Desde cuándo hay hípsters en España?
El fenómeno hípster en España empieza en los noventa, con la llamada cultura alternativa, de la que fueron emblemas Nirvana y Radiohead. Luego se fue expandiendo y ahora es la cultura dominante. Como dice la guionista Raquel Córcoles, autora de los cómics Moderna de pueblo, antes ser moderno era algo arriesgado y ahora te apuntas por miedo a no ser tan moderno como los demás.
Usted fue hípster durante un tiempo, ¿por qué desertó de la tribu?
Yo he sido el más indie, hípster y gafapasta de España. Llevo veinte años trabajando en Rockdelux y he colaborado con el Festival de Benicàssim, El País de las Tentaciones y casi cualquier chiringuito hípster que se haya montado. Abandoné la tribu por rechazo al esnobismo y la endogamia que domina ese mundillo. Supongo que la mutación se inició en los 2000, cuando empecé a interesarme por las protestas antiglobalización, que explicaban el papel depredador del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Fueron los años de discos como Clandestino (Manu Chao), éxitos editoriales como No Logo (Naomi Klein) y los documentales de Michael Moore. Entonces comencé a ser consciente de que la cultura que llamamos moderna daba la espalda por completo a los problemas sociales.
Comida orgánica, cerveza local, bicicleta, barba. ¿Qué otras señas de identidad distinguen a los hípsters?
Grupo emblemáticos son Arcade Fire, Joy Division o Animal Collective. Españoles, Los Planetas. Escritores diría que David Foster Wallace, Agustín Fernández Mallo o Mark Z. Danielewski. En moda el gran icono es Hedi Slimane, director creativo de Yves Saint Laurent, que adora la cultura indie y hípster.
¿Qué relación mantienen con otras tribus urbanas?
Los hípsters muestran una visible hostilidad contra los jóvenes de clase trabajadora, que designan con palabras despectivas, como cani, choni, costra, pies negros o perroflauta. En el fondo, son una puesta al día de los pijos de los ochenta. Los góticos y emos, en gran parte comparten también esa necesidad de sentirse por encima de la masa.
¿Cuál es el ideario político predominante entre los hípsters?
El hipsterismo ha sido apolítico durante muchos años. La debacle económica ha tenido el efecto colateral de politizar a muchos, lo cual es una victoria para todos. Creo que Podemos va a recoger miles de votos hípster. Las industrias creativas, donde trabajan tantos hípsters, son un nido de precariedad y autoexplotación, así que es normal que muestren su rechazo apoyando opciones políticas igualitarias.
¿Y su actitud ante el feminismo?
La cultura hípster es bastante machista. Basta entrar a las oficinas del sector y ver que las mujeres suelen ocupar los puestos peor pagados: secretaria y empleada de promoción. Hace un par de años se cuestionó esta discriminación en el artículo Machismo gafapasta. La reacción desde el mundo hípster fue mayoritariamente de hostilidad y falta de autocrítica.
¿No tienen a su favor el hecho de ser uno de los pocos colectivos que consumen hoy cultura en este país?
El problema de los hípsters es que confunden la cultura con la lista de la compra de Amazon. Defender la cultura en 2014 es oponerse a los recortes en educación, no estar a la última de las series de la cadena HBO y los grupos de rock que recomienda las revistas de tendencias.
¿Se podrían etiquetar como la versión contemporánea del esnobismo?
Por supuesto. Un mecanismo básico de la cultura hípster es mirar por encima del hombro a todo lo que considera masa. Quizá deberíamos preocuparnos menos por la presunta vulgaridad de las masas y dedicar nuestra energía a oponernos al saqueo sistemático al que nos someten las élites políticas y empresariales.
Bel Carrasco
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